Juan Pedro Quiñonero
El actual propietario de «Informaciones», Sebastián Auger, ha hundido en doce meses de gestión una empresa y dejado en paro a trescientas familias, dinamitando un producto que goza de prestigio y respetabilidad, mediante la manipulación, el chanchullo y el cambalacheo político. La peligrosidad social de este atentado contra los bienes cívicos y culturales de la colectividad no está penalizada en la legislación vigente.
Durante una década -en mi caso, doce años y medio- trescientas personas fabricaron artesanal y diariamente un producto de ambiguo consumo (el vespertino madrileño «Informaciones») que gozó de un prestigio y respetabilidad reales.
Como cabezas visibles de dicho trabajo colectivo hay que recordar, en primer lugar, para hacer justicia, a Jesús y a Víctor de la Serna. En el producto «Informaciones» se confundían algunas características elementales: liberalismo conservador en los editoriales (fue el periódico de UCD antes que éste naciese), respeto por las opiniones ajenas, objetividad ponderada. La personalidad firme de subdirectores y redactores jefes imprimió algunos caracteres elementales: una cierta agresividad informativa, una mesurada independencia de criterio.
El trabajo de reporteros, críticos, redactores, publicitarios, administradores y administrativos, técnicos y operarios, obreros y distribuidores, durante una década, de modo anónimo en la mayoría de los casos, se consolidó fraguando una mercancía digna y presentable, bien establecida y respetada en el mercado por su solvencia.
No obstante, el valor añadido, la plusvalía económica y moral del trabajo de quienes realizamos «Informaciones», durante más de diez años de trabajo en común (el último equipo del periódico, decano de la prensa vespertina madrileña) no esta contabilizado en ninguna cuenta corriente.
Irresponsabilidad empresarial
Hoy, por el contrario, el derecho a la más elemental libertad de expresión laboral de los restos de dicho equipo está amenazado de modo mortal por la irresponsabilidad empresarial, la indigencia profesional y el peligroso aventurerismo político y «periodístico» del actual propietario de «Informaciones», Sebastián Auger.
En contra de cualquier apariencia, el hundimiento de «Informaciones» está perpetrado a través de la violación permanente y feroz de las más elementales reglas de deontología profesional: manipulación informativa; coacción política: enjuague, cabildeo y arribismo editorial.
La sorda labor de torpedeo y destrucción del periódico se consuma en dos etapas distintas con caracteres particulares:
Primera etapa.— Dirige el periódico (desde la Navidad del 78) Guillermo Solana, y actúa como redactor-jefe. con poderes muy extensos y discrecionales, Fernando González.
A titulo y responsabilidad individual, pero representando la opinión de los corresponsales en el extranjero (Felipe Magaña, en Nueva York; José Luis Muñiiz, en Roma) planteé al director de «Informaciones» el 8 de mayo de 1979 un grave problema de ética profesional: manipulaciones informativas y políticas cometidas de modo sistemático, permanente, por un redactor jefe (F.G.) comentándole por escrito: «Los abusos que. estimo, se han cometido contra mi trabajo y contra la información dirigida al lector, creo que también son perjudiciales para la economía y el respeto de nuestro periódico, ante la opinión, ya que es nuestra ética colectiva y nuestro respeto a la verdad lo que está en juego. »
Paralelamente, me dirigí al redactor jefe responsable de las manipulaciones informativas, insistiendo en que consideraba sus abusos como un problema que debería resolver un tribunal de ética profesional. A lo largo de un detallado informe -del que guardo copia lógicamente- describía minuciosamente los mecanismos de censura y las manipulaciones más burdas e incalificables.
El editor, el director, todas las jerarquías del periódico, conocieron dicho informe y el proyecto de plantear el caso ante un tribunal de ética profesional.
La gravedad de un proceso de esta índole, contra todas las jerarquías del periódico, en nombre de la ética profesional, planteado por el corresponsal en París —redactor de «Informaciones» desde el otoño de 1967. doce años atrás— no tuvo ninguna respuesta escrita: telefónica y personalmente, fui disuadido del proyecto de plantear mis acusaciones públicamente; como argumento, se me subrayó que no volverían a producirse» tales atentados contra el más elemental trabajo periodístico.
