José Miguel González Soriano*
Durante casi un sexenio, entre finales de 1925 y comienzos de 1931, el periodista y escritor Luis Bello (Alba de Tormes, 1872–Madrid, 1935) protagonizaría en las páginas del diario El Sol una resonante campaña en pro de la enseñanza pública, a lo largo de una serie de crónicas tituladas «Visita de escuelas». A modo de reportaje seriado, Bello fue recorriendo los centros educativos primarios de casi toda España para denunciar, en los años de la dictadura de Primo de Rivera, sus muchas lacras y deficiencias, ya fuese por el material, por el maestro o por la miseria de sus alumnos. El reconocimiento y la adhesión que poco a poco logró concitar en torno a su «cruzada» –como se la denominó entonces– por lograr una mejor educación para el pueblo, se traduciría en la convocatoria de un homenaje nacional y en la construcción, mediante suscripción popular, de una casa para Bello, además de la compilación de su obra en cuatro volúmenes bajo el título Viaje por las escuelas de España.
El éxito acompañaba así a la empresa de un autor que, en el momento de emprender tan elevada misión, poseía ya una amplia trayectoria dentro del mundo de la prensa: abogado de joven en el despacho del político liberal Canalejas, inició su verdadera vocación –la periodística– en el significativo año de 1898, ejerciendo como cronista parlamentario en el Heraldo de Madrid, al tiempo que firmaba sus primeros trabajos en buen número de revistas literarias de principios del XX. Pasó después a El Imparcial, al que perteneció en tres épocas diferentes y llegó a dirigir su famoso suplemento de «Los Lunes». Corresponsal en París del diario España, con las crónicas allí surgidas compondría su primer libro, El tributo a París (1907), al que seguiría posteriormente Ensayos e imaginaciones sobre Madrid (1919). Fundador de Europa (1910) y de la Revista de Libros (en dos etapas, antes y después de la Gran Guerra), la dictadura de Primo de Rivera le sorprendería en Bilbao dirigiendo El Liberal de aquella provincia –cuya gerencia corría a cargo de Indalecio Prieto, futuro ministro socialista–, dirección a la que renunciaría tras decretarse la censura previa informativa, restringiendo gravemente la libertad de expresión de diarios que, como en el caso de El Liberal, desde un principio declararon su oposición a la sedición militar.
Ya de regreso en Madrid, no pudiendo abordar en sus artículos los grandes temas políticos y de actualidad, Bello comenzaría su periplo escolar como una forma de animar la crítica en la Dictadura y de caldear el sentimiento liberal del país, elevando el problema de la educación –como corresponde– a una cuestión de primer orden. Viajero y espectador, Luis Bello fue recogiendo sus impresiones acerca de la cruda realidad imperante en la escuela pública primaria, sobre todo en el ámbito rural: locales poco dignos y adecuados, maestros voluntariosos pero insuficientes, escasez de material para la enseñanza, enorme absentismo debido a la pobreza de las familias, desinterés general por parte de las instituciones… Su obra puede definirse, en conjunto, como un libro de viajes, de psicología experimental, educación y etnografía, pues Bello no hace referencia solamente a la escuela de cada lugar, sino también –inspirado en Antonio Ponz y en viajeros ingleses como Ford o Borrow– a sus paisajes, monumentos, costumbres e historia. La escuela era, sin duda, un gran tema y, además de un ámbito cultural y social, constituía también –por supuesto– una cuestión política. Bello opinaba que correspondía al Estado el papel de alfabetización y culturización de un país, de ahí que se confesara partidario y defendiera la escuela pública nacional a pesar de que, dada la evidente debilidad de los organismos públicos, incidiría continuamente, a lo largo de sus viajes, en la idea de estimular una «acción social» para asumir las cargas de la implantación y generalización de una enseñanza que consideraba vital e imprescindible; y que era preciso en ese momento llevar entre todos.
La educación supondría la clave regeneradora de aquella «enorme masa de gentes iletradas cuya capacidad de cultura –dirá Bello– es para nosotros un misterio y para ellos una tragedia». [1] Al proclamarse la II República, llegaría para él la hora de la política activa, abriendo un «paréntesis indefinido» a la visita de escuelas. Diputado a Cortes dentro del grupo azañista, durante el primer bienio ocuparía diversos cargos de responsabilidad como la vocalía del Patronato de Misiones Pedagógicas –como parecía natural, dada su dedicación previa a los problemas de la escuela– y la presidencia de la Comisión dictaminadora del primer Estatuto para Cataluña. En relación con el tema educativo, el 16 de junio de 1931 celebraba, desde las páginas de Crisol –su nueva tribuna periodística, tras el cambio de propiedad de El Sol, a manos monárquicas, en la antesala del nuevo régimen– una gran noticia, recompensa a muchos de sus esfuerzos: un decreto promulgado por el ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo, ordenando la creación de 27.000 escuelas, de las cuales 7.000 deberían de estar listas antes del 31 de diciembre –y como prueba del interés estatal, al comenzar en septiembre el nuevo curso escolar había funcionando ya 3.500 escuelas nuevas–: «Para mí –asegurará– esto bastaría a justificar el trastorno de un cambio de régimen. La escuela del pueblo solo logra crearla el pueblo en el Poder».
