Soledad Fox Maura*
Los secretos no cambian nada. Cambian si haces una biografía de verdad, pero mejor hacerla cuando el biografiado haya muerto.
Era una tarde calurosa de julio de 2011 en Madrid. En el Museo del Prado, el filósofo francés Bernard-Henri Lévy tomaba la palabra ante un auditorio atestado. Era un acto de homenaje póstumo. El público asistente estaba salpicado de políticos, intelectuales y empresarios que habían venido a despedir al homenajeado.
Cualquier espectador casual podría haberse llevado la impresión de que Lévy estaba rindiendo honores a varias personas distintas: un republicano español, un superviviente de Buchenwald, un intrépido agente clandestino, un escritor famoso, un candidato al Oscar y un gran pensador europeo. Pero estaba, simplemente, describiendo y señalando las múltiples facetas de una sola persona: Jorge Semprún.
Semprún había fallecido unas semanas antes en París, y los principales homenajes conmemorativos habían tenido lugar en Francia, su patria adoptiva. Pero había algo especialmente conmovedor en la reunión de dignatarios y pensadores en el Museo del Prado, a tan solo unas pocas manzanas del lugar donde Jorge Semprún —y su madre antes que él— se habían criado en un entorno acogedor y lleno de facilidades. Entonces ignoraban felizmente el violento siglo que les esperaba. Ochenta y siete años más tarde, en el paseo del Prado se alineaban los mismos árboles, y los elegantes balcones de la antigua casa de los Semprún se asomaban, impertérritos, a las tranquilas calles en el atardecer.
Si Jorge Semprún hubiera sido pintor, quizá París le habría dedicado un museo en alguno de los antiguos palacetes del barrio de Saint-Germain-des-Prés. Como Picasso, Semprún fue un icono español de talento creativo, compromiso político y profundo magnetismo personal en el siglo XX, que hizo de Francia su país adoptivo. Los franceses, que no siempre han sido los más pluralistas, recibieron a Semprún con entusiasmo y durante décadas le colmaron de oportunidades y premios. Se convirtió en una de las estrellas residentes de la intelectualidad parisina, un escritor elegante y aristocrático; un héroe y un superviviente de un campo de concentración. Le buscaban estrellas de cine como Yves Montand y políticos como el primer ministro Dominique de Villepin.
Poco después del estallido de la Guerra Civil en el verano de 1936, la familia de Semprún, republicana, huyó a Francia. En el exilio, aún adolescente, aprendió francés a la fuerza. Fue un brillante estudiante de Filosofía. En 1939, la Guerra Civil había terminado con la victoria de Franco y la derrota de la República, y la Segunda Guerra Mundial estaba destrozando Europa. Semprún se unió a la resistencia francesa tan pronto como pudo, confiando en que el fin del fascismo liberaría también a España. En octubre de 1943 fue detenido por la Gestapo y deportado a Buchenwald, donde permaneció hasta que el ejército estadounidense liberó el campo en abril de 1945.
Su experiencia como deportado fortaleció aún más su identidad política y su solidaridad con el Partido Comunista. Se convirtió en un militante activo y con el tiempo llegó a ser uno de los líderes del Partido Comunista de España (PCE). Durante años fue un agente clandestino valiente y leal, y organizó en secreto a la juventud de la España de Franco, pero en 1963, tras expresar su decepción con la estrategia del partido, fue expulsado del mismo. Una vez liberado del anonimato forzoso al que le obligaban sus actividades clandestinas, se reinventó como novelista y publicó su primer libro, sobre la deportación a Buchenwald, El largo viaje. Seguirían más de una docena de obras autobiográficas y guiones de cine; la mayoría de ellas, memorias noveladas que aluden a sus experiencias en Buchenwald. Casi todas fueron publicadas originalmente en Francia por la prestigiosa editorial Gallimard y traducidas posteriormente a muchos otros idiomas. Solo dos de sus libros fueron escritos originalmente en castellano.
A través de sus textos, y de los cientos de entrevistas y conferencias que dio, Semprún se forjó una reputación internacional como escritor, superviviente y autoridad moral. Era alguien que conocía a fondo los sistemas fascista y comunista, y que tenía la formación, el tiempo y el interés necesarios para reflexionar sobre las crisis del siglo XX. Explotando sus propios recuerdos, contribuyó reiteradamente a la lucha colectiva contra el olvido del Holocausto, y gracias a su obra y a su actividad política fue galardonado con el Premio Jerusalén, nombrado miembro de la Academia Goncourt y distinguido con el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, entre otros honores. Felipe González, el primer presidente del gobierno socialista que tuvo España tras la muerte de Franco, nombró a Semprún ministro de Cultura durante su segundo mandato. Hoy se reconoce ampliamente a Semprún como una de las principales figuras intelectuales y políticas europeas del siglo pasado y comienzos de este, y como un testigo elocuente y lúcido de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y los regímenes totalitarios.
