Manuel Chaves Nogales
Para mantener en toda su pureza el ideal comunista sería preciso hacer una revolución cada cinco años. Esta es la gran tragedia del bolchevismo, insoluble mientras no se realice el sueño de la revolución mundial.
La necesidad de mantener el régimen soviético en Rusia fuerza a los comunistas a pactar con los gobiernos capitalistas y a favorecer el nacimiento y desarrollo de nuevas burguesías que ponen en peligro las conquistas de la revolución. El comunista mismo, por grande que sea la pureza de su ideario, al poco tiempo de estar dedicado a la labor gubernamental cae en un oportunismo político que le aleja fatalmente de los objetivos de la revolución. Así se ha creado esa burocracia del partido que es hoy un formidable elemento conservador.
Frente a esta corrupción del ideal revolucionario se ha levantado Trotski a la cabeza de la oposición postulando la necesidad de la “revolución permanente”. A su lado están todos los idealistas del partido, todos los revolucionarios de sangre y casi todos los intelectuales. Pero Stalin, apoyado por los campesinos, los burócratas, la nueva burguesía y los comunistas de buena fe que se engañan creyendo que pueden sacar incólume su ideología bolchevique a través de una política oportunista y jesuítica, que solo a un hombre genial como Lenin es dable intentar, ha dado la batalla a la oposición y la ha vencido.
La oposición es fuerte, tiene a su lado los prestigios máximos de la revolución y cuenta con la adhesión espiritual de los propios comunistas. Pero Stalin tiene a su lado la máquina del partido y cuenta, sobre todo, con la G.P.U. El triunfo de Stalin sobre Trotski es, principalmente, un triunfo policíaco.
Los bolcheviques están curados de espanto en esto de las represiones por medio de la policía y el gobierno de Moscú se ha tirado a fondo contra la oposición. Trotski, la gran figura de la revolución, está prisionero de la G.P.U. en la frontera china y en Siberia hay más de dos mil trotskistas deportados. Para darme una idea de lo dura que ha resultado la represión me asegura un “leader” de la oposición residente en Leningrado –donde hay un fuerte núcleo trotskista- que el gobierno de Moscú ha utilizado para la deportación lugares que incluso el gobierno del zar no se había atrevido a utilizar nunca por considerarlos demasiado inhóspitos.
La situación moral de los revolucionarios de sangre adictos al trotskismo, ante esta represión del gobierno soviético es realmente conmovedora. Hombres agotados en la lucha por la revolución contra los esbirros del zarismo que creían haber conquistado con el triunfo del régimen soviético el derecho a la paz se han visto de nuevo perseguidos, encarcelados, sometidos a registros domiciliarios, deportaciones y confiscaciones, lanzados de nuevo a la lucha revolucionaria, más feroz ahora que nunca porque el gobierno de Moscú, que se conoce el temple de estos hombres, no puede tener con ellos ninguna tibieza.
Es el triste sino del revolucionario de sangre. Por poca que sea la comprensión y la solidaridad que se tenga con la conducta de estos hombres que en aras de un ideal revolucionario sacrifican sus vidas, el ánimo se sobrecoge ante el heroísmo con que, ya viejos, quebrantados por toda una vida de sufrimientos, se lanzan de nuevo con ímpetu juvenil a combatir lo que ellos mismos crearon y que en sus mismas manos de ha vuelto contra ellos.
Smirnoff, comisario de correos y telégrafos hasta hace poco, era uno de los revolucionarios de más limpia historia dentro del partido. Era el prototipo del revolucionario pura sangre. Su actuación se remonta a los tiempos de la Narodnaia Volia. Consagrado exclusivamente a la consecución del ideal revolucionario, no tuvo en su vida un momento de paz; perseguido por la policía zarista, en la cárcel, la deportación o el destierro, siempre, no supo crear un lugar donde remansarse; en su vida azarosa únicamente le acompañaba y auxiliaba su madre, víctima como él de persecuciones policíacas. Cuando subieron al poder los bolcheviques Smirnoff se encargó del comisariado de correos y telégrafos y sólo entonces encontró la pobre vieja un poco de sosiego para su senectud.
Pero surgió la disidencia trotskista y Smirnoff, idealista de siempre, se puso al lado de la oposición. Empezó a ser sospechoso al gobierno de Moscú y poco después era substituido del comisariado y sometido a estrecha vigilancia. Volvió entonces a la lucha revolucionaria con el mismo ardor de su juventud. No tardó en sentir las consecuencias.
Los agentes de la G.P.U. se presentaron un día en su casa para hacer un registro. La madre de Smirnoff, octogenaria, casi ciega, alejada ya del mundo, fue sometida a un interrogatorio policíaco. Costó gran trabajo hacerle comprender a la vieja de lo que se trataba. No lo concebía.
Cuando a través de las brumas de su senectud pudo darse cuenta se limitó a preguntar:
-Ha vuelto el zar, ¿verdad camarada?
Mientras su hijo está en el destierro, la vieja se morirá diciendo: “Ha vuelto el zar, ha vuelto el zar.”6/10/1928
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