Artículo histórico

Testimonio de una presunta victima de los obreros asturianos que no sufrió daño alguno

Francisco Caramés

Una de las tres muchachas “ultrajadas” y “asesinadas” por los revolucionarios nos dijo: Yo no aplaudo la revolución; pero digo que el hombre que me acompañó a casa se comportó conmigo de manera que no tengo palabras para elogiarlo como es debido.

Las vidas de unas familias que soportan angustiosos momentos de incertidumbre y desesperación bien valían el sacrificio de salir de Asturias, buscando la pista de la tercera de las “ultrajadas” y “asesinadas” en la aldea de San Claudio.

Distintos rumores, después comprobados por mí, informáronme de que la última de las “víctimas” residía cerca de Madrid, y me pusieron en relación con la familia de Josefa Alvarez Alvarez, muchacha de servir que ha sido llevada durante los días trágicos por un revolucionario desde Oviedo hasta casa de los padres de ella, vecinos del lugar de Las Cuestas, en las inmediaciones de Trubia.

Supe que esta joven había escrito una carta a su familia desde El Escorial –adonde se había trasladado con sus señores- diciendo que era una infamia cuanto se escribía y comentaba del comportamiento para con ella por los revolucionarios, quienes la habían tratado con toda corrección, prestándole asistencia afectuosa, rayana en el sacrificio.

Y sin otra aspiración que la de ayudar al esclarecimiento total de lo sucedido –única que preside mis actos- me encaminé a este Madrid de tantos milagros.

Ansiaba yo saber por la boca de la interesada el relato de todo lo ocurrido, sin las alteraciones que sufre un episodio al pasar de labios de quien lo “ha vivido” a una tercera persona que lo explica.

Y repleto de voluntad, y en la grata compañía del fotógrafo Mayo, me encaminé al sitio donde reside la muchacha “víctima del crimen repugnante”.

El día que hemos ido a El Escorial faltaba uno para cumplirse un año de la concentración organizada por las Juventudes de Acción Popular allí, a la sombra del Monasterio.

El recuerdo venía a nosotros con una sucesión de episodios tristes para la vida de España.

El que entonces era alcalde de El Escorial (y para nosotros sigue siéndolo, aún cuando le hayan privado momentáneamente de una autoridad que le confirió el pueblo) nos atiende con toda diligencia y amabilidad.

Se llama D. Vicente G. Carrizo, y por pertenecer al partido socialista está pasando por los momentos amargos que pasan los que, además de panza, tienen ideas.

Hay en El Escorial una destacada colonia de asturianos que pasan allí la mayor parte del año. A todos trata y a la mayoría de ellos tutea este alcalde joven, al que aprecian cuantos saben calibrar sentimientos y todos los que conocen su gran labor municipal, caracterizada por una escrupulosa administración de los fondos públicos.

No nos importa saber que los que todo lo envenenan no quieren reconocer esos méritos. Ellos son tan evidentes que se presentan a la vista de cuantos recorren aquellas calles sin prejuicios previos.

En una calleja pina…

En una calleja pina, como lo son la mayoría de las de El Escorial de Arriba, en la llamada de San Francisco, y en el número 2, está sirviendo Josefa Alvarez Alvarez, un “cadáver” que huele muy bien, dicho sea con toda sinceridad.

Una carta que nos ha dado un su hermano nos sirve para el buen logro de nuestros propósitos, que, como hemos dicho, no son otros que hablar con esta muchacha y saber por ella misma todo lo acaecido, sin que haya de nuestra parte más aspiración que la de que resplandezca la verdad y dejen de sufrir en su reputación y en sus bienes unas familias dignísimas, puestas en entredicho por la irreflexión y el odio que hemos visto acumulado en los comienzos de estas informaciones.

Josefa Alvarez es alta, musculosa y conserva el aire sanote y la campechanía de los hijos de Asturias.

Ante ella no es posible pensar en frases de doble sentido y sí en la sinceridad de todo cuanto dice.

No hay en sus palabras innecesarias cortesanías. Hay espíritu recio y frase tajante que desmonta inmediatamente todas las zalemas.

