Artículo histórico

Una guerra sucia

Hubert Beuve-Méry

Es la expresión que emplea en Life William Bullit después de haberla recogido de los labios de uno de nuestros combatientes en Indochina. La guerra es cruel por naturaleza; a menudo es atroz y se convierte en “sucia”, por añadidura, cuando es injusta o talmente oscura que los combatientes no saben muy bien porqué luchan ni las víctimas porqué mueren. Esta guerra de Indochina entre un pueblo que se cree benevolente y otro que se declara agradecido, entre un alumno que se reclama adulto y un maestro que no lo consiente ni se lamenta, ¿no será efectivamente una “guerra sucia”?

Las minuciosas cuentas de la tutoría no conducen a nada. Los franceses aportaron a los pueblos que colonizaron la paz, la seguridad, las carreteras, los hospitales, las escuelas y todo tipo de buenas obras, que no se realizaron sin esfuerzo. Es cierto que los nhaqué, los campesinos indochinos, no han conseguido siempre su parte correspondiente de la nueva civilización y que las élites formadas según nuestros métodos, imbuidas de nuestro espíritu, soportaban con impaciencia una autoridad que las exigencias de los ávidos colonos o las bellaquerías de los cuadros mediocres les hicieron sentir a menudo como un yugo.

Llegó el hundimiento de 1940. Las gentes de Indochina cuyos hijos combatieron a nuestro lado no pensaron en aprovechar la ocasión. ¿Hacía falta entonces, para afirmar la pertenencia al nuevo Estado francés, multiplicar los coloridos saludos y las ceremonias de todo tipo en honor del mariscal? ¿Nadie midió la influencia que pudo ejercer sobre la juventud indochina esta cultura henchida de patriotismo, esta explotación pasional de los héroes nacionales? Ya que el método parecía bueno para un pueblo ocupado ¿cómo no habrían de trasladarlo los indochinos a su beneficio y negar los ancestros galos de Juana de Arco y Richelieu? La proclamación de la independencia el 9 de marzo de 1945 ante la amenaza del Japón hizo aparecer el oscuro camino que se ha trazado en las almas y la fuerza del sentimiento nacionalista finalmente liberado.

El gobierno del general De Gaulle cometió bien pronto el error de una depuración demasiado rápida y demasiado radical. Aunque fieles al mariscal Pétain, los cuadros y el personal desplazados a Indochina se esforzaron casi en su totalidad a conservar para Francia el país que se les había confiado. Al ponerles en cuestión de forma brutal creció la confusión y se perdió su irremplazable participación.

Pero la falta más grave fue la de no medir la profundidad del cambio que se operaba en la mentalidad del pueblo indochino. La Francia victoriosa pretendía retomar sus bienes, reanudar el penoso episodio del “Estado francés”, eliminada, olvidada la trama de su historia, de su grandeza y de su potencia. Se pretende renunciar a la idea imperial, pero a condición que los pueblos colonizados se manifiesten espontáneamente, gozosamente partícipes de la unión francesa. Se parte así de un malentendido profundo y en ambas partes la apuesta nacionalista aparece redoblada. Nacionalismo de carácter más tradicional en Francia, auténtico nacional-comunismo en el lado indochino, pues los comunistas, fuertemente organizados y asimismo expertos tanto en generar entusiasmo como en provocar terror, han conseguido bien pronto captar y dominar los diferentes movimientos nacionalistas.

La situación política en Francia agravó el equívoco. ¿Cómo afrontar al agitador Nguyen Aï Quoc convertido en el pacífico Ho Chi Minh cuando Maurice Thorez era vicepresidente del Consejo? Y cuando el Partido Comunista pretendía acaparar todo el esfuerzo del renacimiento francés ¿deberíamos asombrarnos de que el nacionalismo de Vietnam se aliara en Hanoi con el comunismo del Vietminh? Tuvimos a las dos partes multiplicando gestos amables, tomando precauciones, urdiendo garantías, maniobrando cerca del engaño. Hasta el día en que se convino que el acuerdo era imposible, en que las operaciones de guerra relegadas largo tiempo a operativos policiales exigieron efectivos y materiales crecientes sin cesar. Guerra difícil en la que los hombres de Leclerc, con todo su heroísmo, sufrían de un entrenamiento deficiente, guerra confusa hasta el caos, ya que a menudo los responsables franceses de Hanoi, de Saigón o de París no se ponían de acuerdo entre ellos sobre nada o casi nada.

Mientras tanto, los comunistas franceses recuperaron su verdadera imagen, aunque de forma menos clara que los de Hanoi, vinculados a una suerte de Komintern asiático. Desapareció así un equívoco.

Por otra parte, entre un Vietminh severamente castigado por el cuerpo expedicionario y ese mismo cuerpo expedicionario demasiado débil para ocupar y pacificar todo el país, los nacionalistas tienden a convertirse en el árbitro de la situación. La hora de Bao Dai, ex emperador de Annam, ex consejero del gobierno de Ho Chi Minh, prudentemente refugiado en Hong Kong, debería sonar de nuevo. Los prolegómenos de un acuerdo se anticiparon en la bahía de Along el mes pasado entre el señor Bollaert y Bao Dai. Los dos hombres han retomado las discusiones a la orilla del lago Léman y la proseguirán en la bahía de Along el mes próximo.

Pero hoy día aún hay muchas preguntas sin respuesta. ¿Dónde están los informes de Bao Dai y del Vietminh? ¿Está en condiciones Bao Dai de celebrar la paz en el nombre del pueblo vietnamita, de hacer respetar esa paz y de mantener bajo control a los comunistas? ¿No se dejará llevar a una subasta para engañar a los ingenuos adversarios del tío Ho? Todo lo que se puede decir es que no es seguro que esta guerra, que nos ha costado ya ocho mil hombres y más de cien mil millones, haya sido realmente inevitable. Por el contrario, es cierto que las rígidas consideraciones de prestigio y soberanía han jugado un papel excesivo, que las rivalidades de los clanes y las personas han hecho imposible durante demasiado tiempo una política coordinada, mientras la prolongación de la lucha comportaba la paulatina destrucción de todo lo que se pretendía salvar…

La “Francia caballeresca” está así en agudo conflicto con sus administrados al tiempo que los de la “pérfida Albión” parecen ingeniárselas mejor. Puesto que parece de buen tono oponer a las tentaciones del sentimiento las exigencias de las realidades nacionales, tomemos el lenguaje del realismo: hay generosidades que se pagan y egoísmos de imagen sagrada que resultan terriblemente caros.

Une semaine dans le Monde, 17 de enero de 1948

Traducción de Gil Toll

 

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