Manuel Chaves Nogales
Este muchacho ukraniano en cuya compañía hago el viaje por Georgia es una de las víctimas más emocionantes del comunismo. Tiene un aire inequívoco de burgués y esto es lo peor que se pude tener hoy en Rusia. El hombre parece que no se ha enterado –o que no quiere enterarse- de que vive en un país sometido a la dictadura del proletariado y tropieza constantemente con las cosas. Su vida en la Rusia comunista queriendo sacar adelante contra viento y marea el sentido burgués de la existencia que por su desgracia ha heredado es un verdadero heroísmo.
La convivencia de unos días con el camarada Rojklin, comunista de pura sangre, me ha servido en otra etapa de mi viaje para ver de cerca todas las ventajas que el régimen dispensa a quienes lo apoyan. La compañía de este muchacho ukraniano, que aprovecha sus vacaciones para hacer un corto viaje de placer, me muestra ahora claramente la otra cara del régimen, la cara adusta que tiene hoy Rusia para quienes no comulgan en la doctrina comunista.
Desde que hemos subido al tren en Bakú mi infeliz compañero de viaje no hace más que chocar con todo el mundo. Tiene en realidad un airecillo impertinente y desdeñoso al dirigirse a la gente. Se obstina en pedir las cosas con el tono imperativo de los señoritos rurales, un tonillo altanero que me recuerda al de los señoritos de Andalucía, y esto no se consiente hoy en Rusia. Además, parece que le repugna pronunciar la palabra sacramental hoy en todas las Repúblicas de la Unión: “tobarich”, camarada.
El hombre cree que las tradicionales formas de la educación burguesa están vigentes todavía en Rusia y se quita el sombrero y junta los talones para saludar, distribuye sonrisas entre los que considera sus iguales y adopta modales displicentes y autorizados para con los porteros, camareros y empleados. No se da cuenta por lo visto de que el comunismo tiene su cortesía propia, una nueva cortesía que consiste precisamente en todo lo contrario de la cortesía burguesa. El comunista tiene la “pose” de la llaneza de la familiaridad, y ha hecho de esto una nueva etiqueta. Creo que el gobierno soviético debía editar unos manualitos de urbanidad en los que habría fórmulas de etiqueta social como éstas:
“Es una falta de educación quitarse el sombrero al entrar en algún sitio.”
“Si no quieres pasar por incorrecto, no estreches la mano de nadie.”
“Pide lisa y llanamente lo que quieras sin más circunloquios y no consideres nada como un favor que debas agradecer o te haya de ser agradecido. Los servicios que no se pagan en metálico no son favores personales, sino casos de asistencia social.”
“Si al dirigirte a alguien te encuentras con que no te contesta es sencillamente que no quiere contestarte. No tiene por qué perder el tiempo en darte excusas ni tu por qué enfadarte. Da media vuelta y dirígete hacia otra persona.”
“Da el tratamiento de “camarada” a todo el mundo y no cometas la incorrección de dejar de hacer delante de cualquiera lo que harías estando solo.”
Así, podría formarse todo un compendio de urbanidad soviética.
Los que no creen que haya más educación que la educación burguesa encuentran que todas estas fórmulas de etiqueta comunista son sencillamente muestras de ineducación. No hay tal cosa. Se trata de una etiqueta distinta.
El comunista que ha viajado por el extranjero sabe diferenciar perfectamente las dos etiquetas. Por ejemplo: Chicherin, cuando trata con los representantes diplomáticos extranjeros usa todas las formalidades de la cortesía burguesa. Organizadas por él se celebran fiestas diplomáticas con todos los refinamientos del régimen capitalista y en las embajadas soviéticas –sobre todo la de Berlín- se dan banquetes de etiqueta en los que nada tendría que reprochar el más exigente lord. En cambio, Chicherin mismo, cuando está en el ambiente comunista guarda cuidadosamente su vieja etiqueta burguesa y es un practicante escrupuloso de la urbanidad sovietista. Llega en esto hasta el extremo de que si cuando va a salir el comisario de asuntos extranjeros el portero se adelanta y le abre la puerta da media vuelta ofendido y se va a buscar otra salida donde no haya portero que le haga semejante distinción. Esto es rigurosamente cierto.
Yo no lo encuentro más que un poco pueril, pero no cometo la injusticia de hacer responsables de esta puerilidad a los directores del movimiento comunista. Esta puerilidad es la del pueblo ruso, la de las grandes masas trabajadoras, que están muy orgullosas de haber dado la vuelta a la tortilla en estos aspectos insignificantes de la vida. Tengo la impresión de que los comunistas verdaderamente inteligentes en el fondo consideran ridículo todo esto, pero lo fomentan por lo mismo que los gobiernos burgueses fomentan tantas otras puerilidades de la masa popular.
28/9/1928
Categorías:Vuelta a Europa