Comentario

La conexión periodística del carlismo y el nacionalismo catalán

Gil Toll

El Correo Catalán fue un periódico fundado en 1876 por Manuel Milá de la Roca, un periodista de convicciones tradicionalistas que pretendió dar voz a los carlistas tras su derrota en la última guerra sucesoria. Su línea era de un rancio conservadurismo y defendió la más estricta ortodoxia eclesial, hasta el punto de convocar peregrinaciones desde las páginas del periódico. Durante las primeras décadas del franquismo, se sometió voluntariamente a la censura eclesial. Así, en el monasterio de Montserrat, solamente entraba El Correo Catalán por el hecho de estar bendecido por la censura de la iglesia. Esta censura les llevaba a tapar con un borrón de tinta los escotes y las piernas de las artistas que aparecían en los anuncios de espectáculos, según relata en su estudio sobre el periódico Víctor Saura.

Los carlistas catalanes se aproximaron al catalanismo en diversas ocasiones durante el primer tercio del siglo, aunque estos escarceos provocaron divisiones internas. Formaron parte de la Solidaritat Catalana en 1906 y también redactaron un proyecto de estatuto de autonomía para Cataluña en la etapa republicana. Durante la guerra civil, formaron el tercio de Montserrat de los requetés con carlistas huídos de la Cataluña republicana.

El primer número de El Correo tras la entrada de los franquistas en la ciudad lo escribió, casi en solitario, Ricardo Suñé, un periodista requeté que forzó la puerta de la sede del periódico con un disparo de su fusil. Suñé era un carlista de tomo y lomo, pero fue clave en la incorporación a la nueva redacción de profesionales de ideología catalanista moderada procedentes del diario republicano El Matí, de orientación democristiana. Esteve Busquets y Antoni Nadal fueron los más destacados. Suñé escribía en catalán en privado y dedicaba sus libros en este idioma, según evoca el historiador y periodista Jaume Fabre.

«Dios, Patria y Rey» era la divisa carlista que orientaba la acción del periódico. Su posición sobre la disputa dinástica de la corona se traducía en que los nombres de Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII se publicaban sin el ordinal, lo que podía causar más de una confusión entre los lectores no avezados. También era una especialidad de la casa el seguimiento exhaustivo de la procesión de Corpus, en la que los requetés tenían un especial protagonismo. El nombre de la sociedad editora no dejaba lugar a dudas: Fomento de la Prensa Tradicionalista.

La etapa más brillante del periódico fue en los años 50 y 60, bajo la dirección de Andreu Roselló y con la incorporación de un joven Manuel Ibáñez Escofet como jefe de redacción. Juntos consiguieron multiplicar por cinco la tirada del periódico, que se benefició de la incorporacion de un plantel de periodistas jóvenes recién salidos de la escuela oficial de periodismo. Josep Pernau, Joan Anton Benach, Josep Maria Huertas Clavería, Francisco González Ledesma, Jaume Fabre o Josep Martí Gómez fueron algunos de los que empezaron allí y tendrían largas trayectorias como periodistas muy reconocidos. El Correo pagaba poco y, para compensar, el padre Lisbona les decía a los periodistas que «el periodismo es un apostolado». Los mejores profesionales salieron del diario en pocos años y desarrollarían su actividad en otros periódicos más generosos y menos cerriles.

Ibáñez cuenta en sus memorias que a los periodistas jóvenes les traía al pairo la cuestión de la disputa en la sucesión dinástica de la corona española, entonces en el exilio. Sí era una persona familiarmente relacionada con el carlismo el director Andreu Roselló, que había entrado en el periódico a los 17 años y siguió en él hasta 1977. La religión también era importante para el propio Ibáñez, que había pertenecido a la federación de jóvenes cristianos antes de la guerra y había dado sus primeros pasos como periodista deportivo en El Matí, igual que los profesionales rescatados por Suñé en la posguerra.

La línea editorial de El Correo Catalán de los 60 conectó el carlismo tradicional del periódico con el nacionalismo catalán que aportó Ibáñez Escofet. Como él mismo afirma en sus memorias, se trataba de hacer «nacionalismo escrito en castellano». Así, se fichó como colaboradores a Josep Pla,  a Joan Fuster y a Francesc de Borja Moll. Tres autores que escribían desde Cataluña, Valencia y las Islas Baleares, los tres territorios de los Països Catalans. Fuster explicó en sus últimos días a Josep Pernau cómo había adquirido el hábito lector en su juventud con el diario carlista El Siglo Futuro.

En el accionariado de El Correo había entrado un grupo de empresarios del textil algodonero capitaneados por Manuel Ortínez. Políticamente estaban conectados con el presidente de la Generalitat en el exilio, Josep Tarradellas, con quien Ortínez establecería una sólida relación, llegando a ser su secretario personal y a formar parte de su gobierno en 1979.

Roselló e Ibáñez acariciaron el proyecto de editar un diario vespertino en catalán, aprovechando la maquinaria del periódico, que tenía muchas horas de inactividad. Querían llamarle Migdia e hicieron las gestiones ante el ministerio de Información, que les respondió con displicencia, aconsejándoles que dejaran de hablar catalán en su vida diaria para olvidar esas preocupaciones.

Ibáñez Escofet acabó marchando a dirigir Tele/eXprés y El Correo Catalán pasó a la órbita de Jordi Pujol, que profundizó en la línea de hacer nacionalismo en castellano sin abandonar el cuidado de la religión, pues siempre ha sido un ferviente católico. Sin embargo, la gestión empresarial del diario fue muy deficiente y se vio abocado a la decadencia y la desaparición en 1985.

Carlismo y nacionalismo han tenido puntos de contacto en sus trayectorias descendente y ascendente en la sociedad catalana como muestra el caso de este periódico. Tampoco es casual que coincidan los enclaves de mayor vinculación a ambas ideologías, como las ciudades de Olot, Vic, Manresa o Berga. O las sagas familiares a caballo entre carlismo y nacionalismo, como el caso de Toni Comín, consejero del gobierno de Puigdemont y perteneciente a una familia de tradición carlista en la que destacó su padre, Alfonso Carlos Comín, figura del antifranquismo socialista y cristiano catalán.

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