Jaume Guillamet
La muerte en Lausana (Suiza), hace unos días, de Jaime Castell Lastortras, significa la desaparición algo prematura de un personaje singular de la no tan lejana España del desarrollo. Castell fue un catalán de Manlleu que en pocos años logró levantar un imperio empresarial tan espectacular como efímero, se hizo amigo personal de la familia de general Franco y en 1978 vendió la mayor parte de sus empresas para retirarse, con lo conseguido, a Suiza.
Las actividades empresariales de Castell alcanzaron casi todos los ámbitos de las necesidades cotidianas de un ciudadano. De la alimentación al textil, pasando por la promoción inmobiliaria, los seguros, el turismo, la farmacia, los espectáculos y la banca. En el campo de la comunicación promovió una editora de libros, una productora de cine y varias publicaciones periodísticas. La crisis de su Banco de Madrid y su Banco Catalán de Desarrollo, junto a las protestas del incipiente movimiento de vecinos contra algunas de sus promociones urbanísticas en los últimos años de la Barcelona de Porcioles, marcaron un declive parcial. Después de la muerte de Franco se fue a Suiza y, según cierta leyenda, sólo ocasionalmente volvió a Barcelona y únicamente para mantener algunas entrevistas sin salir tan sólo del aeropuerto.
Con sus amigos Juan Antonio Samaranch, Joaquín Viola y Carlos Sentís fundó y financió, en 1964, el diario Tele-eXprés, sin duda el primer ensayo de modernización de una prensa anclada en la rutina de la censura política y la falta de competitividad económica. Diecisiete años duró este diario, que no pudo ver coronada por el éxito ninguna de sus breves y sucesivas etapas. Sirvió, eso sí, de banco de pruebas eficaz para los modelos que más tarde se han impuesto en la prensa diaria catalana y española, así como para numerosos periodistas y escritores que hoy gozan de amplia proyección.
El Tele-eXprés más propiamente de Castell fue el primero, el que tuvo como directores a Andreu-Avel·lí Artís “Sempronio”, Ignacio Agustí y Carlos Sentís. Era un diario innovador que trataba de introducir en Cataluña el modelo popular del vespertino France Soir, corregido con una atención preferente a los temas locales. Esta etapa empezó en 1964, año de aparición del rotativo, y terminó en 1968 cuando, tras una breve dirección en funciones de Manuel del Arco, Manuel Ibañez Escofet dio un viraje y promovió el que durante unos años sería el diario progre por excelencia. En esta etapa, Castell compartió la propiedad con el conde de Godó. Finalmente, tras la muerte de Franco y tras un breve ensayo de diario informativo-interpretativo bajo la dirección de Pere O. Costa, ya propiedad plena de Godó, llegaron unas épocas finales, ya en la órbita del Grupo Mundo, que lo arrastraría en su desmoronamiento.
Cuando Tele-eXprés murió, Castell llevaba un par de años en Suiza. Pero en la esquina de las calles barcelonesas Aragón-Roger de Flor permanecía y permanece el testimonio mudo del sueño imposible del primer grupo periodístico moderno de esa Cataluña desarrollista. Es un edificio moderno, el primero construido expresamente en muchos años para una empresa periodística catalana, y en su fachada siguen grabados mil y más veces los logotipos de Tele-eXprés y Tele Estel, el también frustrado primer semanario en catalán, que Castell arrancó con condiciones de Madrid -las mismas condiciones que acabaron por hacerle perder el favor del público- y, al parecer, como pago a la actitud del diario ante la manifestación de curas de 1966 en Via Layetana.
La aventura del Tele-eXprés fue probablemente prematura en su intento de un diario de corte popular y sensacionalista. El crecimiento económico de la época del desarrollo español de los 60, actuó quizás a modo de espejismo en relación con las posibilidades reales de dinamizar una prensa que seguía sujeta a un serio control, pese a la posterior Ley de Prensa, y en la que, por tanto, aún no era posible una normalidad diversificada y competitiva como la que finalmente se ha instalado con la democracia. Probablemente fue más acertada la línea iniciada por Ibáñez Escofet, que ya tenía la experiencia anterior de su subdirección en El Correo Catalán, buscando un diario sensible a las aspiraciones catalanistas y democracias.
Castell -que adquirió temporalmente El Mundo Deportivo y promovió una importante empresa gráfica y algunas revistas- fue el primero de una serie de frustrados empresarios de prensa que no acertaron a protagonizar la renovación del sector. Habría que citar, lógicamente, además, a Victor Sagi y su imposible Diario Femenino; a Santacreu como responsable de la pendiente final del Diario de Barcelona y hoy, imprevisiblemente, diputado en el Parlament (por Coalición Popular), y, “last but not least”, Sebastián Auger, buscando por la justicia española y remontando vuelos en Méjico tras la sorprendente y aleccionadora historia del Grupo Mundo.
La Prensa del desarrollo tuvo unos perfiles muy distintos en Barcelona que en Madrid, donde los grupos de presión fueron los verdaderos protagonistas y no unos empresarios – entre los que estaba Castell- aislados y quizá atípicos. Hoy, aquella Prensa del desarrollo queda en Madrid y en Barcelona como una anécdota significativa pero no decisiva: ¿qué se hizo de Nuevo Diario, el antiguo El Alcázar, Madrid o Nivel? ¿Qué se hizo de Tele-eXprés, Diario Femenino, Mundo Diario, Cataluña Express, 4-2-4, la revista Mundo e incluso del histórico y desconcertado Diario de Barcelona? La renovación periodística la han hecho empresas nuevas, más numerosas y potentes en Madrid que en Barcelona. Y ese es ya otro tema.
El País, 10 de julio de 1984
Categorías:Comentario, Uncategorized