David Felipe Arranz
Antes de cumplir diecisiete años, Charles Dickens abandonó la firma de abogados de Ellis y Blackmore para acudir como reportero independiente a las sesiones en Doctors’ Commons, una arcaica combinación de tribunales civiles y eclesiásticos que se ocupaban de asuntos del Almirantazgo, de testamentaría y de cuestiones eclesiásticas y que fue abolida en 1857. Allí pasó Dickens los dos primeros años de su carrera como taquígrafo, ejerciendo un trabajo aburrido… y peor pagado. De aquel tiempo se conserva una transcripción taquigráfica atribuida a Dickens de una vista de un juicio: «Con paso lento y el cuerpo ligeramente encorvado, con los brazos caídos, Bishop se acercó al estrado; cuando tomó asiento y apoyó las manos en la barandilla que tenía delante, pareció experimentar cierto alivio. Alzó la cabeza con el gesto de quien, tras haberse enfrentado durante cierto tiempo a un espantoso dilema, ha acabado por sumirse en una especie de estupor letárgico».
Otro acusado «tenía el aspecto de alguien que había dejado atrás toda esperanza, como si su desesperación encerrase algo que, sin atrevernos a calificarlo de desa-fío o exceso de confianza, más tuviese que ver con la resistencia física para soportar la que se le venía encima».
Cronista parlamentario
A comienzos de 1831 se inició como cronista parlamentario en el Mirror of Parliament, que fundó hacía tres años su tío, John Barrow, a la sazón también director, para competir con el Hansard y en el que su padre, John Dickens, ejercía la misma profesión en la tribuna de prensa. La intención de Barrow era ofrecer a los lectores una información semanal de los debates celebrados en la Cámara de los Comunes y en la de los Lores, cuando los reaccionarios tories eran acaudillados por el duque de Wellington y los radicales whigs por Eral Grey. Dickens estuvo presente en la Cámara de los Comunes durante los debates finales de la Ley de Reforma y alcanzó fama de ser uno de los reporteros más precisos, puntuales, documentados y exactos con el lenguaje entre los periodistas que asistían a aquella tribuna. Incluso se hablaba de Dickens como un garante del periodismo auténtico. Así, pudo ser testigo informativo para la opinión pública de ese año crucial de profundas transformaciones políticas, en que se debatía la extensión del sufragio, el reajuste de los distritos electorales parlamentarios y la extinción de los «burgos podridos». Percibía por aquel entonces un salario de cinco guineas a la semana por las crónicas y las críticas teatrales.
Patrañas y necedades de la casta política
Su dominio de la taquigrafía le permitía registrar casi instantáneamente el testimonio de los políticos en el último bancal de la tribuna reservada, en realidad, a los visitantes. Lo más singular de esta posición era que no les resultaba fácil a los cronistas lo que se discutía en los escaños, lo que hace más valiosa la habilidad de Dickens para recoger aquellas palabras. Un informador parlamentario de la época apuntaba que aquél era «un lugar siniestro: había tan poca luz que en las bancadas de atrás apenas sí se podía leer; tan escasa era la ventilación que pocos aguantaban el insoportable hedor que todo lo impregnaba». Gracias a sus crónicas, su nombre empezó a difundirse en los círculos periodísticos londinenses; aquellos periodistas –como declaró el propio Dickens en el discurso del 9 de mayo de 1865 ante la Asociación de Vendedores de Prensa– informaban de los derroteros por donde discurría aquella sociedad. También comenzó a colaborar en el Morning Chronicle, un diario liberal, y en 1832, The True Sun, periódico radical y vespertino, le solicitó algunas colaboraciones. Cuando la Cámara no celebraba sesión alguna, Dickens era enviado a cubrir las elecciones parciales a los mítines que se daban en provincias, cenas, banquetes y otros actos públicos, teniendo incluso que desplazarse con urgencia a la redacción si quería entregar sus originales antes que los colegas de, por ejemplo, The Times. En estas rutas en las que se encontró con los más variados tipos humanos y con su asistencia al pequeño teatro de Tothill Street, The Westminster, Dickens rellenó decenas de cuadernos de notas que reflejaban las patrañas y necedades de la casta política. Así, Dickens iba de un lado a otro del país para informar de las grandes reuniones políticas que se mantenían en el tiempo de las vacaciones parlamentarias. Recordemos que en España éstos eran los años del costumbrismo: en febrero de 1828, Larra, que tenía 19 años, empezó a publicar el mensual El duende satírico del día, serie de cinco cuadernos que desarrollaba un periodismo crítico frente al meramente retratista y pintoresco de costumbristas como Mesonero Romanos o Estébanez Calderón.
Periodismo satírico
En Mirror of Parliament también se ocupaba Dickens del envío de las pruebas de los discursos de los diputados para su corrección, con tanta eficacia que el Morning Herald también lo fichó para la crónica parlamentaria. Muchas veces transcribía directamente y a toda velocidad para el impresor las notas taquigráficas que había tomado, escribiéndolas incluso –como relata un testigo de la profesión– en la palma de la mano, a la luz tenue de un farol, en una calesa tirada por cuatro caballos al galope, en pleno campo y en mitad de la noche. En una ocasión le impresionó a tal punto un discurso de Daniel O’Connell sobre las condiciones de vida de los campesinos irlandeses, que rompió a llorar y hubo de interrumpir sus notas. El Dickens de entonces era un joven apuesto y brillante, de cabello castaño y que proyectaba una imagen un tanto petulante, cargado de joyas en el vestido y en las manos. El autor de Canción de Navidad ejercitó un periodismo satírico, al igual que Larra, que atendía con agudeza al discurso político y diseccionaba con mucho juicio el establishment inglés… al punto de que en más de una ocasión, como los grandes escritores tan comprometidos con su comunidad y la denuncia de sus vicios, manifestó detestar Londres, contra lo que pudiera suponerse al referirnos a Dickens en un contexto más general.
