Vuelta a Europa

Los tés de Stresemann

Manuel Chaves Nogales

Un día la semana el ministro de negocios extranjeros del Reich da un té a los periodistas. He asistido al té de esta tarde , celebrado en el umbroso jardín de Auswärtiges Am. Los periodistas, agrupados en el jardín, según sus ideas políticas, su simpatía o sus nacionalidades, charlaban de los temas políticos del día con altos jefes del ministerio, cambiaban impresiones, inquirían… Tengo la impresión de que la política exterior de Alemania, hoy tan difícil, se plasma un poco en estas reuniones, en estas sencillas charlas ante una taza de té.

Stresemann, enfermo todavía, no asiste a la reunión de esta tarde; pero en su lugar, el doctor Zechin, jefe de prensa del gobierno del Reich, va informando cautamente a los representantes de la prensa a través de una charla llena de interrupciones y de elocuentes pausas.

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Stresemann en el jardín Auswartiges-am con varios amigos. Fotografía original recuperada en el Archivo Fundación Diario Madrid.

El espectáculo es tan nuevo, tan inusitado para un periodista español, que acaso me haya dejado arrastrar un poco en mi somero juicio sobre la política alemana por este buen tono, esta corrección exquisita de las relaciones entre el gobierno y la prensa. No dejo por esto de darme cuenta de que, en definitiva, estos tés del ministerio de estado son una manera suave de orientar y captar la opinión del periodista en determinado sentido.  Pero, en fin, esta labor, que ya supongo es tan discreta, deja tanto margen a la interpretación personal que yo consideraría estos cambios de impresiones como una fortuna, aún colocándome en el caso de periodista situado en franca oposición contra el gobierno. Con este sistema de conocimiento mutuo, el gobierno obtiene, por lo menos, la seguridad de poder desvirtuar más eficazmente que con notas oficiosas u otras medidas gubernamentales cualquier campaña o tendencia perniciosa. No hay modo de mantener una postura equívoca –tanto por una parte como por la otra- cuando frente a frente se discute y razona serenamente.

Yo he dedicado la tarde a conversar con el doctor Gördes, jefe de la sección española del departamento de prensa del gobierno. Hemos hablado libremente de hispanoamericanismo, de la propaganda alemana en Hispanoamérica y de política exterior española y alemana. He expuesto francamente al doctor Gördes mi opinión sobre todos estos temas, he escuchado la suya y lo he visto sonreir a veces y a veces callarse diplomáticamente, y al final hemos juzgado nuestra conversación tan interesante que nos hemos citado a comer juntos y volver sobre estos temas más íntimamente.

Con este margen de libertad para exponer las opiniones que la educación política exige, el periodista de oposición puede ir sin desdoro a los medios gubernamentales, seguro de que si el criterio oficial puede influir en el suyo propio, él, por su parte, puede también influir más o menos directamente en el criterio oficial. Pero es imprescindible para esta relación un mínimum de libertad a que aludimos.

Cada vez soy más fervoroso partidario de la compenetración. Creo que todo lo que se hace en el mundo es el producto de fusiones de ideas, de sentimientos o de fuerzas. Lo peor del mundo es el aislamiento, las fronteras, el ignorarse los unos a los otros, el negarse.

En Alemania se da un caso curiosísimo. El tipo de alemán cerrado, auténtico, podríamos decir castizo, es el bárbaro por antonomasia. Es el tipo que engendró la guerra: el alemán que no se creía más que Alemania y que no conocía más. Por el contrario, el alemán viajero, el que desata este magnífico espíritu aventurero de los germanos y se lanza por el mundo y se contrasta, llega a dar un tipo de fina sensibilidad, como un latino. ¿Qué es la latinidad, sino un mar abierto siempre ante el espíritu?

La rectificación fundamental operada en el espíritu alemán después de la guerra es ésta. Haber pasado del nacionalismo al internacionalismo, del tipo castizo al cosmopolita, de la lucha a la compenetración. Este radical cambio de criterio es lo único verdaderamente revolucionario que ha habido en Alemania, lo que ha consolidado la República y ha hecho imposible la vuelta a la monarquía. A los que desconfían de aquella revolución incruenta que hizo Alemania para derribar el kaiserismo, nosotros les señalaríamos la figura de Stresemann, rodeado de periodistas en este jardín del Auswärtiges Am como el hecho más auténticamente revolucionario de Alemania.

17/8/1928

 

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