Los casos aislados y personales, con frecuencia, son del todo irrelevantes e insignificantes. Y el mío no tiene por qué ser una excepción. No obstante, a través de este discurso se trata de denunciar, como quizá haya advertido el lector, un proceso de erosión peligroso para las mercancías informativas: de como deformando, manipulando y degradando unos objetos muy sensibles (las palabras, hilvanando informaciones) se condena a la ruina y el descrédito un objeto y una empresa que exigen, para su prosperidad, basada en la transmisión rápida de noticias, una limpieza de criterio escrupulosa e intachable: sin la cual, el lector es victima de una estafa y un abuso (y acabará por abandonar a su triste suerte a un producto que intenta seducirlo con mentiras y excesos) y el «periodista» cumple las funciones del correveidile y el lacayo.
Manipulaciones
Tras seis meses de manejos y chanchullos, había concluido la «primera etapa» del tinglado «empresarial» llamado a concluir con el cierre del periódico. Durante ese intervalo, los atentados más llamativos contra «Informaciones» —dejando ahora al margen deficiencias de gestión de gravedad paralelas al aventurerismo político- fueron elementales y decisivas: destrucción minuciosa de los principios básicos de la actividad periodística, conviniendo el trabajo (del corresponsal en el extranjero, en mi caso) en una labor políticamente cercenada, manipulada por directrices propias del comisario político, el compinche o el arribista. Diez años de trabajo invertidos en la conquista de un mercado de lectores quedaban dinamitados por el nepotismo empresarial y el más turbio (por confuso) cambalacheo político.
Segunda etapa.- Se inicia con la contratación como director de Emilio Romero, en el verano del 79, en un momento que no puedo precisar, pero que es del todo irrelevante en esta historia triste y terrible.
El primer semestre del 79 se distinguió por la manipulación política. El segundo tendría un carácter «folklórico». Emilio Romero consagró todo su tiempo a llenar nuestro periódico de ordinarieces, horóscopos, ciencias ocultas, consultorios, titulares falsos, desproporcionados, mentirosos y pueriles. Todo lo que había sido construido con esfuerzo durante una década (mesura, objetividad, respeto) fue dinamitado con alegre irresponsabilidad: E. R. aparecía en primera, tercera y última página: en el correo de los lectores, incluso en el Horóscopo. «Informaciones» pasó a convenirse en una equivoca plataforma personal donde su director en funciones utilizaba en beneficio propio, de modo abusivo y particularmente lesivo para la credibilidad de! periódico, todo tipo de recursos humanos y económicos.
Atentado contra bienes públicos
En doce meses de gestión (???), el actual propietario del periódico, Auger, batió un récord ingrato y amargo: hundir una empresa (una más), dejar en el paro a trescientas familias, dinamitar de modo horrible, vulgar y turbio, un producto digno en el que perdieron diez años de su vida dos centenares de profesionales.
Sin duda, la legislación vigente no penaliza la peligrosidad social en una de sus variantes más graves y amenazantes en las sociedades industriales: el atentado impune contra los bienes cívicos y culturales de consumo público y producción colectiva. Será castigado el ladrón que roba un libro, el incendiario que destruye un edificio histórico; pero «todavía» no está perseguido el delincuente (¿común?, ¿cultural?, ¿social?, ¿político?) que arruina con su comportamiento y acciones (profesionales, económicas, políticas) la supervivencia de un producto de utilidad pública y jerarquía social, cultural, política y cívica bien evidente.
El caso «Informaciones» aporta a los legisladores las bases para el estudio, análisis y proposición de una normativa legal que penalice este tipo de delitos, a través de la casuística siguiente:
— Existe un producto bien identificable físicamente: y puede describirse. minuciosamente, el proceso político y profesional que ha conducido a su gravísimo deterioro moral, ético, profesional, hasta amenazar de modo definitivo su supervivencia. Es posible analizar detalladamente e) proceso do su hundimiento ético e informativo (preludio del lógico hundimiento empresarial subsiguiente); y es posible citar por su nombre de pila a los eventuales responsables de esta catástrofe perpetrada cínica y fríamente, destruyendo el patrimonio público y colectivo (lectores y trabajadores) a través de una actividad que puede juzgarse diáfanamente según principios morales bien definidos (fundamentos deseables de cualquier código de justicia).
– Existen unas víctimas objetivas y unas víctimas subjetivas (productores de la mercancía y los bienes expoliados; consumidores de una mercancía socialmente útil), que deben exigir responsabilidades económicas, jurídicas, civiles y penales, ante los mismos tribunales que juzgan a un pirómano, a un ladrón, a un traficante de objetos religiosos robados o comprados en oscuras condiciones en cualquiera de las parroquias de nuestro esquilmado patrimonio histórico y cultural.
Diario 16/28-abril-80
Blog de Juan Pedro Quiñonero
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Categorías:Artículo histórico