En una entrevista concedida pocos meses después, Luis Bello declaraba, a la pregunta de si la Dictadura había recogido algo de su campaña, que aquella «no tenía un programa ni un fin que cumplir en realidad y comprendo que para ello podía ser popular la inauguración de escuelas y la construcción de locales para las mismas. Lo poco que hizo, fue de una manera aparatosa, pero sin ir al fondo del problema, procurando en concreto no perjudicar a las Asociaciones religiosas […]. Las escuelas no llegaron nunca a serlo en definitiva, cosa que pasa casi siempre: se hizo algún ruido a favor de la escuela, pero dejó el terreno abonado para la República que hará una labor útil» [2] Sin embargo, y en contra de lo que podía preverse, ésta no supuso una etapa nada fácil para él, que tanta fe tenía en la misma para cimentar el desarrollo de la enseñanza pública. Su adhesión a posturas comprometidas –y antipopulares en muchos casos–, como la defensa del Estatuto catalán o del laicismo en la educación, le generó problemas y descalificaciones. La Iglesia, en su batalla con el Estado por el control de la enseñanza, fue para Bello diana de censuras y críticas; y sobre ello escribió en más de una ocasión durante su campaña escolar, y desde el diario Luz en la República. Las Órdenes religiosas –que regían la mayoría de centros educativos– aparecían ante sus ojos como una amenaza y consideraba que, con la implantación durante la República de nuevos organismos docentes, el carácter laico debía de imponerse; emprendiendo por ello una intensa campaña en demanda del cumplimiento inmediato, por parte del Gobierno, del precepto constitucional que establecía la sustitución de las Órdenes religiosas en la enseñanza, cuestión sobre la que incidiría en gran número de artículos.
El problema de las construcciones escolares, que Luis Bello conocía bien por sus viajes, sería abordado por él desde la prensa y desde el frente parlamentario. Ante la ordenación publicada en La Gaceta a comienzos de 1933 sobre el plan de construcciones escolares (400 millones para 20.000 escuelas), Bello sostenía que, con la sustitución de la enseñanza religiosa, España precisaba más de esas veinte mil escuelas, siendo necesario variar las normas para la construcción de las mismas, a su juicio excesivas y costosas. «En Luz y en las Cortes», titulará taxativamente un editorial firmado en Luz el 21 de enero de 1933: «Y cuando yo expongo una solución radical, pero bien sencilla, el Sr. ministro de Instrucción me dice: Hay que llevar eso a las Cortes. –Muy bien; irá a las Cortes el asunto. Precisamente creo que su decreto de ordenación administrativa debió ser proyecto de ley, y, por tanto, ir derecho a las Cortes». El Socialista le dedicaría entonces una violenta serie de artículos, defendiendo la gestión económica del titular de Instrucción, su correligionario Fernando de los Ríos. La controversia llegaría hasta el Consejo de Ministros, que acordaría redactar una nota oficiosa amparando a De los Ríos y evitar así la crisis política. [3]
En la Cámara, el principal debate se suscitó el 17 de febrero de ese año a partir de la interpelación de un diputado radical, Francisco de Agustín, acerca de la campaña que mantenía el diario Luz criticando con dureza la política de construcciones, presentando el referido parlamentario una moción a la política oficial del Ministerio por su tendencia a la suntuosidad constructiva («escaparates de la República», decía) y por la escasa calidad de los edificios, provocando al mismo tiempo que el inductor de la polémica, el diputado y periodista Luis Bello, interviniera en el debate. Éste era consciente de la instrumentación política que el representante radical hacía de la cuestión; y en el hemiciclo, ante lo comprometido de la situación creada, sin querer erosionar a los partidos en el poder Bello se remitiría al origen de su posición en torno al tema, en los tiempos de la Dictadura; y aludió a su compromiso futuro por seguir defendiéndola:
Señores Diputados, como tengo por norma aceptar hasta las últimas consecuencias de mis actos, miro con serenidad la difícil situación en que se me coloca y estoy dispuesto a no agravar esta dificultad con ninguna palabra mía […] No hay nada personal; no hay nada absolutamente personal. Comencé mi campaña de las escuelas en plena Dictadura; la he llevado siete años seguidos […] es una campaña mía, una campaña periodística que no creo que termine ni en un año ni en dos años; espero seguir realizándola durante mucho tiempo, hasta que haya ministros de la República que sigan, en lo principal, las líneas que he dado con bastante anterioridad […]
