Dr. Antonio César Moreno Cantano
En marzo de 1943 el agregado de Prensa en la Embajada española en Bucarest, Juan Manuel de la Aldea Ruifernández, recibía una de las mayores condecoraciones del Estado rumano, la “Corona Rumania con espadas”, en reconocimiento de su actuación a favor de las relaciones entre dicho país y España durante la Segunda Guerra Mundial[1]. Era difícil imaginar esta situación cuando años antes, en plena Guerra Civil española, en concreto en mayo de 1938, fue condenado a muerte por el Tribunal Especial de Alta Traición y Espionaje de Barcelona por su participación en la organización madrileña “Golfín-Corujo”[2], relacionada con operaciones de quintacolumnismo.
Juan Manuel de la Aldea nació el 1 de diciembre de 1913 en Santander. En 1925 salió por primera vez de España y fijó su residencia en París, acompañado de sus tíos. En la capital francesa cursó estudios de técnico industrial. En abril de 1931 regresó de Francia y se instaló en Madrid, incorporándose desde fecha muy temprana (probablemente en 1934) a Falange[3]. No sabemos cuáles fueron sus primeros pasos dentro de ella, pero atendiendo a su edad y formación académica no resultaría extraño que estuviese encuadrado en el Sindicato Español Universitario (SEU), que tuvo como a uno de sus principales dirigentes a Manuel Valdés Larrañaga quién, precisamente, se encargaría de dirigir a los grupos de Falange clandestina en Madrid desde 1936[4].
En 1935 aparecía como parte de la plantilla de la Eléctrica de los Carabancheles[5]. Es un dato de gran relevancia, porque una de las acusaciones que le profirieron tras ser detenido en 1937 era el de pretender sabotear las instalaciones eléctricas madrileñas, lo que hubiese sido totalmente plausible como atestiguaba su pasado laboral. Pero antes de llegar a este asunto nos detendremos en las primeras acciones «conflictivas» en las que se vio inmerso en 1936. El 2 de julio fue tiroteada la terraza del Bar Roig (situado en la calle Torrijos, precisamente donde vivía nuestro biografiado, que estaba allí en el momento del ataque), lugar en el que acostumbraban a reunirse –como indicaba la prensa de la época- «elementos fascistas». Como consecuencia de esta acción falleció el electricista Aquilino Fuster y los falangistas de la Cuarta Centuria de Madrid, Jacobo Galán y Miguel Arriola[6]. La respuesta, tres falangistas dispararon a un grupo de socialistas que salían de una reunión de la Casa del Pueblo en la calle Gravina, resultando dos muertos y siete heridos. En la noche del 5 al 6 de ese mes se detuvieron a casi 300 falangistas, siendo uno de ellos De la Aldea, que fue retenido en la Comisaría de Buenavista durante unas horas, «hasta que se comprobó mi no intervención en los actos que se me imputaban»[7].
En septiembre fue nuevamente detenido, en este caso como sospechoso y conducido a la misma comisaría: «tras aguantar la consabida cantinela de fascista o no fascista, como nada me pudieron probar… me pusieron en libertad»[8]. Un mes después, por orden del Comité Provincial del Frente Popular, fue recluido en la Prisión (y no comisaría, como relata en su escrito) del Cisne, actualmente Paseo de Eduardo Dato. Gracias al aval de Antonio González Morodo (años después, el propio Juan Manuel de la Aldea lo avalaría frente a las autoridades franquistas)[9], Secretario Judicial, afiliado a UGT y vecino de la calle Torrijos, consiguió rápidamente la libertad pero con una clara advertencia: «había de tener mucho cuidado, pues la denuncia fue formulada contra mí por las Milicias, esos “no suelen soltar la presa”»[10].
La presión sobre su persona, consecuencia de su clandestinidad dentro de Falange, se acrecentó en noviembre. En esta ocasión levantó sospechas en el comité de su propia empresa, la Eléctrica de Carabancheles, bajo la adscripción de la CNT. Gracias a la mediación del Delegado Sindical, Durán, se le dejó en paz[11].
Los movimientos de Juan Manuel de la Aldea como falangista, seguidos de continuas acusaciones, detenciones e interrogatorios, son una prueba más del tenso ambiente político, a nivel callejero, que se vivía en Madrid en 1936, consecuencia de la acción de los elementos más radicalizados de los grupos de derecha y de izquierdas del país, sobre todo desde la victoria del Frente Popular y del alzamiento militar en julio.