Las duras experiencias que vivió tenían como contrapunto un toque de glamour que a menudo le rodeaba. Jorge Semprún, o Georges, como se le conoce cariñosamente en Francia, era excepcionalmente atractivo y podría haber sido galán de cine, como se lo había propuesto Marguerite Duras. No quiso ser actor, pero fue candidato al Oscar por el guión del thriller político dirigido por Konstantinos Costa-Gavras, Z. No le hacía falta ser estrella de cine cuando su amigo Yves Montand estaba dispuesto a encarnar a sus protagonistas, empezando con su película autobiográfica La guerra ha terminado (1966), dirigida por Alain Resnais.
Como escritor, Semprún transformó su vida. Dejó de preparar informes secretos para el partido, en español, y optó por la escritura de libros en francés que se convirtieron en imprescindibles de los escaparates de La Hune y otras librerías emblemáticas de París. Todos estos factores se juntaron para hacer del autor un héroe a la medida del París de la posguerra y de la Guerra Fría: un hombre atractivo, de palabra y de acción que había cambiado los pasaportes falsos y las maletas de doble fondo de su época clandestina en la España franquista por los cafés de los bulevares parisinos, Les Deux Magots y el Flore. Gracias a los programas literarios de televisión como Apostrophes y Bouillon de culture, de Bernard Pivot, el nombre de Semprún se hizo famoso en Francia. En Alemania también se le veneraba. Con su formación de filósofo y su alemán impecable, dio muchas conferencias en el país germano. A los alemanes les fascinaba que este superviviente de un campo nazi les explicase la historia del siglo XX, el bien y el mal, con tanta pasión y elocuencia. Escribía en francés y vivía en París, pero era español y no era judío. Su punto de vista era único.
Los biógrafos ya no se dedican exclusivamente a redactar crónicas del nacimiento, el matrimonio, el divorcio (o matrimonios y divorcios) y la muerte del sujeto biografiado. Por lo general, toda esta información puede encontrarse, con más o menos errores, en la Wikipedia u otras fuentes en internet. Este libro presenta algunos datos básicos, pero pretende interpretar, más que resumir, la información hasta ahora disponible, y añadir facetas nuevas gracias a documentos de archivo no accesibles hasta ahora. Actualmente, no existe ningún estudio que contraste en profundidad la experiencia real de Semprún con su obra literaria, que examine los enigmas y paradojas que conformaron su vida. ¿Qué impulso le guiaba? Quizá sea solo ahora, después de su muerte, cuando realmente nos sea posible indagar y reflexionar sobre su legado con algún tipo de objetividad.
Semprún fue un maestro de la autobiografía y tanto sus admiradores como los críticos han tomado las versiones que él presenta de su propia vida como hechos reales. Esta biografía intenta ampliar los contextos que el autobiografiado nos ofrece. Discurre cronológicamente y se construye sobre material inédito de archivo, decenas de entrevistas con familiares, amigos íntimos, políticos, escritores, cineastas e historiadores de Francia, España, Estados Unidos y Reino Unido. También contrasta la vida y la obra de otros deportados y comunistas, y la obra de Semprún: sus novelas, sus textos de no ficción, sus guiones y su película Las dos memorias. Se señalan las disparidades entre los hechos históricos y su deslumbrante autoimagen literaria. Se incluyen fuentes orales, impresas y fotográficas procedentes de colecciones públicas y privadas de varios países; entre ellos, Rusia.
Semprún afirmaba ser un exiliado desarraigado que se había inventado a sí mismo desde cero. Solía decir que lo único que había heredado de su familia era un ejemplar de El Capital de Marx, propiedad de su padre. Sin duda, este libro fue primordial en su destino político, pero, si atamos cabos, también heredó la profunda vocación política de su padre, su abuelo, su tío materno y su cuñado. Como dice Juan Goytisolo, «dentro de su gen, había un gen político, por decirlo de alguna manera».[2] Otra parte de su legado familiar fue una educación de primera clase, un enorme privilegio del que se vieron privados sus hermanos menores. Solo teniendo en cuenta su historia familiar es posible empezar a entender su relación con la política. Esta biografía presta especial atención a algunos aspectos personales de su vida que no se han valorado lo suficiente. Se pone en cuestión la idea imperante de que la identidad de Semprún se forjó a partir de 1936 (el estallido de la Guerra Civil española) en adelante. Esa fecha resulta un gancho atractivo para cualquier narración, pero el molde de Jorge Semprún se había fundido mucho antes. Pondré en contexto, por primera vez, su infancia y sus orígenes políticos, y rastrearé sus antecedentes familiares para señalar algunos paralelismos sorprendentes entre la vida de Semprún y la de su famoso abuelo Antonio Maura, hombre de origen mallorquín que, gracias a su gran determinación e inteligencia, llegó a ser presidente del gobierno de España varias veces, a lo largo de dos décadas. Al igual que su abuelo, Semprún tuvo una trayectoria política importante, tanto en su papel de revolucionario profesional como en el de ministro de Cultura. E, igual que su abuelo, nunca quiso comprometer sus ideales. Lo que resulta excepcional en la vida de Semprún no es que coincidiera con un gran número de convulsiones históricas que definieron su época, sino que se implicara tan asiduamente en ellas. Su sentido altamente personal de la integridad le llevó a romper relaciones tanto con aliados políticos como con miembros de su familia. Sobrevivió a varias rupturas definitivas y dolorosas: con el Partido Comunista de España (PCE) y con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), así como con su padre, con su hermano favorito, Carlos, y con su único hijo, Jaime. ¿Cuál fue el coste personal de estas rupturas? ¿Era Semprún un camaleón político? ¿Se consideraba a sí mismo un fracasado o un hombre exitoso? ¿Cuál era su relación con el poder?