No aplaude algunas cosas hechas por algunos rebeldes; pero condena con la mayor violencia todo lo que se ha dicho en torno a lo que había sucedido.

Josefa tiene que cumplir sus labores mañaneras y por ello tenemos que aguardar hasta las cuatro y media de la tarde para charlar.

Una hora, un sitio convenido, y ¡hala!, a corretear por todos los rincones de este importante lugar, que ya no parece defender el espíritu de aquel Felipe, adusto como su obra, hoy animada por los detalles de su buen gusto y suntuosidad que por todas partes le rodean.

Visitamos la Lonja y nos aterra repasar la historia del Monasterio. Como afirma un escritor proletario, no es lo mejor glosar lo ya pasado: la Historia queremos forjarla o escudriñar en el empalme que mañana hace un año –con frío, lluvia, alpargatas y bastante vino- quisieron tender los “populistas” entre un pasado bien muerto y un presente lleno de inquietudes a la hora de ahora, pero que tendrá que desembocar fatalmente en una mejor articulación de la sociedad.

La casualidad –por algo es la compañera oficial de los periodistas- nos puso al habla con una gentil telefonista de Oviedo, trasladada a El Escorial “por necesidades del servicio” y que aquí tiene una visión algo aproximada de las montañas de Asturias, aunque aquí hasta las rocas parecen adiestradas. Allí surgen en contraste de cima y llano; de llanura y precipicio. Aquí simulan bastante bien un precioso telón de fondo, al que se unen las pinceladas de unas casitas casi todas iguales escalonadas en la falda de la montaña.

Otra gratísima casualidad: la de hallar al ingeniero afecto a la Sección de Caza y Pesca

en el ministerio de Agricultura, Sr Terrero, ovetense, macizo y caballeroso. Y, pese a esta aclaración, después de saber que el Sr. Terrero en sus ideas políticas está a muchísima distancia de las nuestras.

Aclaremos también –sinceridad obliga- que cuando tuvimos el gusto de saludarlo estábamos muy lejos de suponer que Josefa Alvarez está al servicio de este matrimonio desde hace dos años. Y muy contenta, según nos ha dicho después la propia muchacha al rogarnos que no publicáramos nada que pudiera ser molesto a sus señoritos.

Los señores de terrero tienen un malísimo concepto de la revolución, porque sufrieron muy de cerca los efectos de ella. Vivían en la calle del marqués de la Santa Cruz, de Oviedo, a pocos metros del Instituto de Segunda Enseñanza, que fue volado con dinamita.

¡Piñoneros!

Si juzgásemos de cómo se come en El Escorial por el número de piñoneros que hay este domingo por las calles, llegaríamos a la conclusión de que aquellos vecinos se alimentan con el fruto del pino. Y no es así. Nosotros hemos sido testigos “probados” de lo contrario. Pedimos algo de comida para el fotógrafo y para mí, y nos sirvieron como ¡para cinco!

La vida misérrima de estos piñoneros habrá de merecer de nosotros una información más completa.

Los domingos la mayoría de los vecinos de Valmaqueda se desparraman por todos los pueblos y villas de algún movimiento, para dedicarse a la venta de piñones.

-¿No hay otro trabajo en el que emplearse?

-Al respective de eso –nos dice el más locuaz de todos- sobraba, si quisieran dárnoslo. Pero los caciques…

Y ya apareció el problema de esta España, que está invertebrada; pero que soporta las vértebras estranguladoras de un repugnante caciquismo.

Y la hora en punto

A las cuatro y media de la tarde, conforme había prometido, sale Josefa Alvarez de la casa donde está sirviendo. Vamos a su encuentro el alcalde, sus guapísimos nenes, el fotógrafo y yo. Al principio procuramos acallar los motivos fundamentales que nos han llevado hasta ella, para que un temor injustificado eche por tierra nuestra labor.

-¿Cuántos meses lleva usted en El Escorial?

-Tres.

-¿Vivía usted en Asturias cuando la revolución o estaba de paso?

-Vivía con los mismos señores que vivo ahora.

-¿En qué calle?

