Vuelta a Europa

El Ejército Rojo

Manuel Chaves Nogales

Cuando quise informarme en Moscú de las características del Ejército Rojo se apresuraron a decirme:

-Los efectivos militares de Francia en el presente años son de 633.171 hombres, los de Inglaterra, 512.801; Italia, 550.470; los Estados Unidos, 303.869; Polonia, 284.000; Alemania, 99.191.

Rusia tiene este año un ejército de 775.000 hombres. El ejército más formidable del mundo.

Pero no hay que alarmarse demasiado. Esta cifra de 775.000 hombres, que teóricamente es cierta, en la práctica, ateniendo a la realidad, se reduce considerablemente. Los cuadros del ejército permanente, en el que se presta servicio obligatorio durante dos o tres años, no pasan de la mitad de esa cifra. Pero a este ejército se agregan los ejectivos del ejército territorial, que forman una suerte de milicias locales en las que no se presta servicio más que durante seis meses repartidos en períodos de dos; el ejército de instrucción, formado por trabajadores intelectuales en su mayoría también con un tiempo de estancia muy reducido y las tropas especiales al servicio de la G.P.U.

Estas últimas fracciones del Ejército Rojo carecen de efectividad bélica; pero el espíritu militarista triunfante hoy en la U.R.S.S. exalta y desfigura su verdadera importancia porque el ideal de los revolucionarios de hoy es el de presentar a Rusia como el país más militarista y más formidablemente armado del mundo.

Desgraciadamente para ellos, el escaso desarrollo industrial de Rusia coloca este amenazador militarismo en una situación de absoluta inferioridad. Estas enormes masas de jóvenes rusos a los que se ha inculcado un fervoroso sentimiento guerrero no podrán lanzarse a luchar con el mundo capitalista porque carecen de motores de aviación, de fábricas de productos químicos y, en general, de casi todo el material que exige una guerra moderna.

Pero si el Ejército Rojo es ineficaz para emprender por sí solo la lucha con el mundo capitalista es un formidable instrumento de ataque contra las nacionalidades vecinas, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia, y, sobre todo, es la garantía de la continuidad del régimen.

Descartado por ahora el ideal de la revolución mundial, para ayuda de la cual el Ejército Rojo tampoco serviría por su falta de material moderno, resulta que los bolcheviques han creado y sostienen un formidable militarismo con todas las lacras morales del militarismo y sin más fines que los que se le adjudican en los países burgueses: la conservación por la fuerza del orden establecido y la exaltación del nacionalismo en daño de los nacionalismos limítrofes.

Esto del totalitarismo es uno de los aspectos más desagradables de la Rusia soviética. Teóricamente la revolución no admite más ejército que esas milicias locales con tiempo de servicio en filas muy reducido que hoy forman el ejército territorial; pero en la realidad se está llegando a la militarización de todas las fuerzas nacionales, hasta el extremo de que en las últimas maniobras ha sido movilizada incluso una gran parte de la población civil.

Pero lo más amenazador de Rusia no es la cifra de sus efectivos militares, sino el espíritu militarista que se ha desarrollado en el pueblo. El soldado bolchevique no se parece en nada a los ejércitos burgueses. Antes que de tener un ejército grande el gobierno bolchevique se ha cuidado de tener un ejército selecto. Lanzó como señuelo para atraerse a los mejores a esta servidumbre militar el grito de que la defensa de la revolución con las armas en la mano era un honor que se reservaba sólo al proletariado y mediante un sistema de reclutamiento absolutamente arbitrario pudo ir eliminando uno por uno todos aquellos elementos que hubiesen podido representar un peso muerto o una tendencia pacifista dentro de los cuadros del nuevo ejército.

Del servicio militar está prácticamente excluido todo aquel que es sospechoso no ya de contrarrevolucionario, sino de antimilitarista. Se da el caso de que se acoge con menos reserva en el Ejército Rojo a los oficiales zaristas y a los elementos de los ejércitos blancos que a los bolcheviques de tendencia antimilitarista.

Basta acercarse a un campamento del Ejército Rojo o presenciar el desfile de un regimiento por las calles de una ciudad para percibir netamente la fuerza moral de unas tropas así formadas y reclutadas. Yo recuerdo el desfile de unos batallones por las calles de Vladicaucas como una de las sensaciones bélicas más fuertes que he tenido en mi vida.

Con paso tardo y abrumados bajo el peso de su equipo de guerra, aquellos mocetones vestidos con uniformes pardos y viejos desfilaban haciendo retemblar el suelo bajo sus botas embreadas. Nada de colores brillantes ni de condecoraciones ni de galones de oro y plata. Una masa oscura que se arrastraba lentamente.

Nada de cascos de acero, ni de charangas, ni de plumajes vistosos. Todo el aparato vistoso de los ejércitos burgueses estaba suprimido. Sólo las grandes botas, las enormes mochilas, los cascos de cuero y sobresaliendo las puntas de las bayonetas y las canciones guerreras de los soldados.

El soldado rojo desfila siempre cantando. Durante la marcha se acompaña él mismo con una melopea triste y amenazadora formada por mil voces desiguales que van repitiendo unas terribles palabras de guerra. Cada pelotón de soldados canta su canción preferida; pero todas ellas tienen el mismo estribillo, una frase que al rato de estarla oyendo mientras los batallones pasan llega a ser una obsesión:

La guerra, la guerra, la guerra.

5/11/1928

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