Yo pertenezco a la redacción de Luz, soy su director eventualmente. Al encargarme de su dirección renuncié a la presidencia de la minoría de Acción Republicana, y quedé en completa libertad para mis campañas periodísticas. Y he de decir que cuando una empresa pone en nuestras manos un gran periódico de opinión, los periodistas debemos darle lo mejor de nuestro espíritu, de nuestra acción personal y de nuestro conocimiento y experiencia de la vida. Yo he llevado a mi periódico esta campaña de las escuelas porque es lo mejor que tengo, lo más puro y lo más arraigado en la simpatía y en el asentimiento nacional. [4]
La disputa parlamentaria llevó a la entrada en debate del dirigente socialista y pedagogo Rodolfo Llopis, quien procuró mostrar la falta de información de los intervinientes y aportó datos sobre la política republicana en la materia. También llegó a participar en el debate Bartolomé Giner de los Ríos, arquitecto en la Oficina Técnica de Construcciones Escolares, el cual rebatió a Luis Bello con datos sobre las escuelas de Madrid, poniendo de manifiesto la escasa consistencia –en su opinión– de los argumentos que se habían vertido en Luz. Incluso, el ministro, Fernando de los Ríos, llegó a pronunciarse sobre la cuestión, tras el discurso de rectificación de Bello en la sesión del 24 de febrero –su intervención más larga en el Parlamento–, para evidenciar la «pasión personal» a la que el cronista, según él, no había sabido sustraerse.
Tal vez, como afirma Agustín Escolano, el entusiasmo de Luis Bello y su mayor lucidez estaban en el periodismo, «en la observación y denuncia de las miserias que el pueblo sufría secularmente, y su voluntarismo bienintencionado no siempre le conducía a acertar en las actitudes políticas». [5] Las expectativas que tenía puestas en el régimen republicano se vieron, como en tantos otros casos, frustradas en parte, sobre todo en el segundo bienio; pero nunca llegó a perder la fe en ella, ni siquiera cuando fue encarcelado en Barcelona, junto a su jefe de filas Manuel Azaña, en octubre de 1934, acusados ambos de haber participado en la sublevación del Gobierno de la Generalitat; ni contempló la posibilidad de una vuelta hacia atrás en el decurso de la historia de nuestro país. En muchas ocasiones, Bello achacaría la causa de sus dificultades a faltas heredadas del gobierno de la Monarquía. Su trayectoria periodística durante el nuevo régimen no fue menos azarosa, debido a la creciente debilidad y mayor escasez de la prensa de izquierdas, en comparación con la de signo derechista: tras colaborar en Crisol y dirigir Luz durante el primer bienio, a partir del verano de 1933 vio limitada su presencia en los medios a escasas colaboraciones en diarios de provincias, además del bonaerense La Nación, uno de los más prestigiosos de habla hispana. Su última aventura periodística fue el semanario Política, órgano de Izquierda Republicana, que dirigirá en 1935 hasta poco antes de sobrevenirle la muerte, el 5 de noviembre de ese año.
Con su fallecimiento, cerraba su ciclo un periodista, político y escritor que supo asumir los postulados del regeneracionismo desde posiciones laicas y liberales. A caballo entre la generación finisecular y la novecentista, Bello fue un espectador crítico de la sociedad del primer tercio del XX, denunció la realidad que precedió a la República y contribuyó a crear, desde el periodismo, una conciencia nacional en torno a la educación del pueblo que no tenía precedentes en la España contemporánea.
*universidad complutense de madrid
[1] Luis Bello, «Anteproyecto. Para una Sociedad de Amigos de la Escuela. II.- Los medios», El Sol, 9-12-1925.
[2] J. Benjumea Román, «Al servicio de la escuela. Hablando con Luis Bello», La Calle, Barcelona, 13-11-1931
[3] Manuel Azaña, Diarios completos. Monarquía, República, Guerra Civil, Barcelona, Crítica, 2000, entrada del 27-1-1933, p. 696
[4] Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº297, sesión del 17-2-1933, pp. 11.243-11.244.
[5] Agustín Escolano, «El programa regeneracionista de Luis Bello», en Luis Bello, Viaje por las escuelas de Castilla y León, ed. cit., p. 38. Valladolid, Ámbito, 1995
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