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La formación de la identidad catalana según Josep Fontana

Lo que llamamos la historia de una comunidad humana -la historia de Cataluña, por ejemplo- se construye sobre el conjunto de todos los hechos y los acontecimientos de los que se ha conservado memoria, con un espesor muy distinto con respecto al pasado remoto, donde los materiales son escasos, y los tiempos más cercanos, donde abundan hasta permitirnos hacer una crónica cotidiana. Nadie podría utilizar estos materiales en su totalidad para fundirlos en una visión global. Su número mismo desafía nuestra capacidad de sintetizarlos.
Lo que hace el historiador habitualmente es buscar caminos en esta selva espesa y desigual, en función de las preguntas respecto al pasado, de acuerdo con las cuestiones que más le importan, que suelen ser -o deberían ser- las que importan a la sociedad y al tiempo en que vive. «Comprender la historia, ha escrito Coetzee, significa comprender el pasado como una fuerza que actúa sobre el presente». En mi caso, la primera motivación que me llevó a escribir este libro fue la de buscar explicaciones al hecho de que los catalanes seamos hoy un pueblo con un fuerte sentido de identidad, de pertenencia a un co lectivo que comparte mayoritariamente, además de lengua y cultura, unas formas de entender la sociedad y el mundo. La identidad es, para mí, una realidad que nace de una larga existencia compartida, no un producto de la tierra o de la sangre, y es por eso que me parece que es la historia quien puede explicar mejor.
Huyendo de los interminables debates en torno al concepto de nación, que desde el siglo XIX fue secuestrado por los estados liberales, herederos de las monarquías absolutas, para usarlo como una legitimación para absorber y asimilar las comunidades sobre las que se extendía su poder, y que en el siglo XX ha sido responsable de millones de muertes como consecuencia de limpiezas étnicas amparadas en falsificaciones históricas, he preferido ir en busca de la raíz primordial de lo que constituye un pueblo: a las experiencias históricas que han ido conformando una identidad colectiva y una cultura propia que proporcionan a sus ciudadanos un sentido de conexión y de pertenencia, reforzado, en el caso de los catalanes, por una evolución política singular que cuajó en un contrato social que les daba la conciencia de ser partícipes de unos derechos y libertades que caracterizaban su sociedad: un conjunto de elementos, en suma, que integran lo que los catalanes del pasado llamaban sencillamente «la tierra».
Que el punto de partida haya sido la situación actual de Cataluña, con sus agravios y sus reivindicaciones, explica que me haya concentrado en la historia del Principado, sin poder dedicar la atención que habría los rasgos comunes que esta comparte con las de Valencia, de Aragón o de las Islas. No deberíamos olvidar nunca que en la Barcelona de 1714 había también aragoneses, valencianos y mallorquines luchando junto a los sitiados.
He tratado de escribir un libro sencillo y comprensible, dejando de lado toda la erudición que no fuera estrictamente necesaria. No he puesto muchas notas a pie de página; pero quien consulte las referencias que figuran al final del volumen, verá que he procurado documentarme, usando libros, artículos y documentos, con una especial atención a la investigación más reciente.
Aparte de eso he podido contar con la ayuda de algunos amigos. En primer lugar el de Eva Serra, una de las figuras más importantes de la historiografía catalana actual, que ha tenido la paciencia de leer el manuscrito, desde los orígenes hasta 1689, subsanando errores y haciendo sugerencias que lo han enriquecido considerablemente; una función similar han hecho Joaquim Albareda en cuanto a los tiempos de la edad moderna, y Borja de Riquer por los años que van de 1874 a 1923. No siempre les he hecho suficiente caso, y temo que, en consecuencia, se puedan encontrar en el mi texto demasiado errores que no he sabido esquivar.
No ignoro los riesgos que presenta un libro como éste. Me decía mi maestro, Jaume Vicens, en una carta de 24 febrero de 1957 en el que defendía sus esfuerzos para abrir nuevos caminos en la historia de la Cataluña contemporánea, construyendo interpretaciones sobre bases aún inseguras, en vez de seguir los caminos más tranquilos de la erudición: «He recogido cientos de miles de hechos concretos -me decía- y por este lado estoy tranquilo. Ciertamente, habría podido hacer esto toda mi vida».
Yo también he reunido, en cerca de sesenta años dedicados a la investigación, montones de datos y de documentos que sólo habría que ordenar y encauzar para la publicación; tengo incluso escritos capítulos enteros de libros que no acabaré nunca. Pero ahora me tocaba de arriesgarme en esta aventura que tiene sus motivaciones más allá del terreno de la erudición y de las interpretaciones historiográficas: en las profundas raíces que nos atan a todos y cada uno de nosotros a la suerte de nuestro pueblo.
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