Antes del inicio de la Guerra Civil había en Madrid un gran número de ciudadanos que eran enemigos declarados de la República. El enemigo se hallaba en la propia retaguardia. El de mayor entidad y más dañino para el gobierno republicano fueron las organizaciones clandestinas de la Quinta columna. La Quinta columna realizaba labores de espionaje, sabotaje, derrotismo y, en general, cualquier actividad contra el poder, pero con una nota características: todo se realizaba en el marco de una organización y, por tanto, de forma sistemática y estudiada[12]. Dentro de estos grupos se encontraba Falange clandestina, formada por pequeñas células controladas por Manuel Valdés Larrañaga y, anteriormente, por Raimundo Fernández Cuesta. Los grupos quintacolumnistas existentes en Madrid durante la guerra fueron numerosos: España, una; Lucero verde; Organización Antonio Rodríguez-Aguado; o la Organización Golfín-Corujo[13], en la que estuvo implicado nuestro biografiado.

Incautación de armas, objetos y símbolos de Falange por parte de milicianos republicanos. Fuente: Archivo General de la Administración.
La principal oposición a todos estos grupos provino de la Brigada Especial de la Comisaría de Investigación y Vigilancia de Madrid (a su vez dependiente de la Dirección General de Seguridad), comandada desde enero de 1937 por Fernando Valentí Fernández, responsable de la desarticulación de la organización «Golfín-Corujo». Esta brigada mantenía frecuentes contactos con agentes soviéticos del NKVD (Policía secreta de la URSS) en Madrid, bajo las órdenes de Alexander Orlov. La principal actividad de Valentí y sus hombres era el contraespionaje[14]. Para tal fin era imprescindible disponer de «agentes provocadores» o, mejor dicho, confidentes que se infiltrasen en los movimientos quintacolumnistas. Uno de los más famosos, por su trascendental protagonismo en la detención del falangista cántabro, fue Alberto Castilla Olavarría.
La «Organización Golfín-Corujo», llamada así por el arquitecto Javier Fernández Golfín y el procurador de Tribunales, Ignacio Corujo, se dividía en diferentes secciones o grupos. El primero de ellos y más importante –en el que se incluían las dos personalidades mencionadas- estudiaba los datos militares que tenían que llegar a Burgos; se encargaba de la coordinación de los enlaces con las Embajadas; mantenía contactos con la cúpula clandestina de Falange…. Los restantes tres grupos trabajan para la sección «madre», que era quien canalizaba toda la información y fijaba las directrices a seguir. El enlace entre este grupo principal y el tercero, liderado por Juan Manuel de la Aldea, era Alberto Castilla. En él se incluían también Félix Fernández Reques, Aníbal Ruiz Villar (responsable de las emisoras de radio) y Alberto Arias Díaz, que gestionaba la libertad de los detenidos. De la Aldea y su equipo se encargaban de la captación de militantes; de la obtención de datos militares y del contacto con el bando franquista[15].
El desmantelamiento de esta organización se llevó a cabo en los primeros días de mayo de 1937. Javier Fernández Golfín había dibujado, junto a su hermano Manuel, un plano milimetrado de Madrid donde se indicaban las principales defensas antiaéreas y minas terrestres. A través de Alberto Castilla este croquis debía llegar –tras pasar previamente por las manos de la cúpula de Falange clandestina y el SIPM (Servicio de Información Político-Militar)- al Cuartel General de Franco. Castilla, por indicación de Alexander Orlov, aprovechó este valioso documento para asociar, en una ecuación de resultados fatales, al POUM y su líder, Andreu Nin, con los servicios de espionajes franquistas y nazis. Para ello escribió con tinta invisible detrás del plano un mensaje cifrado de fácil solución que contenía en mayúsculas la letra N, en referencia a Nin[16].

Foto policial del miembro del comisario de la Brigada Especial, Fernando Valentí Fernández. Fuente: Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca).