Hay algunos temas que definen su personalidad a lo largo de las diferentes etapas de su vida. En cada uno de los contextos en los que se encontró, Semprún buscó una forma de destacar por encima de quienes le rodeaban. De sus siete hermanos, es él, afirma, a quien su madre y su padre designaron como futuro escritor y político: era el hijo elegido. En París, a finales de la década de 1930 fue un estudiante de Filosofía excepcional; en Buchenwald (1943-1945), su capacidad para hablar alemán con fluidez y su trabajo de oficinista, relativamente cómodo, le confirieron enormes ventajas sobre otros prisioneros. Dentro del PCE (1952-1962), su sofisticación y su nivel cultural le llevaron a convertirse en el mítico Federico Sánchez, el agente encargado de seducir a los estudiantes universitarios burgueses y transformarlos en activistas antifranquistas. Siendo el hombre más buscado de España, Semprún/Sánchez se escondió a plena luz en un Madrid repleto de policías. Durante diez años desarrolló sus actividades «clandestinas» con impunidad torera, vestido con elegancia parisina y viajando en automóviles ostentosos, casi retando a la Guardia Civil a que le encontrara. Sin ninguna duda, estas actividades entrañaban cierto riesgo, pero también le concedieron el papel más glamuroso dentro del partido, y encajaban perfectamente con su lado más aventurero. Nunca fue detenido.
Mientras sus compañeros comunistas españoles exiliados en París vivían en apartamentos de la periferia de la ciudad, Semprún vivía con gran comodidad y estilo en el centro. Tras dejar el partido, desde 1963 y hasta su muerte en 2011, se convirtió en un renombrado y galardonado novelista/memorialista/guionista candidato a un Oscar. En 1988, cuando ya se podría haber jubilado, se lanzó a una nueva aventura política: Felipe González le invitó a ser ministro de Cultura de España, cargo que aceptó y ocupó hasta 1991.
Entre todos los elogios y las muestras de admiración por sus logros y su valentía, existen algunas voces aisladas que han cuestionado el carácter de sus actividades en Buchenwald, su grado de honestidad al escribir sobre el campo y su papel en el PCE. Dado el alcance de su éxito, es posible que algunos de sus detractores hayan estado movidos simplemente por la envidia. Es fácil imaginar a sus contemporáneos cuestionando su excepcional talento y su fama. ¿Fue únicamente la envidia lo que motivó las críticas o había algo más sustancial?
Hay respuestas en sus textos, pero los relatos de la compleja obra autobiográfica de Semprún no pueden tomarse como hechos históricos puros, ni tampoco como mera ficción. Sus obras son una mezcla de experiencias vestidas de literatura, un tapiz de ficción y recuerdos. Al analizarlas, hay que proceder cuidadosamente, sobre todo si pretende establecerse algún contexto histórico y separar los hechos de la fantasía. Semprún fue uno de los grandes seductores del siglo XX y resulta tentador creerse todo aquello que escribió. Se convirtió en un experto del camuflaje, aprendió a sobrevivir en condiciones terribles, cambiando tranquilamente de identidad y de nombre cada vez que sabía que su vida pendía de un hilo. ¿Cuál fue su relación personal con el trauma, la memoria y el olvido?
También hay que tener en cuenta el grado de autocensura que resulta natural para alguien que se encuentra como en casa en el mundo clandestino. Sus versiones de los hechos a menudo dan la impresión de ser relatos personales, íntimos, pero son muy selectivos y omiten una y otra vez elementos biográficos clave. Sus narradores hablan casi siempre en primera persona y apenas mencionan ningún tipo de vida familiar: siempre es «yo». Sin embargo, Semprún fue hermano, marido, padre y abuelo. ¿Qué otros aspectos de su vida habrá mantenido fuera?
Las preguntas que vertebran esta biografía giran en torno a los enigmas que Semprún nos dejó después de su muerte. ¿Qué le llevó realmente a unirse a la Resistencia? ¿Qué papel desempeñó dentro de la organización comunista en Buchenwald? ¿Hasta qué punto están basados sus libros en sus recuerdos personales, o en información de segunda mano sobre los campos de concentración nazis? ¿Cuál es su estatus dentro de la cultura del Holocausto, como no judío y como escritor cuyo testimonio está altamente novelado? ¿Qué cualidades de su obra y de su personalidad le granjearon tanto éxito en Francia? ¿Qué ofreció al discurso europeo? ¿Cuál es su legado?
* Fragmento de la introducción
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Categorías:Libros