Roberto Arlt
Poco antes de entrar en Bermeo, mi acompañante extiende el brazo señalándome los cubos blancos desperdigados en un prado pirenaico:
—Éste es el Sanatorio de Locos.
Otro día, camino de Lezama, un segundo acompañante detiene el automóvil en la cima del monte, saca el brazo por la ventanilla y señalándome en el fondo del valle la estructura de cemento armado de una jaula titánica, me dice:
—Solamente la armazón con los cimientos cuesta ocho
millones de pesetas. Está destinado para sanatorio de enfer-
mos mentales.
—¿De toda España?
—No… Únicamente para las regiones vascas.
Camino de Pedernales, un tercer acompañante me adentra en un sendero y señalándome un precioso cuerpo de edificio encristalado, me ilustra:
—Destinado para los niños débiles, raquíticos y pretuber-
culosos de Vizcaya.
Otro día, antes de llegar a Gorliz, el caballero que me acompaña me dice:
—Si quiere, desviamos por aquí y llegaremos al Sanatorio
de Tuberculosos de Vizcaya…
—Gracias… sigamos de largo…
Una taberna cada 49 habitantes
Recorriendo Eibar, en compañía de un obrero calificado
de la fábrica de Olea, el cual ha vivido durante muchos años
en Buenos Aires, me pregunta:
—Es una curiosidad: ¿Usted casualmente no ha escrito
algo sobre el alcoholismo en Vizcaya?
—Absolutamente, ni una línea.
—Bueno; cuando llegue a Bilbao vaya a la Biblioteca de
la Diputación y pida el folleto editado por la diputación de
Vizcaya sobre «Alcoholismo». El problema es dramático.
Los diarios vascos no escriben una palabra sobre el asunto;
yo pertenezco al Partido Nacionalista, pero tengo que reco-
nocer que el partido tampoco ha intentado poner remedio
y las masas vascas se están envenenando lentamente con el
vino.
Yo me doy una palmada en la frente. Ahora me explico
los sanatorios para dementes, raquíticos y tuberculosos.
Mi informador prosigue:
—Vizcaya produce un demente por semana; los sanato-
rios regionales son pequeños para contener la masa de en-
fermos que sobran y se envían a Santa Águeda de Valladolid
y Pamplona.
Mi acompañante prosigue:
—Le mostrarán de aquí todo lo que usted pueda elogiar,
pero nadie le hablará de las tabernas. Y las tabernas están
destruyendo a la raza vasca. Cuando volví de Buenos Aires
y llegué a Vitoria y escuché los primeros coros de trabaja-
dores borrachos yo, que en la Argentina me había olvidado
del alcoholismo, me dije:
«¡Qué desgracia! ¡Cómo se conoce
que estoy llegando a mí país!».
—Siga compañero.
—Aquí se bebe por hacer alarde de hombría. Al que no se
emborracha se le conceptúa afeminado. Si usted entra a las
tabernas, encontrará mozos de quince años completamente
alcoholizados. Las muchachas van a buscar a sus novios a
las tabernas para arrancarlos del mostrador. Se bebe en can-
tidades prodigiosas.
De vuelta a Bilbao, voy a la Biblioteca y pido el folleto
editado por la Diputación de Vizcaya. Reproduzco: «Mu-
chos Ayuntamientos forman su presupuesto a base de los
Derechos del Vino».
Ahora se explica la actitud simultáneamente remisa del
clero y del Partido Nacionalista vasco en afrontar el dra-
mático problema. La provincia de Vizcaya consume anual-
mente 4.536.343 litros de vino, por 393.021 habitantes; es
decir, más de once litros y medio por individuo. La cifra
es aparentemente insignificante; pero ubica a Vizcaya en el
segundo lugar de Europa entre las naciones más consumi-
doras de alcohol. En la provincia de Vizcaya, hallamos 2.714
establecimientos que expenden bebidas alcohólicas, lo cual
hace un término medio de 151 habitantes por tabernas.
Pero dicho término medio no es el porcentaje real pues exa-
minando la larga lista del Ayuntamiento encontramos que
el pueblo de Villaró, con 792 habitantes, cuenta 16 tabernas,
o sea 1 por cada 49 vecinos; Gorocica, con 505 habitantes
cuenta 9 tabernas, o sea 56 habitantes por tasca; Lequeirio,
con una población de 4.110 habitantes, 66 tabernas, o sea
una taberna cada 62 pobladores. Estas proporciones reales
son aterradoras porque en el cómputo de población entran
todos los habitantes de un término municipal, los que no
beben, las mujeres y los niños. No hay que olvidar que las
mujeres y los niños constituyen del 60 al 65 por ciento de
la población anotada en los índices con cifras redondas. De
manera que el índice de once litros y medio de vino por
habitante se multiplica varios cientos de veces. Encuentro
razón, ahora, en las palabras del obrero de Eibar, que termi-
nó su conversación diciéndome:
—Para suprimir el alcoholismo en Vizcaya, sería necesa-
rio acordonar de tropas a los pueblos y ahorcar en un mismo día a todos los taberneros.
Categorías:Artículo histórico