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Cien años del hombre más fiable de América

Walter Cronkite

Se puede decir que una carrera ha sido un éxito cuando uno puede volver la vista atrás y decir: “Mi paso ha dejado huella”. No creo que esté en mi mano hacer tal cosa. En aquellos primeros días de la televisión todos nosotros sentíamos, estoy seguro, que estábamos estableciendo una serie de estándares que sería seguidos por futuras generaciones de nuevos profesionales, o que al menos tendrían influencia en ellas. Cuán fácilmente fueron éstos ignorados por los Van Gorgon Sauter y quienes pensaban que era necesario imitar a los demás para competir con ellos.

La tendencia al infoentretenimiento se ha visto exacerbada en años recientes por la lucha de las cadenas por aferrarse a una participación viable en una tarta cada vez menor. El cable, las emisoras independientes, cada día más importantes, y las grabaciones de vídeo han reducido la audiencia total de las cadenas a escasamente la mitad de lo que fue originalmente. Los departamentos de noticias han pasado de ser los líderes en pérdidas de mi etapa a ser una gran fuente de ingresos, y la dirección considera hoy más importante la audiencia que el prestigio.

No envidio a esos muchachos periodistas serios que, a ambos lados del micrófono, se ven obligados a vivir en medio de este ambiente. Les pasan por las narices la humillación a la que se ven sometidos por sus directores todos los días cuando las emisoras propiedad de las cadenas emiten las “noticias” de sus agencias periodísticas, esencialmente telebasura sensacionalista, en horas punta de la noche, antaño ocupadas por auténticos informativos. Se trata de un desalentador mensaje acerca de los gustos, las preferencias y el sentido de responsabilidad de los jefes de las cadenas dirigido por los ejecutivos a la sala de redacción.

Los periódicos, bajo la presión similar de una menor difusión, son también culpables hoy en día de la trivialización de la información. Buena parte de las noticias atiende a “fórmulas” predeterminadas y muchas de ellas se condensan en columnas del tipo “Lo que sucedió hoy”. A mediados de los años noventa esto provocó un aluvión de críticas contra la prensa, pero en su mayoría fueron dirigidas, erróneamente, contra los periodistas. El problema básico se encuentra, una vez más, en la letra pequeña.

La vergüenza es que la mayor parte de nuestros periódicos, por una serie de razones comprensibles (entre las cuales, y no es la menos importante, se encuentran unos impuestos de transmisión prácticamente confiscatorios), han pasado de manos de editores individuales a las de grandes cadenas. Estos mastodontes corporativos se ven forzados por sus accionistas y la letanía de los noventa -”quiero más”- a buscar unos beneficios en expansión continua. Es evidente que los beneficios son necesarios para la supervivencia de cualquier institución, pero la codicia de los accionistas exige hoy superbeneficios, una “maximización” de los mismos.

Por lo que se refiere al periodismo, la prensa y la radiodifusión son servicios públicos esenciales para el feliz funcionamiento de nuestra democracia. Es un sarcasmo que se les exija que sean rentables, como cualquier otra inversión en la bolsa.

Para participar en el juego del ajuste, los consejos y sus ejecutivos les niegan a sus directores de noticias la financiación necesaria para servir a sus consumidores como Dios manda. Reducen la cantidad de espacio disponible hasta que los editores carecen de un tiempo suficiente para las noticias que han de cubrir. Los buenos reporteros, redactores y editores están tan dispersos que no pueden dedicar el tiempo necesario a desarrollar las historias que el público necesita y merece. Una prensa más responsable depende no de los periodistas individualmente, sino de unos propietarios más responsables. Ésa es la verdadera letra pequeña.

(…)

¿Sobrevivirá el núcleo periodístico en el cambiante entorno económico del futuro? En la última década las cadenas han introducido recortes en los presupuestos de los noticiarios, respaldando a la vez y al unísono el surgimiento de programas sensacionalistas, una grotesca caricatura de la auténtica información. Guardan la misma relación con los programas informativos que el Enquirer con The New York Times.

Desafortunadamente, al tener como objetivo el denominador común entre la audiencia potencial, estos repugnantes programas atraen a las audiencias y ganan dinero. Los ejecutivos de las cadenas y las emisoras locales, financieramente apurados, probablemente cotejen las cifras de audiencia de los tabloides con un destello de envidia en los ojos, preguntándose si no será ése el camino a seguir. El peligro, por supuesto, es que lo malo rentable tiende a desplazar a lo bueno no rentable o marginalmente rentable.

El principal problema es, simplemente, que las noticias emitidas por televisión son un mal sustituto de un buen periódico. No es arriesgado afirmar que la dependencia del público de la televisión, por lo que a estar informado de lo que ocurra a su alrededor se refiere, pone en peligro nuestro sistema democrático. Si bien la televisión ensombrece a los demás medios por su capacidad de mostrar en imágenes a la gente y los lugares donde ocurren las cosas, fracasa a su vez cuando de exponer y explicar las noticias más complejas se trata.

Fragmento de Memorias de un reportero, por Walter Cronkite

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