Hacia la profesión de escritor
En 1834, un político liberal, sir John Easthope, se convirtió en el nuevo propietario del Morning Chronicle, un periódico de referencia en Londres, dirigido por John Black, cuya intención era dar voz a los políticos whigs y a la causa reformista del utilitarismo propugnado por Jeremy Bentham –el ala más batalladora del pensamiento liberal–. De hecho, John Stuart Mill llegó a decir de Black que era «el primer periodista que, tanto por sus críticas como por el espíritu reformista que las animaba, apuntaba directamente a las instituciones británicas». Por lo tanto, Dickens encajaba perfectamente en esa línea editorial como corresponsal de la tribuna de prensa y tanto ese periódico como su compañero vespertino demandaron muchos artículos de Boz, seudónimo que provenía del modo en que su hermano Augustus, que padecía de una inflamación adenoidea, pronunciaba el apodo con el que Dickens era conocido en su familia: Moses. La tirada de ambos periódicos en aquella época sólo era superada por la de The Times y ese éxito en la recepción le sirvió a Dickens para acceder a un círculo de influencia y, ulteriormente, al ejercicio de la profesión de escritor. Fueron los años dorados del periodismo: el periódico rural The Morning Chronicle le hizo un contrato anual gracias al cual llegó incluso a avalar a su padre, al que sacó en varias ocasiones de la cárcel.
Fino observador de la realidad social
Entonces empezó a añadir más elementos provenientes de la literatura a sus crónicas. Dickens, que ya era un afamado periodista, quiso dar un paso más y empezó a experimentar con la difuminación de géneros: ¿hasta dónde llegaba el reportaje y hasta dónde el relato? El Dickens narrador recurría invariablemente a la experiencia del periodista, del fino observador de la realidad social. En este momento de giro estilístico, justo entre el verano y el otoño de 1833, Dickens escribe su primer relato de ficción, «El señor Minns y su primo», al que siguieron «Una cena en la Alameda» y «Una cena en Poplar Walk», calificados de sainetes en prosa o incluso ensayos de costumbres inglesas, ambos publicados en The Monthly Magazine. En pocos meses vieron la luz en esta publicación ocho relatos, muchos presididos por el leitmotiv del niño pobre – que él en realidad fue- que tras una infancia llena de penurias regresa a un estatus de dignidad y que le sirvió de germen para el protagonista de Oliver Twist. En este tono emotivo cuenta el periodista metido a escritor el momento de la entrega del original: «Me fui hasta Westminster Hall –cuenta Dickens– y anduve dando vueltas sin rumbo durante cosa de media hora; hasta tal punto la satisfacción y el orgullo me empañaron los ojos, que ni éstos podían soportar la calle ni, en tales condiciones, podían ser vistos en ella». Escribió en otoño de 1834 otros relatos semejantes: la series de Los bocetos de Londres y Nuestra parroquia para el Evening Chronicle –suplemento del Morning Chronicle– que se publicaba tres veces por semana, se distribuía en las zonas rurales de Londres y dirigía George Hogarth –su futuro suegro–, que aceptó subir el salario de Dickens dos guineas más, ya que el periodista continuó con su trabajo de la tribuna de prensa en la Cámara de los Comunes; y más tarde amplió también con el seudónimo de Boz sus miras literarias a la metropolitana La trepidante vida de Londres (Bell’s Life in London), dirigida por Vincent Dowling. Todo este corpus de relatos descriptivos apareció reunido en 1836 bajo el título de Apuntes de Boz, acogidos por el público y la crítica con verdadero entusiasmo. Para Dickens era mucho más interesante que su nombre apareciese en la portada de un periódico que se leía en la capital que verse relegado a las páginas interiores de un periódico de provincias. En enero de 1836 también empezó a escribir una nueva serie de bocetos literarios y de costumbres para The Morning chronicle.
Poco después, Dickens dedicó su ingenio a la serie de Los papeles de Pickwick (The Pickwick Papers, 1836), considerado un cuento de hadas cómico y editado por Chapman y Hall en veinte entregas mensuales de 12.000 palabras al mes: había nacido un escritor capaz de proporcionar a las familias victorianas una forma ideal de divertimento. El éxito lo llevó a abandonar el periodismo y a dimitir como reportero del Morning Chronicle, salvo de su puesto como director de la revista mensual Bentley’s Miscellany, en la que comenzó a publicar por entregas Oliver Twist. Dickens cubrió todos los segmentos de lectores a partir de varios ingredientes: el humor para los padres, el sentimiento para las madres y la sátira para los jóvenes. Lo que nunca supo es que dos siglos después, el efecto en el receptor sería idéntico, milagro inherente –el de la resistencia al paso del tiempo– a todo buen clásico.©
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