Vuelta a Europa

El padrecito Mijail Ivanovich

Manuel Chaves Nogales

-Mijail Ivanovich, vengo a verle porque se me ha muerto la vaca; tú sabes bien lo que esto es para nosotros. Además, tengo al hijo en el Ejército Rojo y quería pedirte…

Mijail Ivanovich escucha atentamente la retahíla del campesino que ha recorrido muchas “verstas” para llegar a Moscú y contarle sus cuitas. Cuando el campesino calla al fin y queda ante él rascándose la pelambrera por debajo de la pesada “papaja” Mijail Ivanovich pregunta a su vez, y entonces se entabla un diálogo lento, grave, con esas pausas y ese arrastre de las palabras característicos de la conversación de todos los campesinos del mundo.

Diríase que Mijail Ivanovich y su interlocutor son dos compadres aldeanos que se cuentan sus cuitas mano sobre mano en una tarde de domingo.

Mijail Ivanovich Kalinin es, sin embargo, algo más que un campesino: es el jefe del Estado, el presidente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas Rusas.

No por esto se puede decir que sea un farsante. No; Mijail Ivanovich Kalinin cuando habla con los campesinos que acuden a su despacho de la presidencia se olvida por completo de que ha habido una revolución y que él, hijo de aldeano, nieto de aldeano, está ocupando el puesto más alto de la República para volver a ser únicamente el compadre de del pobre hombre que le cuenta sus cuitas en ese lenguaje moroso, lleno de silencios y de reticencias que solo los campesinos entienden.

Kalinin sabe hablar en su lengua al pueblo. Sólo el camarada Kalinin sabe hablar con los humildes sin ofenderlos.

El partido comunista, que mide exactamente el valor de propaganda que esto tiene, conserva al campesino Mijail Ivanovich en la presidencia de la República y le obliga diariamente a recibir docenas de obreros y campesinos, cuyas quejas tiene que escuchar y contestar cumplidamente. Cada campesino que sale del despacho de Kalinin, después de haberle visto y hablado vuelve a su aldea con la impresión de que, efectivamente, la revolución ha servido para que los campesinos estén gobernados por un campesino y los obreros por un obrero.

Realmente Kalinin es un tipo representativo de un valor imponderable.

Hijo de campesinos y campesino él mismo durante los primeros años de su juventud, abandonó después la tierra cuando se sintió desposeído de ella y se marchó a la ciudad, donde formó en las filas del proletariado industrial. La propaganda que hacían en las fábricas los teorizantes de la revolución le convirtió en revolucionario de acción y bajo el zarismo sufrió persecuciones y encarcelamientos. Es, pues, una especie de arquetipo revolucionario; el hombre representativo del nuevo estado social.

Pero como todo hombre representativo, tiene algo de mito, de ficción. Los campesinos que hacen cola a la puerta de su despacho pueden hacerse la ilusión de que es aquel campesino que está dentro el que los gobierna; pero cualquiera que conozca un poco la máquina del partido comunista sabe que el aldeano Kalinin, el venerable Kalinin, no es más que un símbolo manejado diestramente por los “leaders” de la revolución.

Precisamente en los días de mi estancia en Moscú tuve ocasión de comprobar la inconsistencia de este símbolo en que se ha convertido el aldeano Mijail Ivanovich.

Después de haber dado la batalla a Trotski, Stalin se encuentra con que la derecha del partido le lleva en el terreno de las concesiones a los campesinos y a los comerciantes más allá de lo que él quisiera. Rikov, apoyado por Kalinin, está dispuesto a atacar el último baluarte de la revolución, el monopolio del comercio exterior.

La oposición de Stalin a esta medida apunta una nueva escisión, en la que Kalinin aparece incondicionalmente al lado de Rikov. Pero súbitamente Kalinin cambia de criterio y se somete a la voluntad de Stalin. ¿Por qué? La gente va diciéndoselo al oído por Moscú. Stalin, que posee los archivos de la policçia zarista, tiene seguramente en sus manos algún documento que compromete a Kalinin: alguna carta de retractación ante algún jefe de policía, algún documento pidiendo clemencia a las autoridades del zar… ¡Todo esto es tan frecuente entre los hombres de la revolución…!

Kalinin, que no es más que un hombre representativo, un símbolo, no podría soportar una acusación de esta índole, y de hecho el campesino que gobierna a los campesinos, el símbolo del régimen, no es más que un instrumento dócil en las manos del verdadero dictador Stalin.

Me han dicho:

-¿Por qué no se queda usted dos o tres días más en Moscú y solicita una audiencia de Kalinin?

-¿Para qué? –he contestado-. A mí no se me ha muerto ninguna vaca.

12/10/1928

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