Comentario

Cuando Ruano fue republicano

GONZALEZ RUANO - CESAR - PRENSA - PERIODISTA - ESCRITOR - ESPAÑA

Carlos García Santa Cecilia

Antes de la liquidación definitiva a la que parece condenado César González-Ruano, uno de esos escritores, afirma Manuel Jabois, “sobre los que uno no para de leer sin haberles leído una sola línea”, conviene dejar constancia de su paso por Heraldo de Madrid, periódico en el que destacó y del que fue una de sus figuras indiscutibles. Hablamos de un tiempo muy anterior a su polémico paso por los escenarios de la guerra mundial, cuando el joven Ruano todavía era un intrépido redactor de ideología inequívocamente liberal que intentaba abrirse paso en el mundo del periodismo y de la literatura.
Aunque había colaborado con anterioridad, Ruano se incorporó al Heraldo en 1928. Manuel Fontdevilla, el director, le dijo claramente que quería “poca literatura”, todo aquello que los redactores no pudieran traer, por lo que le pagaría a cinco duros la pieza. El joven redactor empezó colaborando sobre todo en las páginas centrales, que recogían un reportaje ligero de temática variada y los veteranos bautizaron como ‘biplana’ y, más en confianza, ‘biplano’. Casi las dos terceras partes de la treintena de artículos publicados por González-Ruano en 1928, su primer año en el periódico, se inscriben en esta sección.
Había llegado al Heraldo para lograr un sustento económico y sacar adelante su obra literaria, para no sentarse –asegura– a hacer unas oposiciones, y se enfrenta al periodismo con las armas del escritor. Pero pronto comprueba que la escritura en periódicos tiene otras claves y se imbuye en el febril panorama político y literario del final de la dictadura. La interviú y el reportaje eran los géneros de moda, en los que había fundamentado el Heraldo su fulgurante éxito, y Ruano los usa con enorme soltura. Escritores y artistas como Eduardo Zamacois, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Martínez Sierra, Alfonsina Storni, José Ortega y Gasset y Santiago Rusiñol pasan por sus sagaces cuestionarios. “No basta con escribir lo que dice el intervievado”, reflexiona: “Hay que averiguar lo que piensa, obligarle a hacer confesiones que luego siente haber hecho. Importan un comino el estacazo y la rectificación. Los directores del periódico recomiendan prudencia, pero al fin les pasa como a las mujeres con los enamorados: se quedan con los imprudentes”.
Viaja, escribe reportajes, desarrolla estilos y prueba géneros en una actividad frenética. Según confesión propia, necesita “meter” en el periódico de doscientas a trescientas cuartillas mensuales. No hay asunto de actualidad sobre el que no caiga el reportero, que tiene tiempo también para publicar libros, cerca de una docena en estos intensos años del Heraldo (1928-1931). Miguel Pérez Ferrero trazará un muy certero perfil del personaje que era en 1931 González-Ruano: querido y odiado, imaginativo y poco riguroso, omnipresente y polémico, inclasificable e inconquistable… En definitiva “el más interesante periodista literario de nuestros días”.
En 1929 Fontdevila ya le consideraba uno de los mejores redactores del periódico y le había encargado una serie de interviús con los ministros de una dictadura que se tambaleaba. Su trabajo fue en parte censurado, aunque tras la caída de Primo de Rivera lo recuperó en un libro: El momento político en España a través del reportaje y la interviú. González-Ruano está en la cresta de la ola cuando se proclama la República el 14 de abril de 1931. El Heraldo pasa a ser uno de los órganos esenciales del nuevo régimen y Ruano no desentona. El 13 de mayo de 1931 visita el convento de las Maravillas, uno de los que fueron quemados por lo que luego se llamó la ‘horda roja’. Exhibe su carnet del Heraldo de Madrid y logra pasar al interior, que describe con minuciosidad. La destrucción, concluye, ha sido debida a los propios religiosos, que querían ocultar sus archivos, como en todos los casos excepto el de los jesuitas de la calle de la Flor. “El pueblo ha comido, ha bebido”, escribe, “por una vez como ellos comieron toda su vida. Se necesita ser muy miserable para llamar a esto pillaje y no llamárselo a lo otro”.
Nada hacía presagiar el cambio de rumbo ideológico de un reconocido liberal que trabaja para el periódico más popular del República. El propio Ruano lo achacó a cierto cansancio de la actualidad y a su necesidad de nadar contracorriente. Es probable que no se haya tenido suficientemente en cuenta una circunstancia aparentemente menor, pero esencial en el devenir de las redacciones: su nombre no está entre los nuevos colaboradores y firmas prestigiosas que comulgan con el nuevo “sentir nacional”. El divorcio, según Ruano, se hizo público durante la presentación de su libro Baudelaire (en julio de 1931) aunque no hay ni rastro en la crónica del acto que publicó el periódico, en la que se afirma que es “uno de los más firmes valores del periodismo”.
Fue poco después cuando las conversaciones con Juan Pujol cuajaron para su paso al nuevo periódico que éste había fundado, Informaciones. Se fue, dijo Ruano, perdiendo dinero, harto de las prisas del periodismo y mientras en su casa se carecía de lo mínimo. No estuvo, de cualquier forma, ni siquiera un año: en abril de 1932 ganó el Premio Mariano de Cavia y pasó al diario ABC en las inmejorables condiciones que mantuvo, con pocos altibajos, durante toda su vida profesional.
Sobre las ‘gentes’ del Heraldo dejó en sus memorias un palpitante retrato. “La guerra disipó aquel grupo”, recuerda, pero no es exacto: la guerra aplastó a aquel grupo, que terminó en el exilio o en el olvido. Algunos, como Manuel Chaves Nogales, han sido rescatados sólo recientemente y otros regresaron con la cabeza gacha para intentar hacerse perdonar su pasado. Contra todo pronóstico, César González-Ruano inauguró su carrera de éxitos y se convirtió en el columnista más valorado del primer franquismo. En su escritura perpetua y hondamente lírica se reconocieron figuras como Francisco Umbral, Manuel Alcántara y José-Miguel Ullán, entre otros.
A menudo, y por razones más sentimentales que históricas, los periodistas solemos adscribirnos a una escuela. González-Ruano nunca olvidó –y así lo declaraba– que pertenecía “a la escuela del Heraldo”.

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