Esther López Sobrado
El día seis de octubre, según sus propias palabras, el pintor Luis Quintanilla ingresaba en la Cárcel Modelo de Madrid. Había sido detenido en su estudio parte del Comité que organizaba la Revolución de Octubre en la capital de España.
En la madrugada del día cinco “Llamaron en el estudio y salí a abrir. El policía que dirigía el grupo se sorprendió al ver que éramos seis y entre ellos el tesorero de la Unión General de Trabajadores, a quien conocía”, así lo describe el pintor en sus Memorias, Pasatiempo, la vida de un pintor. Las otras cinco personas detenidas en su domicilio eran: Carlos Hernández Zancajo, Santiago Carrillo, Felipe Pretel, De Francisco, y Díaz Alor.
Este es uno más de los sucesos que pueblan la biografía de un artista polifacético, cuya vida parece estar destinada a ser vivida por diferentes, y siempre sugestivos, personajes.
Otros autores, como Santiago Carrillo -para quien la detención se produjo el siete de octubre-, o Tuñón de Lara, varían la fecha, pero no la descripción del suceso.
Quintanilla dedica varias páginas en sus Memorias a estos hechos que le obligaron a permanecer en la cárcel por espacio de varios meses, y de donde consiguió salir gracias a la presión ejercida por sus amigos en el extranjero. Hemingway organizó a tal efecto una exposición de grabados del pintor en la Galería Pierre Matisse de Nueva York. Así mismo, Lady Asquith, madre de Elisabeth Asquith, que había sido amante de Quintanilla, organizó un importante revuelo en el Reino Unido, solicitando la inmediata excarcelación del artista. Madame Van der Velde, esposa de un dirigente socialista belga y amiga de Quintanilla, también se preocupó por su situación.
Gracias a la ayuda de sus amigos logró salir de la prisión el diez de junio de 1935. Había pasado ocho largos meses en la cárcel, de los que surgió un importante legado artístico. Luis Quintanilla aprovechó los meses de reclusión para realizar una interesantísima colección de dibujos, tanto de su compañeros revolucionarios como de los enseres de la prisión. Gran parte de estos dibujos se publicaron en 1936 en un magnífico álbum testimonial de los protagonistas de aquel acontecimiento, titulado La cárcel por dentro, prologado por Julián Zugazagoitia. Este libro-álbum está compuesto por cincuenta dibujos a lápiz y uno más realizado a pluma que sirve de presentación. El trabajo de Quintanilla como dibujante es de gran calidad, siendo capaz de mostrar sutiles gradaciones de grises, conseguidas tan solo a través del grafito.
Desde el punto de vista temático existen algunos dibujos que podemos clasificar de bodegones o interiores de la cárcel, a través de los que vemos desoladoras imágenes del interior de las celdas, que trasmiten la soledad del encierro; en ellos el artista siempre evidencia la enrejada ventana o la férrea puerta, trascribiendo con claridad el sórdido escenario. Pero sin duda este trabajo es una galería de retratos, aunque podemos diferenciar dos tipos. Están, por un lado, los de aquellos seres anónimos que no han pasado a la Historia. Estas obras están cargadas de melancolía. Aunque mayoría de los dibujos son magníficos retratos de sindicalistas y políticos revolucionarios, que ponen rostro a los protagonistas de estos acontecimientos.
La cárcel por dentro se cierra con un delicado canto a la esperanza y a la amistad: un bodegón con un tiesto de tulipanes, dedicado a Georgette Boyé, una profesora de Enseñanza Secundaria, natural de Albi, amiga del pintor al que visitaba casi a diario, inundando sus encuentros de alegría e ilusión. Esta joven y comprometida profesora contrajo matrimonio años después con el socialista Rodolfo Llopis.
Luis Quintanilla (Santander, 1893 – Madrid, 1978) forma parte de esa generación de artistas que, nacidos a finales del siglo XIX, fueron capaces de compaginar su trabajo con su compromiso político que se patentizó de un modo más evidente desde el advenimiento de la Segunda República y en la Guerra Civil, compromiso que le obligaría, como a tantos otros, a un forzado exilio, que en su caso se prolongó hasta la muerte del dictador.
Hijo de una familia burguesa santanderina, pronto abandonó la idea familiar de estudiar Derecho para dedicarse a la pintura. En 1912 se traslada a París, allí conoce a Juan Gris y a una larga serie de artistas vanguardistas, y allí comienza sus primeros trabajos de corte cubista. La Primera Guerra Mundial le devuelve a España, donde tiempo después consigue una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios para aprender a pintar al fresco, motivo por el que en 1924 parte por espacio de aproximadamente un año a Florencia, donde aprende esta técnica que le consagrará a su vuelta como uno de los fresquistas más importante del segundo cuarto del siglo XX. En Italia se acrecienta su compromiso político, por lo que en 1929 se afilia al PSOE. La instauración de la Segunda República, le obliga a un claro compromiso con la modernización de España. El estallido de la Guerra Civil le convierte en un hombre clave del gobierno republicano, asumiendo responsabilidades de soldado – se ocupó del asalto al Cuartel de la Montaña, del asedio del Alcázar de Toledo y fue el encargado de organizar la primera red de espionaje republicano en la zona vascofrancesa-. Pero también fue el encargado de retratar el horror de la guerra en su serie de Dibujos de la Guerra, que se expusieron en el MoMA de Nueva York, para los que, comisionado por Juan Negrín, recorrió la primera línea del frente; es también el autor de los cinco grandes frescos sobre la Guerra Civil, encargados por el Gobierno de la República para representar a España en la Exposición Universal de Nueva York, titulados genéricamente Ama la paz y odia la guerra. Nunca llegaron a mostrarse, puesto que la pérdida de la guerra anuló este proyecto. Tras su recuperación en 2007 se exhiben de forma permanente en el Paraninfo de la Universidad de Cantabria.
A finales de 1938 partía para Nueva York, iniciándose así uno de los más largos exilios de nuestra contienda. Hasta 1957 permaneció en Estados Unidos, allí se casó al poco de llegar y nació su único hijo, Paul. Los primeros años neoyorkinos son buenos para él, es recibido como un héroe antifascista y trabaja en Hollywood, en la Universidad de Kansas City, realiza su serie de retratos de escritores americanos disfrazados, hace grabados para la Associated American Artists, ilustra libros, escribe obras de teatro …
Pero al finalizar la Segunda Guerra Mundial y comprobar que Franco no cae con el resto de Totalitarismos europeos, se sume en una profunda depresión que le aleja por un tiempo de la pintura.
Vuelve a pintar gracias a la ayuda de sus amigos exiliados españoles como Julio de Diego, y en 1957 parte para París; desea acercarse a España, recuperar la fama que en otra época tuvo y esperar que se produzca el fin de la dictadura española. Pero, poco a poco, su salud se va deteriorando y teme no poder volver a su país. Por fin gracias a la ayuda de algunos amigos españoles y sobre todo a su sobrino Joaquín Fernández Quintanilla, consigue regresar en 1976. Muere poco tiempo antes de que se inaugurase su exposición antológica en el Museo de Bellas Artes de Santander, que con tanta ilusión había ayudado a organizar.
La contribución de Luis Quintanilla a la Revolución de Octubre, podemos decir que es casi anecdótica, era amigo de los organizadores, pero no podemos negar que esta experiencia produjo una obra madura y de extraordinaria importancia histórica: La cárcel por dentro.
La Legua de Bocos, 5 de octubre de 2014
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