-En la de Santa Cruz.

-¿Son sus señores de allí?

-Del mismo Oviedo.

-¿Serán, por casualidad, los del ingeniero Sr Terrero?

-Los mismos.

-¡Es chocante! Acabo de saludar al jefe de la casa y lo que menos me figuré es que estaba usted con ellos.

-Pues en esta casa llevo más de dos años. Y satisfechísima.

Lo ocurrido

Creo el momento más propicio para que me diga lo sucedido, y pregunto:

-¿Ha sabido usted los rumores que han circulado por toda España en torno a unos ultrajes y a unos enterramientos?

-Sí lo he sabido. ¡Poco que hablaron de ello los “papeles”!

-¿Es cierto?

-¡Qué ha de serlo! ¿No me ven ustedes con vida? Es una mentira como una montaña. Yo no he estado sola ningún día de los de la revolución.

-¿Usted sabrá que, oficialmente, está muerta y que con ustedes cometieron toda clase de ultrajes?

Suelta una carcajada franca, a pleno pulmón, cuyo eco va retorciéndose por todas las hendiduras del monte inmediato:

-¡Se conoce que tienen poco de qué escribir!

-¿La enteraron a usted de que hay unos hombres presos y unas familias angustiadas bajo el peso de haberse cumplido tales desafueros?

Ahora se pone súbitamente seria y a sus ojos acude la emoción.

-Esa es una canallada. La señora de uno de los detenidos –doña Iluminada de Suárez- me escribió una carta, que no he contestado porque el caso que ella refería no era exactamente el mío. Existían algunas diferencias entre aquello y lo que a mí me ocurrió. Además, no escribí para no darle más aire a esto y porque nunca pude suponer que llegarían las cosas a los extremos que han llegado.

-¿Cómo se han portado con usted los revolucionarios?

-El que me llevó a mi casa se condujo con una nobleza y con una amabilidad que yo no sé cómo agradecerle. Si cien años viviera, cien años guardaría el reconocimiento por sus atenciones.

-¿Lo conoce usted?

-No. Pero si me lo ponen delante lo reconoceré en el acto.

-¿Cómo ocurrió lo de usted exactamente?

-Pues verá. Uno de los días de la revuelta, creo que fue el 9, no lo recuerdo bien, porque en aquellos momentos tremendos olvidaba uno hasta la fecha en que vivía, tuvimos que abandonar la casa porque decían que iban a bombardear aquella barriada.

-¿A dónde se encaminaron?

-A la calle del Rosal, que, como usted sabe, está situada detrás de la del Marqués de Santa Cruz. Marchamos utilizando la parte posterior de la casa. Yo, por miedo, me perdí unos momentos, hasta que me junté con otros vecinos de la calle del Rosal.

-¿Qué más?

-Estando todos juntos hablando de la conveniencia de estar fuera de Oviedo pasó un hombre que me dijo que era de San Claudio. Yo dije que de Trubia y que de buena gana iría a casa de mis padres; él contestó que, si yo quería, al día siguiente vendrían a buscarme para conducirme allí.

-¿Cumplió su palabra?

-Como lo había dicho. En su compañía me marche hacia Trubia.

-¿A qué hora?

-Como a las doce y media de la tarde.

-¿En automóvil?

-A pie.

-¿Cómo se habla entonces de un automóvil?

-Yo no sé nada de eso. Mi acompañante a petición mía y para andar menos procuró andar por lo más corto. Fuimos por La Argañosa y San Claudio.

-¿Solos?

-Sí; pero a cada paso veíamos a grupos de revolucionarios haciendo guardia.

-¿La molestaron algo?

-Al contrario. Cuando pasábamos por delante de las casas ocupadas por parientes o amigos de mi acompañante todos se desvivían por que entrase a descansar y a comer algo. Yo decía que no, pues deseaba llegar a mi casa inmediatamente, y entonces me animaban para que no me asustara porque nada malo me pasaría. También me decían que podía quedarme para pasar la noche y continuar el camino al día siguiente, ya más descansada.

-¿No paró usted nada?

