No recuerdo haber ejercido otra profesión que la de periodista en toda mi vida, ya bastante prolongada, porque excede de los ochenta años de edad. Casi niño, en las Escuelas Pías de Guanabacoa puede decirse que jugué a periodista, pues en las aulas publicaba semanalmente un periodiquín, en el cual contendía con mi inteligentísimo condiscípulo Eduardo F. Pulgarón, que más adelante fue catedrático del Instituto de segunda enseñanza de La Habana. El periódico de Pulgarón se denominaba La Crítica y el mío El Gallo. Colaboraba conmigo Enrique Fontanils, que andando el tiempo fue el cronista de salones más famoso de Cuba. Nuestras contiendas periodísticas eran el encanto de los padres escolapios que dirigían nuestros estudios. Por cuanto que en no pocas ocasiones en clase nos felicitaron por las muestras de ingenio que dábamos como incipientes periodistas. Pulgarón y Fontanils daban inequívocas pruebas de un talento y de una ingeniosidad impropios de sus cortos años. Más tarde, cuando yo había trasladado la matrícula al instituto de La Habana, publiqué en unión de Florentino Díaz Smith un periódico al que pusimos por título El Preludio, título que le estaba muy apropiada, pues no pasó del primer número. Y ello debióse a que no disponíamos de fondos. Agotados los que teníamos para el primer ejemplar, tuvimos que renunciar a nuestro propósito y El Preludio inopinadamente dejó de ver la luz. Recuerdo que yo quedé satisfechísimo del primer número que apareció de El Preludio. Cuantos le vieron hicieron de él muy entusiastas elogios. Los autores de todos los trabajos fuimos Díaz Smith y yo. A través de toda la vida hemos sido amigos excelentes, nos queremos cual si fuéramos hermanos, y no hay para ambos motivo de mayor satisfacción que cuando de vez en vez tenemos la dicha de departir acerca de nuestras antiguas andaduras. El único número que conservaba de aquel periodiquito amado lo hice figurar en un certamen de prensa que se llevó a cabo en la ciudad de Barcelona. En aquella exposición figuraban publicaciones aparecidas en España y en las que fueran sus colonias de América. El Preludio alcanzó un premio honorífico. Inicié mi carrera periodística en España en el diario El Suplemento. En él permanecí escasamente quince meses. Era una publicación modesta, que había surgido a la vida cuando se estableció el descanso dominical para la prensa de Barcelona. Intitulose El Suplemento porque realmente suplía a todos los diarios que los lunes invariablemente cesaban en su publicación. En El Suplemento hice mis primeras campañas a favor de nuestro país. Aunque yo era entonces bastante joven, se me consideraba como una autoridad en los asuntos referidos a Cuba, en primer término por haber nacido en la entonces colonia hispana y, en segundo lugar, por haber llegado muy recientemente de mi tierra natal. En el mes de mayo de 1894 fue para mí un ascenso importante en la carrera periodística, el ingreso en la redacción del diario El Diluvio. Era el periódico republicano más antiguo, más importante y de mayor circulación de España. El primer número de El Diluvio apareció el mes de noviembre de 1858. De manera que cuando yo ingresé en su redacción hacía veintiséis años que veía la luz pública. Yo era el más joven y entusiasta de sus redactores. Preferentemente dedicábame a informaciones de todo género, pero podía, con entera libertad, invadir casi todas las secciones del periódico. Los redactores de El Diluvio eran, por lo general, antiguos en la casa. Los que de nuevo ingresaban en ella, lejos de moverles a envidia, como comúnmente sucede en los periódicos, despertaban muy vivamente simpatías. Yo les caí simpático y tuvieron para mí una condescendencia sin límites. Todos eran entusiastas republicanos y en su mayoría adictos al partido federal. En su mayor parte, habían sufrido persecuciones por sus ideales. El jefe y maestro de todos los antiguos redactores de El Diluvio era don Francisco Pi y Margall. Todos, pues, eran partidarios de que se concediera a las colonias que entonces restaban a España un régimen ampliamente autonomista. Y como tales eran también mis opiniones, llegué a identificarme por completo así con mi director como con todos los compañeros de redacción de El Diluvio. A todos les consideré cual si, como yo, hubiesen nacido en tierra cubana. Eran aquellos los tiempos en que se preparaba en Cuba el último movimiento revolucionario en pro de su independencia nacional. El Diluvio hallábase tildado por las autoridades como un diario de tendencias filibusteristas. En sus trabajos buscaban siempre tendencia recóndita punible y en no pocas ocasiones viose el diario perseguido como separatista. La policía barcelonesa era en alto grado intransigente, inculta y suspicaz. Por eso muy a menudo formulaba graves denuncias contra El Diluvio, las cuales por lo común terminaban en condenas de multa y pérdida de libertad. Como yo jamás negué mis opiniones ni atenué en modo alguno mis ideales separatistas, la policía conocíame sobradamente y me hacía de continuo objeto de sus pesquisas y persecuciones. Era inevitable, fatal, que así sucediera. El Diluvio, diario de combate, defensor entusiasta de las clases populares, tenía muy numerosos enemigos en Barcelona y todos ellos lo eran muy exacerbadamente míos, que era un defensor entusiasta de las libertades de Cuba. Quédese para la conferencia próxima el relato de las primeras persecuciones que por mis ideales separatistas sufrí en España. Conferencia de Jaime Claramunt radiada el 19 de junio de 1947 en CMZ Radio de La Habana y recuperada en el Archivo Nacional de Cuba
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