Manuel Chaves Nogales
Esta mañana, cuando me disponía a ir a las oficinas de una importantísima ciudad industrial alemana, ha caído en la cuenta de que era día festivo; el aniversario de la constitución de Weimar. Cuando lo lamentaba, por el retraso de mi viaje que esto ocasionaba, el amigo que me acompaña por Berlín, y que sabe tomar el pulso con gran exactitud a la vida alemana, me dijo:
-Vamos, sin embargo a esas oficinas, por si no celebran la fiesta republicana. Ahora, si en esa casa la celebran, tú retrasarás tu viaje; pero podrás decir que en Alemania está instaurada definitivamente la República.
Fuimos y, efectivamente, ese día era laborable.
La bandera republicana
Alrededor del Reichstag se ha estacionado desde primera hora de la mañana una gran muchedumbre. No demasiada, ni demasiado entusiasta. Paciente, eso sí. Estos miles de personas se han plantado en la plaza de la República a las diez de la mañana; es la una y esperan todavía. En la gran escalinata que da acceso al palacio, unas charangas y unos coros entretienen a la multitud con el “Deustchland, Deustchland uber alles” mientras en el salón de sesiones Muller pronuncia el discurso de conmemoración. En la sala, muchos chaquets y muchos sombreros de copa. Ya se sabe: cuando en un local de Alemania se ven muchos chaquets y muchos sobreros de copa es que aquél no es un sitio de buen tono.
Los militantes de la “Bandera alemana” –en Alemania hay que decir siempre militantes- circulan entre la multitud repartiendo banderitas de la República e insignias republicanas. La multitud aguarda pacientemente bajo un solazo que hace agua los sesos de estos alemanes con el cráneo afeitado y el sombrero en la mano. Ya se han llevado a cinco o seis entusiastas republicanos con síntomas de congestión por el calor cuando termina la sesión, en la que se ha repetido una vez más que la República ha salvado al Imperio y que la sombra de Bismarck está obligada a sentir ciertas veleidades republicanas en vista de ello. . El presidente, Hinderburg, sale del Reichstag acompañado de los miembros del gobierno y de una gran masa de diputados; pero inmediatamente detrás de él forma una muralla la guardia de Seguridad. La multitud lanza los tres “!hoch, hoch, hoch!” reglamentarios y agita las banderitas republicanas, un poco más entusiasmada ante la presencia del antiguo caudillo.
El presidente pasa revista a las tropas que han acudido a rendirle honores; pero la revista que el presidente Hindenburg pasa a los soldados no se parece a la revista de ningún otro presidente. Hindenburg, a medida que los soldados de la República desfilan ante él, les cuenta con una certera mirada de viejo general los botones de la guerrera, mide la inclinación de los fusiles y percibe el rumor de una pisada un cuarto de segundo más adelantada o retrasada que las otras. Es fatal. El viejo no puede haber olvidado su oficio.
Fiesta cívica
Esta de la conmemoración de la constitución de Weimar se aspiraba a que fuese la fiesta cívica de Alemania. Poco a poco se va consiguiendo. Cada año el aspecto de Berlín el 11 de agosto es más animado. No será nunca el 14 de julio en París; pero ya hay en las calles el día que se conmemora la República un alborozo civil que hace unos años parecía imposible provocar en Alemania. Pero aquí se está dando un caso extraordinario: primero hubo revolución, una revolución que brotó por generación espontánea; luego ha habido revolucionarios; primero hubo República; ya va habierndo republicanos. Los alemanes se disculpan. “Está creando poco a poco tantos intereses la República… Da de comer a tanta gente…” –nos dicen como justificación.
El tono de la República
A medida que avanza el día y correteo de un sitio a otro en busca de los lugares donde se conmemora la constitución de Weimar, deseoso de tener una sensación neta del sentimiento republicano de los alemanes, voy convenciéndome de que, efectivamente, la República tiene ya una fuerza casi indestructible. Sin embargo, el que no sea alemán no encontrará todo esto bastante republicano, desconfiará siempre. Y es que del sentimiento republicano nosotros conocemos otro tono, otra manera de manifestarse. Por la noche he asistido a la función celebrada en el teatro de la Opera. Se han cantado unos salmos, unos himnos y unos trozos de Handel. Magníficos, imponentes; pero para un latino, poco republicanos. El tono de la República alemana a nosotros nos parece demasiado grave, excesivamente profundo y melancólico. Es que no concebimos el fervor, y mucho menos el fervor republicano, en este tono germánico.
Las manifestaciones en las calles
A las diez de la noche se han puesto en marcha a través de Berlín las manifestaciones republicanas organizadas ante el edificio del Reichstag. Son cinco o seis, compuesta cada una por diez o doce mil personas, y parten todas en forma de estrella desde el Reichstag hacia la periferia de Berlín. El espectáculo de estas manifestaciones es para nosotros maravilloso.
Consisten en una sucesión de agrupaciones adictas a la República, cada una con su bandera y su charanga; en cuanto tienen un pretexto se ponen un uniforme, y si no un uniforme completo, algo que lo recuerde. Los manifestantes van de cuatro en cuatro, marcando el paso y guardando las distancias: Llevan hachones encendidos y de tiempo en tiempo los levantan en alto rítmicamente, mientras vitorean a la República.
Las gentes que componen estos cuadros de manifestantes, semejantes a los pelotones de una tropa, son emocionantes. Todo el que tiene vivo el sentimiento republicano se siente en el deber de manifestarlo sumándose a esta retreta, y así desfilan sumados a su grupo los tipos más extraños. Una viejecita con su cofia grotesca que va pegando saltitos para seguir el compás de los tres mocetones que le han tocado en su fila; un padre de familia con su esposa y sus vástagos; un novio con el brazo cruzado por el talle de su novia; un paralítico en su carricoche; cojos terribles que desafían el ridículo de su cojera entre las filas marciales ante el íntimo deber de contribuir a la manifestación… Es sencillamente emocionante.
Durante todo el trayecto las charangas, dirigidas por el pomposo bastón de borlas del tambor mayor, van tocando sus marchas germánicas; tocan también incansables las bandas de música formadas por ciudadanos que sobre el tambor de su barriga se cuelgan otro patriótico tambor y cantan sus himnos mientras desfilan todas las agrupaciones.
Las masas de manifestantes toman de pronto un aire procesional solemnísimo al desfilar los estudiantes. Me dicen que es la primera vez que los estudiantes se suman a la conmemoración de la República con una nutrida representación. Muy serios, con sus gorritas grotescas, sus pantalones blancos y sus botas altas de montar provistas de espuelas los estudiantes de Berlín se han adherido, al fin, de un modo brillante a la República, y no sin cierto airecillo arisco desfilan bajo sus enormes banderas, altas como mástiles. Esta mascarada grotesca de los estudiantes alemanes es seguramente muy pintoresca; pero poco simpática.
Y así media hora, una hora… Los millares de personas que este año han figurado en las manifestaciones republicanas han superado en el doble a los de años anteriores. En las calles había además muchos miles de personas que seguramente habían salido un poco escépticas todavía y esta noche habrán vuelto a sus casas pensando que fatalmente Alemania es ya republicana.
Pero, en fin: todavía esto no es el 14 de julio. Ni lo será nunca.
16/8/1928
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