Josep Maria Cadena
El domingo se celebró el Día de la Provincia en Sabadell. “Aplec” de autoridades nacionales, provinciales locales; inauguraciones y parlamentos; placas conmemorativas y folklore de altura en su actual versión deportiva. Todo muy bonito y orientado a demostrar el amor que la Diputación siente hacia los municipios que de ella, más o menos dependen, también dirigido a poner de relieve como quieren los ayuntamientos barceloneses, allí representados por 309 alcaldes, los cuales se reunieron gozosos por poder compartir el pan, la sal y los discursos en tan fausta jornada y luego tener nuevos justificantes morales (“ep, que jo hi estava!”) para pedir ayudas del fondo de cooperación.
Siento gran respeto -aunque parezca lo contrario- por el concepto de Día de la Provincia, pero situado en su contexto histórico. Y éste lamentablemente para muchos, ya ha pasado. Creo que el Día de la Provincia cumplió unos objetivos muy interesantes, aunque algo demagógicos, cuando sirvió para acercarse a poblaciones pequeñas y con la excusa de la inauguración de una carretera, de una traída de aguas o de unas nuevas casas consistoriales y escuelas con viviendas para maestros, -obras muy necesarias, por otra parte, de las que aún hay muchas por hacer- se demostraba como la Diputación, madre solicita, velaba por todos sus hijos, desde el lejano palacio de la Generalidad. En los tiempos felices de tantas “primeras piedras”, el Día de la Provincia fue útil para mantener ilusiones e incluso para engendrar entusiasmos; especialmente cuando tenía desarrollo – repito- de reducido censo. Pero después con el uso y el abuso y en la entrada en juego de las ciudades cabezas de partido, cuyos alcaldes-diputados reclamaron para sí la gloria de organizar tales festejos -centralismo de comarca se llama la figura-, la celebración perdió muchas de sus características pintorescas y quedó en una fiesta más, que se repite de año en año porque el calendario de actos así lo manda. El Día de la Provincia es ahora, a ojos de hombre de la calle, una celebración burocrática, cuyo nombre se aprovecha para dar más relieve oficial a unos actos que de por sí ya lo tienen, dentro de poblaciones con suficiente peso específico para ser siempre noticia.
La mejor prueba nos la da Sabadell, ciudad con fuerza propia, donde la inauguración de una estación transformadora de basuras y del Palacio Municipal de Deportes tienen una entidad tal que para nada necesitaban del Día de la Provincia, adorno gratuito en este caso, cuando siempre tendría que ser la base…
Creo que, debido a las manipulaciones que ha experimentado, actualmente el Día de la Provincia es un nombre vacío de contenido práctico. Además a ello se une, ahora, la crisis en que, afortunadamente, entra la misma concepción administrativa de la provincia. El ministro de la Gobernación, señor Garicano Goñi, que presidió los actos celebrados el domingo en Sabadell, se ratificó en sus ya conocidas ideas sobre que hemos de caminar hacia un porvenir basado en la región y en la comarca. Hizo el elogio de la provincia y de lo que representa actualmente, pero para quien sepa entender también le cantó el funeral en vida. Puede ser que la provincia resista y nos entierre a todos, ya que el apego a los cargos y al poder, por pequeño que sea, de quienes los detentan, son el elixir de la eterna vigencia para las fórmulas periclitadas. Pero la realidad es que, si así ocurre no avanzaremos un solo paso…
El Día de la Provincia es en realidad un cadáver que anda y convendría encerrarlo en su panteón histórico, con todos los honores, si de verdad nos interesa el futuro. Puestos a hacer algo para promover ilusiones colectivas, que es la finalidad de muchos actos políticos, lo que interesaría en marcha, a mi entender, es de un Día de la Región. En el mismo, a nuestro nivel regional deberían participar las cuatro actuales provincias catalanes como mínimo, con asistencia de sus diputados y alcaldes en el mayor número posible. Y en un acto vivo y nada protocolario posible, afirmar la voluntad de acción conjunta, cuando menos en lo administrativo. El Día de la Región, según pienso, sería una prueba de confianza en las nuevas estructuras que se proponen ahora -las únicas viables para una tarea seria- y una afirmación del deseo de colaborar desde dentro, para que las normas y reglamentos a promulgar se adapten a la realidad y no resulten un nuevo corsé deformador a mayor tamaño de los actuales…
Diario de Barcelona, 10 de noviembre de 1970
Categorías:Artículo histórico