Vuelta a Europa

Los derechos del hombre y los derechos del trabajador

Manuel Chaves Nogales

La dictadura del proletariado ha planteado en Rusia un problema cuya existencia no se sospechaba siquiera en los países capitalistas. El problema del derecho al trabajo. ¿Tiene todo el mundo derecho a trabajar? ¿Quiénes son los únicos que pueden gozar del privilegio del trabajo?

Mientras se creía que el trabajo no era más que una maldición divina y el trabajador era considerado en el seno de las sociedades burguesas como el ser desgraciado sobre quien se descargaba el peso de esta maldición era fácil atribuir a todo el mundo la obligación de trabajar; pero ahora que el trabajo es un privilegio y el trabajador, por el hecho de serlo, entra a formar parte de una casta aristocrática que se reserva todos los derechos de ciudadanía surge el problema de saber quiénes son los seres privilegiados que tienen derecho al trabajo. Hoy en Rusia todos quisieran ser trabajadores. ¿Lo pueden ser todos? Indudablemente, no.

La condición exacta del trabajo, que en los países burgueses no es más que una figura retórica, en la Rusia de los soviets es una realidad tangible. El trabajador es un ser superior que goza de todos los privilegios sociales, que se atribuye la misión providencial de dirigir al resto de la Humanidad y se reserva como premio a su indiscutible superioridad todas las ventajas de orden material que la civilización pueda reportarle. La revolución no ha conseguido todavía hacer disfrutar a los trabajadores de ninguna ventaja de orden material: el obrero vive en Rusia tan mal como en cualquier estado capitalista y muchas veces peor. Pero la superioridad moral, los privilegios de índole espiritual están indudablemente en sus manos. Un obrero de Bakú trabaja más horas al día que uno del Ruhr o de Riotinto, se alimenta acaso peor, está más derrotado si cabe; pero tiene la convicción de que el mundo está en sus manos, de que es él quien gobierna y de que no hay más obstáculo a su soberana voluntad que la resistencia de la naturaleza a ser dominada por el hombre. Todo lo que se cuenta de los procedimientos represivos del gobierno de Moscú, de la tiranía del partido comunista, de los procedimientos inquisitoriales de la policía soviética, es absolutamente cierto. Pero todo esto no roza siquiera los derechos del trabajador. En la constitución rusa no aparecen por ninguna parte los derechos del hombre; sólo se encuentra presidiendo la constitución del Estado loa “Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado”.

El hombre por el hecho de serlo no tiene ningún derecho; su libertad y su vida están a merced de la G.P.U. En cambio el trabajador goza de la más absoluta impunidad. Mientras un pobre comerciante puede ser víctima de la “suprema medida de defensa nacional” (así se denomina a la pena de muerte) por una simple contravención de las órdenes o decretos soviéticos un obrero puede manifestar ostensiblemente en la cédula de su fábrica o en el soviet local su disconformidad con la política del partido, combatir a los “leaders” y denunciar públicamente sus abusos de poder y sus inmoralidades. Claro es que el gobierno de Moscú no se deja arrastrar por la acción política de los descontentos, que procura neutralizar cuidadosamente; pero se guarda mucho de aplicar a los trabajadores los clásicos procedimientos contrarrevolucionarios. Se da el caso de que ni siquiera el “leader” goza de la inmunidad que tiene el obrero. Los jefes trotskistas y Trotski mismo conocen el destierro y la cárcel; pero no así sus partidarios de los talleres y los campos. Basta decir que no obstante la furiosa campaña de la oposición la G.P.U. que ha dado muerte en los sótanos de la Lubjanka a muchos miles de burgueses sin una vacilación, no se ha atrevido todavía a fusilar a uno solo de la oposición trotskista.

Esta inmunidad de las clases trabajadoras convertidas súbitamente en la única aristocracia de Rusia empuja a la masa de la población hacia la consecución del “Carnet” del sindicato como en los países burgueses las empuja hacia la consecución de los títulos de nobleza o los billetes de banco.

Los desastrosos efectos de esta invasión del campo de los trabajadores auténticos por estas masas de gentes incapaces que quieren aparecer en las filas de los que trabajan sin capacidad para ello y sólo por el poder personal que del trabajo se deriva los han sentido bien pronto los directores de la revolución. Los talleres y las fábricas donde se necesitaban obreros conscientes, preparados, forjados en esa disciplina férrea del trabajo, han sido inundados por gente de procedencia burguesa, blanda para el trabajo, sin disciplina, sin moral, sin preparación técnica; gene acostumbrada a esta insolvencia y falta de responsabilidad característica de los servidores humildes de la burguesía, tipos domésticos incapaces del heroísmo que la revolución pide a los que llama “trabajadores responsables”.

Estos contingentes de trabajadores improvisados procedentes de la burguesía son los que han llevado la corrupción a la burocracia soviética restableciendo todas las inmoralidades del régimen anterior dentro del nuevo régimen a pesar de la buena voluntad de los directores.

Por otra parte, la propaganda de la revolución en los campos ha echado sobre las ciudades a bandadas de campesinos incultos ansiosos de poder que llegan a Moscú creyendo que por el hecho de ser trabajadores están ya capacitados para ingresar en esa casta privilegiada que se ha adjudicado el gobierno de Rusia. Estas masas de emigrantes del campo a la ciudad que yo he visto perdidas por las calles de Moscú en busca de trabajo con sus petates mugrientos a la espalda, durmiendo a la intemperie, viviendo del pillaje y la mendicidad no tienen, indudablemente, derecho al trabajo. Si la industria soviética estuviera tan desarrollada que realmente necesitara de ellos y los ocupara no tardarían estos trabajadores improvisados, estos obreros sin la moral del obrero, analfabetos en su mayor parte, ambiciosos, conservadores, torpes. No: el derecho al trabajo no alcanza a todos.

Sólo una parte de la población, la más noble, la más culta, tiene derecho al trabajo. El resto tiene que ser considerado por ahora como una masa parasitaria a la que los trabajadores tienen que nutrir.

Económicamente, la situación es la misma que antes del triunfo bolchevique. El trabajador tiene que producir para él y para los que son incapaces de producir. La diferencia estriba en que antes eran los incapaces, los parásitos, los que gobernaban, y ahora son los trabajadores, los que producen, los que tienen en sus manos el cetro del mundo.

29/10/1928

 

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