Los lectores de La Imprenta saben ya que mister Stanley nos hizo el obsequio a su llegada a Barcelona de hacer una visita a esta redacción. Sería ofender al público decir que este caballero es el célebre norte americano corresponsal del New York Herald que descubrió en uno de los puntos más recónditos de África el paradero del doctor Livingstone, a quien los sabios de ambos hemisferios tenían por perdido y muerto. Como es natural, deseamos pasar una tarde con tan ilustre compañero de prensa, a lo cual él accedió con esa natural finura y familiaridad de buen tono que caracteriza a los periodistas angloamericanos. La conversación versó sobre su viaje en África, el estado político de España desde el punto de vista Norte americano, y sobre algunos detalles de la vida periodística de los Estados Unidos, siendo tan interesante que no podemos resistir al deseo de dar la idea que podamos a nuestros lectores.
Mister Stanley es un joven de 30 años, de más que mediana estatura, de extensa y sólida educación, razonador, de temperamento fuerte y brillante. Su rostro no se distingue por ese aspecto despejado y atrevido que se halla en los hombres notables de la raza latina, sino por la solidez, la firmeza y la abundancia de vida de la raza anglosajona.
“Mi viaje, nos dijo, en busca del doctor Livingstone, fue una empresa inesperada. Hallábame en Madrid cuando de repente me llegó un parte del director del Herald diciéndome que me pusiese inmediatamente en marcha para hacer la investigación.
“La mayor parte de los detalles de la expedición son ya conocidos y no tendrían interés para Vs. El camino fue penoso, tanto por la soledad del terreno que atravesábamos como por los grandes calores y otras terribles inclemencias que nos impedían la marcha. Días hubo en que arrostramos noventa grados de calor. En el desierto el calor llegó a doscientos grados. Todo mi cuerpo parecía disolverse en agua; el sudor salía de mis poros como agua de una fuente.
“La tierra estaba tan calentada que parecía barro, hundiéndose los pies en ella hasta el arranque de las piernas. Dos blancos que me acompañaban perecieron; también quedaron muertos allí diez y ocho negros, y yo caí enfermo de bastante gravedad veinte tres veces: tenía entonces la edad de veinte siete años. A pesar de esto íbamos adelantando.
“Días había en que sólo podíamos andar tres cuartos de hora; otras veces podíamos caminar más. Andábamos buscando las huellas del doctor, y las hallábamos, aunque con gran dificultad, informándonos acá y allá entre las tribus del país. Los naturales en general nos dejaban pasar, pero algunos nos hostilizaban, lo cual nos obligó a sostener dos combates; mi escolta estaba abrumada de cansancio y yo procuraba sostener su ánimo dándoles continuas esperanzas de llegar pronto a nuestro destino, para lo cual me ayudaba mucho poseer la lengua de aquel país. Ocho meses duró esta parte del viaje.
“A una jornada habíamos llegado ya de Ujiji, donde yo había sabido que se hallaba el doctor, cuando ví que mi acompañamiento no tenía ya ánimo, fuerza ni voluntad para dar otro paso adelante. Entonces les reuní y procuré alentarles un poco. –Escuchad, les dije, veo que no podéis sosteneros más, veo que estáis abrumados de la fatiga de tan largo y penoso viaje, y que sería una iniquidad abusar más de vosotros; pero he de daros la buena noticia de que hemos llegado al término de nuestro viaje y que mañana estaremos en Ujiji. Sí, mañana sin falta empezaréis a descansar y a gozar de la abundancia; mañana tendréis bananas, trigo, cerveza, todo lo que podáis apetecer, todo lo que necesitáis, os prometo que mañana acaba definitivamente nuestro viaje.
“Con estas palabras les reanimé, y al día siguiente continuamos la marcha. A medida que nos acercábamos a Ujiji yo estaba transportado de júbilo, viendo que al fin después de tantas penalidades y obstáculos iba a ver al doctor Livingstone. Entretanto había circulado la voz por la ciudad de que llegaba mi comitiva, y la gente estaba admirada de que existiera en el mundo otro blanco que el doctor que se hallaba entre ellos.