-No. Seguimos caminando. Cuando ya habíamos pasado la fábrica de cañones de Trubia y llegamos a un sitio conocido por “Cataluña”, vi a un hermano mío, que agradeció al revolucionario lo que había hecho en mi favor. El quiso acompañarnos para dejarnos en casa, pero le hicimos desistir, porque ya se había molestado bastante caminando 13 kilómetros por cumplir su palabra.

-¿Pues usted sabrá que hubo requisitorias preguntando por las muchachas que hubieran desaparecido. Y como en Oviedo la única muchacha que se sepa que fue acompañada hasta su casa por un revolucionario es usted, resulta que están pagando faltas que no han cometido unos hombres y unas familias. ¿Se da usted exacta cuenta de lo que esto representa?

-Comprendo todo lo que me dice y créame que no sé cómo demostrarles mi agradecimiento.

El motivo de no escribirle a la señora que me envió la carta ha sido que ella mencionaba un automóvil, por lo cual creí que se trataba de otra.

-Es que doña Enriqueta Escandón ya ha declarado que a ella la llevaron en automóvil hasta San Claudio destacando el magnífico comportamiento de los sublevados, y de manera especial de José Suárez Campa, esposo de la señora que le escribió a usted.

-Yo declararé lo que le digo ante quien sea, porque responde a la verdad de lo que pasó. Yo no aplaudo la revolución ni conozco los motivos –si es que los hubo- que la hicieron estallar. Lo que sí digo es que el hombre que me acompañó a mi casa se comportó conmigo de una manera que no tengo palabras para elogiarlo como es debido, sobre todo en aquella ocasión, en que era peligroso atravesar de un lado a otro.

-¿Quiere usted hacerlo constar así?

-Ahora mismo.

En un papel que llevamos a mano, y que ella lee, firma lo siguiente:

“Es una canallada cuanto se ha dicho del comportamiento que con nosotras han tenido los revolucionarios. A mí me recogieron cuando estaba en la calle asustada por temor a los disparos y me llevaron a casa de mis padres, en Las Cuestas de Trubia.

Yo no he recibido de ellos más que atenciones que no sé cómo pagarles. –Josefa Alvarez.- El Escorial, 21 de abril de 1935.”

El nerviosismo aparece a la hora de la firma, y también la coquetería, muy de mujer, de “salir bien” cuando Mayo tira unas placas.

La “Voz de Asturias” de 26 de diciembre de 1935 publicaba lo siguiente:

Según nos refiere persona que nos merece absoluto crédito, ha sido abierto nuevamente el sumario llamado de las tres jóvenes desaparecidas del pueblo de San Claudio.

Afirma la persona que así nos informa que dos de estas jóvenes se han presentado a declarar en el Juzgado correspondiente y que la tercera está citada para que comparezca.”

Ahora…

Imparcialmente, con toda la emoción de quien realiza una obra humanitaria, pero desprovistos de sectarismos y de bajas pasiones políticas, decimos si es posible que continúen ni un día más bajo los efectos de tan espantosa acusación los que se hallan encartados en el proceso.

Racionalmente no hay más víctimas ni más cadáveres que los que hemos traído a estas cuartillas. Son los mismos que aparecieron en las referencias oficiales y de Prensa. Nadie se ha presentado al Juzgado correspondiente reclamado ni los desenterramientos realizados en la totalidad de los cementerios de Oviedo han dado el menor resultado. Pese a la descomposición ¿no hubiera sido posible hallar algún rastro de las desaparecidas? La respuesta tiene que ser fácilmente afirmativa y la lógica más inflexible dice que no aparecieron porque no habían desaparecido. ¿Qué ha motivado entonces las tremendas declaraciones que aparecen firmadas? Eso podrá saberlo el señor juez cuando sea llegada la hora de querellarse por calumnia.

Abril, 1935

Categorías:Artículo histórico, Octubre 1934

Etiquetado como:

1 respuesta »

  1. ES muy interesante, pero tengo una pregunta: ¿Dónde podría ver las fuentes? Me gustaría mencionar este artículo pero necesito saber las fuentes primigenias. Muchas Gracias por todo

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s