Vuelta a Europa

Proyecciones de Ginebra en el lago

Manuel Chaves Nogales

Cuando se muere un ginebrino, Ginebra entera tiene contraída la obligación de ponerse de luto. El ginebrino es el hombre más sociable de Europa. Pertenece, por poca significación social que tenga, a una o dos docenas de sociedades benéficas, excursionistas, cooperativas, musicales, deportivas, etc, a más, claro es, de las agrupaciones profesionales.

Y, claro, cuando se muere, todas estas entidades han de manifestar su sentimiento, por la pérdida del afiliado en las esquelas de defunción que se reparten y publican en los periódicos.

Como todos los días se mueren varios ginebrinos, este espectáculo de solidaridad social es permanente. Ginebra entera está sintiendo en cada momento los hijos que se le mueren.

¿Usted que toca?

Un gran contingente de estas sociedades que entrecruzan la vida ginebrina lo dan las agrupaciones musicales. Todo hijo de Ginebra pertenece a una agrupación musical. No importa que carezca en absoluto de capacidad para la música. ¿Usted que toca? Lo que sea. Ya encontrará un instrumento a la medida de sus facultades; lo importante es que forme parte de la orquesta, o de una charanga, o de un coro, o de una banda de tambores.

Las grandes paradas de la ciudadanía consisten aquí en el desfile de muchos miles de ciudadanos, todos tocando algo: la gaita, la ocarina, el trombón, lo que sea. Nadie se exime de esa servidumbre.

A menos que no sea miembro del cuerpo de bomberos, que para estos pacíficos suizos es como para nosotros –para algunos de nosotros- pertenecer a un instituto armado. Así como en España hay quien es oficial de complemento, aquí se es bombero honorario.

Sorprende la cantidad de iglesias que hay en Ginebra. Casi una para cada ciudadano. Yo creo que en Suiza todo el mundo es practicante de algún culto.

Lo divertido es la variedad. Hay iglesias católicas, protestantes, ortodoxas, griegas, judías, anabaptistas, de todo. El adolescente suizo, por lo visto, curiosea en esas diversas confesiones, y al final se afilia a la que mejor le va. Escoge su religión como escoge la charanga de que ha de formar parte.

Ninguna de estas iglesias tiene en Suiza un carácter militante. Cada cura tiene su parroquia y vive de ella sosegadamente, procurando satisfacerla y que no se le vaya a la tienda de enfrente.

Paisaje ginebrino

Ginebra es un vergel. Llana como la palma de la mano, se extiende a las orillas del lago Leman rodeada de verdura que se mete en las calles adentro hasta el corazón mismo de la ciudad. Al fondo, los Alpes.

Ninguna impresión, sin embargo, de grandiosidad. Nada sublime, nada desmesurado; todo tiene una corrección municipal.

Los alrededores de la ciudad, cuajados de villas graciosas, incrustadas en el follaje, dan una sensación tan grata, tan apacible, tan sedante, que uno piensa que este es el sitio del mundo donde más intensamente ha de sentirse el goce de vivir serenamente, vegetando un poco, como los árboles vecinos; pero con plena conciencia de vegetar, sintiendo cómo al espíritu se le caen las hojas muertas y le nacen los brotes nuevos lentamente, naturalmente.

No me acostumbro a la idea de Rosseau aquí.

Gente al mar

El suizo no acaba de serme simpático. Se parece demasiado a sus encinas. Tanto monta un encinar como una tropa de ginebrinos.

Cuando se piensa que esta gente tan sosegada, tan prudente, tan correcta y discreta, está ahí, atrincherada en el cogollo de Europa dentro de sus pequeños egoísmos municipales, desagrada un poco. El caso aquel, que se consideraba ejemplar, de la neutralidad suiza durante la guerra europea me asusta y me hace temer que por encima de todas estas virtudes locales, mejor aún, domésticas, del suizo, hay una terrible incapacidad espiritual. No se puede estar tan al margen. En el mundo hay algo más que los intereses de la sociedad excursionista y de la armonía náutica.

Me gustaría que esta gente se emborrachara algún día de algo y, abandonando esta tierra magnífica, se echara por el mundo a hacer cosas insensatas.

La influencia del lago

Un lago es una cosa perfectamente estúpida. No tiene ningún sentido. Mejor dicho, tiene únicamente ese sentido doméstico de la vida que tienen los suizos. Esto de dar vueltas al lago, bañarse en él y pasear por sus orillas es una actividad doméstica, de buen hombre casero, sin imaginación, sin el sentido dramático que la vida ha de tener fatalmente.

El lago es grande. Hay veces que se encrespa fatalmente y parece un mar. Me dicen también que es muy peligroso; pero yo no sé verlo más que como un artefacto del menaje casero de los suizos; como una bañera o, a lo sumo, una piscina. Cuando se tiene un lago como el Leman, lo menos que se puede hacer es dignificarlo, redimirlo de su triste condición casera, inventándole una leyenda. ¿No se les habrá ocurrido a los ginebrinos atribuir ninguna virtud maravillosa, algún hecho sobrenatural que dignifique estas aguas muertas de Leman? Yo no conozco ninguna leyenda del lago, y, mientras tanto, estoy dispuesto a despreciarlo, como desprecio la bañera de cine de cualquier amigo. Cuando se tiene un lago, para justificarlo, lo menos que se puede tener es imaginación.

El llavín del cuarto

Cuando las chicas suizas cumplen quince años tienen cierto derecho –como los chicos de su edad en España- a que sus padres les entreguen un llavín del cuarto en que habitan, para recogerse a la hora que mejor les plazca.

Me divierte mucho pensar en el espanto que esta vieja noticia produce en el ánimo de los honrados padres españoles, pero quiero tranquilizarlos. En ninguna parte del mundo ocurre nunca nada extraordinario y las chicas ginebrinas de quince años, con el llavín de su casa en el bolsillo, se recogen a la hora que les dé la gana, pero no hacen de su libertad nada que deje de hacer una recatada señorita de Cuenca, Córdoba o Burgos.  ¿Qué desea usted saber lo que hace sola hasta altas horas de la madrugada una señorita ginebrina? Pregúnteselo a la señorita de Cuenca, Córdoba o Burgos que tenga usted más cerca. Exactamente lo mismo, aunque una esté encerrada bajo siete llaves y la otra lleve en el bolsillo su llavín.

10/8/1928

 

 

 

 

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