“¿Cómo, exclamaban, es posible que existan dos hombres blancos? Esto no puede ser. Los que nos han dado la noticia deben habernos engañado.
“Sin embargo, al verme entrar hubieron de creer la evidencia, y agolpándose a mi paso me miraban con estupor, cada vez más asombrados de que hubiera dos hombres blancos.
“Llegué con el corazón palpitante a la plaza de la Ciudad y la hallé llena de habitantes que me estaban esperando con la misma curiosidad y admiración que los que ya me habían visto. Llevaban turbantes y ropas talares. Estaba también allí el doctor Livingstone no menos admirado que ellos, de que otro blanco hubiera penetrado hasta allí.
“Pero pronto me adelanté hacia él, y a pesar de que mi pecho latía con gran violencia y que era presa de la más grande emoción, le dije:
“-Presumo será V. el doctor Livingstone?
“A lo cual me contestó –Sí- sonriéndose.
“Entonces nos pusimos a hablar por algunas horas, y después de haberme manifestado su sorpresa al anunciarle que iba en su busca, me dijo con fervor:”Gracias a Dios, V ha venido en mi auxilio en el momento en que más necesitaba de él, porque empezaba a creer que pronto no tendría necesidad de nada más.”
“¡Qué más les diré a Vds? No pueden imaginar exactamente el estado de barbarie de aquellos pueblos. Allí no se trata más que de la venta de esclavos, que es el gran negocio del país. Un esclavo de tres años se vende en un duro; uno de cinco años en tres duros; uno de quince años en quince duros. La carne humana está prostituida.
“Duró mi viaje 18 meses, y a mi vuelta a Europa la Sociedad Geográfica de Londres celebró una gran reunión, a la cual asistieron los primeros personajes de Inglaterra y gran número de señoras de lo principal de la sociedad inglesa. Había también el Emperador Napoleón, la Emperatriz y el príncipe imperial. Cuando me presenté todos me miraban con gran curiosidad, admirados de que siendo tan joven hubiese hecho aquel viaje. Yo les di cuenta de la expedición y del resultado de ella, y les presenté los documentos que me había entregado el doctor Livingstone para la Sociedad Geográfica. Todo el concurso me escuchaba en profundo silencio. Era la primera vez que yo hablaba en público. Algunos me objetaron que yo era muy joven para haber llevado a cabo aquella empresa, a lo cual yo contesté: Señores, cierto es que soy muy joven, pero a pesar de esto he descubierto el paradero del doctor Livingstone, que ninguno de vosotros con tener más edad que yo, ni siquiera ha salido a buscar. Al oír estas palabras todas las señoras agitaron sus pañuelos, dando voces de –Bravo, bravo por Stanley.
“Los gastos de esta expedición han ascendido a cuarenta y cinco mil duros, valiéndome a mi treinta mil duros como indemnización del viaje: los setenta y cinco mil duros que suman esas dos cantidades los pagó todos el periódico “New York Herald”. En cuanto al resultado, tan solo diré que solo los mapas que he entregado a Inglaterra han costado más de quince mil duros de grabar, y que el doctor Livingstone volverá por la primavera siguiente con las fuentes del Nilo descubiertas y con los documentos necesarios para reformar la geografía de aquella región. Así al menos lo creo yo, que he podido ver sus inapreciables trabajos. Nada más les diré a Vds. De este viaje, porque está lleno de tantas y tan innumerables peripecias que merecería la pluma de Ercilla o de Camoens.”
Como ya hemos dicho, se habló también de la situación política de España, mostrando el joven periodista al emitir su dictamen sus sólidos conocimientos y el original criterio que es peculiar de la prensa norte americana.
