Manuel Chaves Nogales
Al lado de la estación de Mineralivodks hay un pabelloncito con cuatro o cinco grandes habitaciones en las que se alinean hasta cuarenta o cincuenta camas. Es el alojamiento de los viajeros de esta línea, en la que hay cruces que a veces obligan a una detención aquí de ocho o diez horas. Este “Evacopunt” de la estación de Mineralivodks es uno de los lugares más característicos de la nueva vida impuesta en Rusia por el comunismo.
Todos los viajeros del sur de Rusia, incluso los de las líneas aéreas, han de hacer noche en este “Evacopunt”, que es exactamente como el dormitorio de un cuartel o un hospital. Limpio, sí, pero descuidado, inconfortable, con ese ambiente deagradable de las cárceles, los cuarteles, los monasterios o los hospitales, que por muy modernos e higiénicos que sean dan siempre la sensación insufrible de la manada humana. Es lo peor del comunismo. Para soportarlo será preciso dotar a la gente de una nueva sensibilidad.
Yo creo que esta gente la tiene ya. El pudor de la intimidad, el escamoteo que de sus necesidades elementales y la vida privada hace el hombre civilizado en relación con sus semejantes no existe aquí. La vida en la Rusia comunista se hace auténticamente en común, en comunidad, y el hombre convive con el hombre tan íntimamente que no hay repliegue de su personalidad ni necesidad fisiológica que se oculte a los ojos de los demás. Esta vida en común acaso aproxima más a los hombres, tal vez sirve para destruir ese falso sentido de la personalidad que se tiene estando encerrado en la celdita hermética del hogar; pero para llegar a esto, ya digo, hace falta una sensibilidad distinta de la que hoy tienen las grandes masas burguesas.
Mostrar a los semejantes el fondo de animalidad neta que hay en la vida del hombre es para nosotros, hasta ahora, un pecado de lesa civilización. Para el comunista, no.
Esta noche en el “Evacopunt” de la estación de Mineralivodks yo he estado viendo atentamente cómo los tipos más extraños a mí venían a cobijarse bajo el mismo techo que yo y en la misma penumbra de la habitación destapaban su intimidad y me hacían partícipe de ella. Indudablemente, el hombre que se abandona al sueño junto a mí, y el que pasa la noche a mi lado mostrándome sin rebozo la inquietud de su espíritu, y el que sueña en voz alta sus quimeras, y el que cuenta su pesadilla, y el que se queja de sus males, y el que ronca plácidamente, y el que por la mañana ofrece el espectáculo de sus abluciones y el que no se abluciona, y el que exhibe la pobreza de sus ropas interiores en contraste con su testa magnífica, y el que al levantarse reza, y el que gruñe, y el que maldice, y el que canta, están en definitiva en un contacto más humano conmigo que toda esa gente burguesa en cuya intimidad no se puede penetrar nunca ni por resquicio aunque pase años y años a nuestro lado sin más separación que un delgado tabique.
Teóricamente, la diferencia del concepto de la vida que tienen un burgués y el comunista estriba en que uno cree que hay una parte de humanidad que es pecado exhibir y el otro considera que todo lo humano debe mostrarse sin hipocresías.
El burgués se avergüenza de ser como es y ahorra a sus semejantes el espectáculo de su parte impura; considera que hay un sector de su existencia que es perfectamente vitando y lo oculta. El comunista, por el contrario, no tiene vergüenza de nada. Así es el hombre y así debe manifestarse.
Hay que admitir que el hombre es mejor cuanto más desnudo está. Yo creo que la humanidad no será absolutamente humana mientras no saque a la luz del día ese fondo turbio, inexplorado, cerrado bajo siete candados morales que hay en ella. Pero yo tengo todavía una sensibilidad exacerbada, un pudor de herencia inmediata, un arrastre de viejas supersticiones que me hace rechazar el contacto con el hombre tal como es, en estado de naturaleza.
En la Rusia comunista uno se siente saturado de humanidad, ahíto de vaho humano. Y esto, aunque parezca extraño, son muy pocos los hombres de nuestro tiempo capaces de soportarlo.
Todos estos tipos de intelectuales, artistoides, platónicos amantes de la humanidad que en Occidente sienten veleidades comunistas se horrorizarían si vieran de cerca la vida comunista. Y no lo digo en daño del comunismo, sino de ellos.
17/9/1928
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