Juan Manuel de la Aldea junto a todos los miembros de las diferentes células de la organización fue arrestado en la mañana del 4 de mayo de 1937 y trasladado de inmediato al centro de interrogatorios de la brigada de Fernando Valentí en la Ronda de Atocha n.º 21, un antiguo convento de salesianos. Las condiciones de los recluidos allí eran brutales, como dejó constancia Ramón Rubio Vicente, Tesorero de la Cruz Roja Española en Madrid: «los presos eran objetos de malos tratos, a las mujeres se las hacía declarar en cueros, y en la enfermería los enfermos estaban tirados en el suelo… Los calabozos de los pisos altos eran conocidos entre los presos con el nombre de calabozos de la muerte….»[17] Fue precisamente en uno de ellos donde fue encerrado De la Aldea: «Sobre una exigua superficie de tres o cuatro metros, embaldosada de rojo y blanco, sin más lecho que mis huesos, una potente luz en el techo que insufriblemente lucía día y noche…»[18] En Atocha recibió constantes amenazas y palizas[19]. Bajo este contexto declaró ante Valentí que «se ha dedicado con todas sus actividades y entusiasmo a hacer espionaje y armas en contra de la República» y «que en diferentes ocasiones estaba dispuesto a cortar el fluido eléctrico que surte a Madrid de energía»[20]. El testimonio de otro de los acusados, Alberto Arias, fue más directo y perjudicial para sus intereses, ya que explicó que De la Aldea le había señalado en repetidas ocasiones que podía «dejar Madrid a oscuras» y desactivar todas las minas de la capital cortando el suministro de electricidad[21]. Este tipo de declaraciones, delaciones, excusas y traiciones, eran algo común en unas circunstancias tales como las expuestas en líneas anteriores, aunque detrás de ellas se hacía palpable una idea: la pretensión de esta organización de sabotear a la República desde su interior. El propio Juan Manuel reconoció el juego de presiones que soportó en la Ronda de Atocha y el «escaso valor» de sus palabras en esos momentos: «Poco a poco fuimos ahuyentando de nuestras torturadas mentes aquellos días interminables ya superados, el recelo y temor que en nosotros habían inculcado “supuestas” actuaciones que desconocíamos, las eventuales inculpaciones en que podíamos haber incurrido»[22].
Semanas después fue conducido al campo de trabajo de Nuevo-Baztán. Su siguiente destino fue la Prisión de San Antón, también en Madrid, donde permaneció desde junio hasta mediados de agosto de 1937. Fue allí donde llegó al convencimiento de que la huida era su única opción de futuro y que para que esta triunfase tenía que encontrar un apoyo en el exterior. La evasión y posterior captura de su compañero Juan Francisco Jiménez-Martí[23], médico de nacionalidad chilena, le ratificó en ese convencimiento[24].
El 10 de agosto de ese año ingresó en la Cárcel Modelo de Valencia, donde compartió celda con otros falangistas implicados en el proceso abierto contra la organización «Golfín-Corujo», como Francisco Martínez Miralles o Joaquín Murillo Salaya[25]. En esta prisión también se encontraban personajes de renombre como el líder falangista Raimundo Fernández Cuesta o el camisa vieja y campeón de natación Luis Sanford Bosch[26]. En noviembre fue interrogado de nuevo a raíz del sumario que se abrió por los malos tratos recibidos en la Checa de Atocha. En esta ocasión, y libre de coacciones, matizó algunos de los puntos declarados en el pasado.
