Con aplauso y respiro del mundo católico, Paulo VI decidió hace cuatro meses remozar una de las más antiguas congregaciones romanas, la del “Santo Oficio”. En el plano externo, las mutaciones fueron de menor cuantía, pero en su orientación y métodos la nueva congregación para la doctrina de la fe difiere prfundamente del antiguo tribunal inquisitorial. La entrada en este dicasterio del P. Charles Moeller ha acabado de dar la garantía del viraje tan felizmente iniciado. El ex Santo Oficio ya no condenará a los católicos que en el ejercicio de su apostolado o en la expresión de su pensamiento hayan empleado fórmulas menos felices o inadecuadas. El Santo Oficio substituirá los fatídicos e inapelables “monitum” (amonestaciones) por cigarrillos y café, es decir, recurrirá al diálogo directo con el interesado, procurando en todo salvaguardar su dignidad, su honor y su buena fama.
Pero hete aquí que cuando en Roma sucede eso, en una noble y hermosa ciudad catalana se levanta el inesperado relevo, y reverdecen los tristes lauros coercitivos, con su séquito de desorientación y amargura. Pública censura, expulsión, ausencia de diálogo: ningún detalle ha sido olvidado en esta extemporánea evocación de un espíritu y unos métodos que dábamos todos ya por periclitados. La reputación de un hombre ha sido empañada, sin que aparezca claramente qué clase de beneficios pueden retirarse de esta manera de proceder. Por el momento pena y estupor son los frutos cosechados por este episodio que viene a añadir una incertidumbre más a las que ya albergaba la sensibilidad de muchos cristianos de esta tierra.
¿Cuándo se nos dará el espectáculo de la caridad?
Tele/eXprés, 19 de abril de 1966
El artículo se refiere muy veladamente a la expulsión del jesuita Joan Gabernet de la diócesis de Lérida por haber reproducido un documento sobre la entrada de la policía en el convento de los capuchinos de Sarriá, donde se celebraba la asamblea constituyente del Sindicato de Estudiantes. La decisión la tomó el obispo franquista Aurelio del Pino.
El artículo fue escrito por Josep Montserrat Torrents, filósofo y teólogo, de forma anónima. El castigo recayó en el director del diario, Andreu Avel.lí Artís, Sempronio, que ya había sido mal acogido por Franco cuando el ministro de información, Manuel Fraga, autorizó su nombramiento. Sempronio había trabajado como periodista en la prensa catalana de orientación republicana, como la revista Mirador y el semanario L’Opinió. La tímida apertura de la ley de prensa de Fraga retrocedía con este episodio de un periódico que había querido ganar legitimidad democrática con el nombramiento de un periodista republicano.
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