“En mi país, dijo, todos nos interesamos por la suerte de España; todos lamentamos ver a tan distinguido país devorado por tan largos males; todos detestamos a los que lo han llevado a esta triste situación; todos deseamos ver que la República se consolide y sea federal. Parécenos que dentro del gobierno republicano la forma federal es la más propia, por cuanto la misma fisonomía del país parece que la exige. En efecto, un pueblo que después de tantos años de unidad conserva aun divisiones geográficas tan marcadas como Andalucía, Galicia, Castilla, Cataluña, vascongadas, etc., no puede dar de sí otro gobierno que el federal. Yo he estado largo tiempo en Madrid, he visitado Sevilla, Córdoba, Tarragona, Zaragoza y otras ciudades, y en todas ellas he visto una diversidad de caracteres que era imposible fundir en un mismo tipo.
“Sin embargo, la República española tiene muchas dificultades y muchos enemigos. Tiene dificultades en la rutina monárquica con la cual ha vivido por espacio de tantos siglos, y tiene enemigos acérrimos en cada uno de aquellos hombres que hasta ahora han seguido la política por interés personal. Esta es la opinión de mi país, pero nosotros creemos que si los republicanos tienen perseverancia y valentía la República española se consolidará.
“No hay mejor vivir que el de un país republicano cuando está bien dirigido. En nuestra República con la cantidad que en un año da Inglaterra a su familia real, hemos construido el gran ferrocarril del pacífico, que es el ferrocarril más vasto que existe en el mundo, pues el solo es más extenso que todos los ferrocarriles juntos de España.
(…)
Entonces hablamos a mister Stanley del periodismo norte-americano, y aunque la conversación fue más corta, no por eso careció de interés. “Nuestro periódico, dijo, vende ciento veinte mil ejemplares diarios y gana en anuncios treinta mil duros también diarios. En esto vencemos a todos los periódicos de la prensa inglesa, pues el “Times” no tira más que sesenta mil ejemplares, el “Standard” noventa mil, el “daily Telegraph” ciento diez mil. El periódico en que escribo da diez mil duros al año al primer redactor, cinco mil al primer corresponsal, y tres mil a los segundos corresponsales. Su propietario y director es mister Benet, joven de treinta y dos años.
“El “Herald” aventaja a todos los periódicos ingleses en la rapidez con que da las noticias y en la abundancia de los detalles, lo cual procede de que depende de un solo propietario que no vacila en sacrificar las ganancias de un año al brillo del periódico, al paso que los diarios ingleses dependen de sociedades que no son tan capaces de hacer estos sacrificios. Yo era corresponsal del “Herald” en la campaña de los ingleses en Abisinia, y a favor del dinero que podía disponer, logré que la noticia del triunfo de la expedición llegara a mi periódico en Nueva York antes que a ningún periódico inglés, ni al mismo gobierno de Inglaterra.
“En España, añadió, la situación de la prensa no es comparable ni remotamente a la nuestra, pero observo que va mejorando. En Madrid se publican periódicos que tienen una apreciable suscripción; ignoro en qué estado se encuentran los periódicos de esta ciudad. ¿Quieren VDs decirme cuanto tira “La Imprenta”? Le contestamos que diez mil, a lo cual él dijo: “En este caso, el periódico de Vds, tiene una notable publicidad por lo que se refiere a España, y a la circunstancia de imprimirse en provincias; y esto demuestra que se propaga en la península la afición a la lectura y a la política, que es lo que conviene a este país para salir del desgraciado letargo en que se halla. Si los españoles quisieran sacudir el yugo de los malos políticos que la arruinan, si quieren transformarse en una nación fecunda y rica, si quieren tener paz, moralidad administrativa y buen gobierno, es necesario que hagan como los norte-americanos y los ingleses, que lean periódicos, se informen por si mismos de lo que pasa en la administración pública, lo razonen, lo mediten y lo discutan y de ese modo al votar a sus representantes en el Congreso, en los Estados, en los municipios y en los tribunales de justicia, designarán a los hombres que representan sus propias ideas y sentimientos.”
La Imprenta, 23 de mayo de 1873
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