Durante su estancia en Valencia fue visitado por un guardia civil que le informó de las gestiones que la Cruz Roja Internacional estaba realizando para lograr su liberación dentro de una operación de canje de prisioneros[27]. A finales de marzo de 1938, junto a los implicados por su condición de quintacolumnistas en Madrid, fue recluido en la Prisión del Estado de Barcelona, ubicada en la calle de Deu y Mata (barrio de Les Corts), lugar en el que estaban retenidos gran número de militantes del POUM. Como relataron algunos expresidiarios, «el régimen de la Prisión del Estado era bastante liberal: las celdas no se cerraban nunca y los detenidos podían pasear por una gran terraza desde la que se divisaba gran parte de Barcelona y el castillo de Montjuich»[28]. Junto a Gregorio Fernández, miembro de la organización a la que pertenecía De la Aldea, fue incorporado al servicio de electricistas de la prisión, lo que le permitió gran libertad –que ya de por sí era grande, como acabamos de describir- de movimientos por todo el recinto carcelario[29]. Era una de las primeras condiciones imprescindibles para lograr escapar: poder desplazarse por cualquier lugar sin levantar sospechas. Faltaba otro requisito: un contacto del exterior que les diese cobijo. Este se consiguió gracias al preso Arístides Peña de Freixas, abogado y miembro de la Comisión de Aduanas de Barcelona, recluido por evadir capitales junto a sus socios Manuel Lligé Casas y Juan Rovira de Caselles[30]. Se forjó desde el primer momento una gran amistad entre el jurista catalán y Juan Manuel de la Aldea. Pronto, tanto él como Gregorio Fernández, le plantearon su plan de fugarse de la cárcel a través de un pequeño patio que daba a un primer piso deshabitado, que se comunicaba con un balcón exterior pegado a otro pabellón totalmente vacío, el cual se prolongaba hasta una distancia de cincuenta metros de la Diagonal. Al final de este tejado había un grueso árbol por el que se podía descender y llegar al exterior[31]. El momento de la evasión se produciría coincidiendo con la liberación de Arístides Peña –que tendría lugar en breve- y en el supuesto de que fuese condenado a muerte.
[1] Archivo General de la Administración (AGA), Cultura, caja 263.
[2] La Vanguardia, «Veintidós penas de muerte en Barcelona», 14 de mayo de 1938.
[3] Archivo del Ministerio del Interior, signatura 69.970, expediente 468, legajo 48.
[4] Julio GIL PECHARROMÁN, José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario, Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 2003, pp. 216-217.
[5] Archivo Histórico de Iberdrola, Salto de Alcántara, marzo de 1935.
[6] La Vanguardia, «Los últimos atentados», 8 de julio de 1936.
[7] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio (1936-1939), edición del autor (documento inédito), 1977, p. 21.
[8] Idem.
[9] Información detallada sobre el mismo en Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Causa General, 295, expediente 16, 1937.
[10] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 22.
[11] Idem.
[12] Javier CERVERA, «La quinta columna en la retaguardia republicana en Madrid», Historia, Antropología y Fuentes Orales, n.º 17, 1997 (2ª época), pp. 93-96.
[13] Manuel ROS AGUDO y Morten HEIBERG, La trama oculta de la Guerra Civil. Los servicios secretos de Franco, 1936-1945, Barcelona: Crítica, 2006, pp. 130-132.
[14] Julius RUIZ, The Red Terror and the Spanish Civil War…, pp. 330-331.
[15] Javier CÉRVERA, Violencia política y acción clandestina: la retaguardia de Madrid en guerra (1936-1939), Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2002, pp. 413-415.
[16] Ibidem, p. 417.
[17] AHN, Causa General, 1505, expediente 2. El subrayado es nuestro.
[18] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 20.
[19] Una vez trasladado a Valencia manifestó ante el Juez del Tribunal de Espionaje y Alta Traición, Gregorio Oliván, que como consecuencia de los malos tratos recibidos en Madrid le fracturaron la nariz. AHN, Causa General, 1539, expediente 1. «Sumario n.º 4 / 1937 del Juzgado Especial al Tribunal Central de Espionaje n.º 1», folio 701.
[20] Ibidem, folio 28.
[21] Ibidem, folio 166.
[22] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 39.
[23] Fue fusilado en Montjuich en junio de 1938. La prensa de la España franquista realizó con motivo de su muerte un pequeño retrato biográfico. En él se explicaba que participó en la liberación de Raimundo Fernández Cuesta y que pese a las gestiones del embajador de Chile en Londres ante Álvarez del Vayo no se pudo conseguir su liberación. ABC (Sevilla), «ABC en Chile – Un asesinato», 30 de julio de 1938.
[24] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 35.
[25] Ibidem, p. 38.
[26] Sobre este personaje véase, ABC, «Caídos de la División Azul. Luis Sanford Bosch», 10 de diciembre de 1941.
[27] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 40.
[28] Wilebaldo SOLANO, El POUM en la historia: Andreu Nin y la revolución española, Madrid: Los Libros de la Catarata, 1999, pp. 79-80.
[29] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 59.
[30] Los detalles de su caso en Centro Documental de la Memoria Histórica, Política Social, Barcelona, 710.2.
[31] Juan Manuel DE LA ALDEA RUIFERNÁNDEZ, Mi testimonio…, p. 59.
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