Artículo histórico

La amenaza del Macartismo

Ed Murrow

Quiero hablar unos minutos de la investigación sobre Hollywood que se está llevando a cabo ahora en Washington. Este reportero aborda el asunto con el recuerdo muy vivo de amigos en Austria, Alemania e Italia que murieron o marcharon al exilio porque se negaban a reconocer el derecho de su gobierno a determinar lo que tenían que decir, leer, escribir o pensar. (Si presenciar la desaparición de la libertad individual en el extranjero hace que un reportero sea excesivamente sensible a incluso la más leve amenaza de ello en su país, mi análisis de lo que está sucediendo en Washington puede estar desenfocado.) Desde luego, no es ésta la ocasión para una defensa de la producción de Hollywood. Gran parte de esa producción no me estimula, pero no estoy obligado a verla. Tampoco es esto un intento de condenar las comisiones de investigación del Congreso. Tales comisiones son una parte necesaria de nuestro sistema de gobierno y han realizado en el pasado la doble función de iluminar ciertas incorrecciones y de facilitar a los congresistas opiniones expertas sobre leyes importantes en fase de estudio. En general, sin embargo, las comisiones del Congreso se han ocupado de lo que individuos, organizaciones y empresas han hecho o no han hecho, y no de lo que los individuos piensan. A este reportero le ha parecido siempre que hay que juzgar las películas por lo que aparece en la pantalla, los periódicos por lo que aparece impreso y la radio por lo que sale del altavoz. Las creencias personales de los individuos no parecen un campo de investigación legítimo, ni para el gobierno ni para los individuos. Cuando los banqueros, o los hombres del petróleo y las carreteras, tienen que presentarse ante una comisión del Congreso, no es habitual que se les interrogue acerca de sus creencias o de las creencias de sus empleados. Cuando a un soldado se le hace un consejo de guerra, se le encara con testigos, tiene derecho a abogado y a interrogaciones. No se le puede despojar de su reputación de soldado ni de sus perspectivas de futuros empleos a menos que se alcance un veredicto bajo la ley marcial claramente establecida.

Supongo que es posible que la comisión ahora reunida ponga al descubierto informaciones sorprendentes y significativas. Pero lo que aquí nos concierne es sólo lo que ha pasado hasta hoy. Ciertas personas han sido acusadas o bien de ser comunistas o de segur la línea comunista. Sus acusadores no están sometidos a las leyes de difamación y calumnia. No es probable que denegaciones posteriores borren nunca la acusación original. Es de esperar que esta investigación causará una moderación aún mayor en una industria que hasta ahora no se ha destacado por su audacia al reflejar los problemas sociales, económicos y políticos significativos que afronta esta nación. Por ejemplo, Willie Wyler, que no es ningún alarmista, dijo que no se le permitiría hacer Los mejores años de nuestras vidas del mismo modo en que lo rodó hace más de un año.

En las vistas se han hecho considerables menciones de dos películas, Mission to Moscow (Misión a Moscú) y Song of Russia (Canción de Rusia). No soy crítico de cine, pero recuerdo lo que sucedía en la guerra cuando se estrenaron estas películas. Mientras mirabas Mission to Moscow había combates violentos en Túnez. Las fuerzas estadounidenses y francesas tenían que retornar; Stalin decía que se aproximaba la apertura del Segundo Frente; las batallas en las islas Salomón y Nueva Guinea eran durísimas, MacArthur advertía de que los japoneses amenazaban a Australia; el general Hershey anunciaba que se reclutaría a padres; se publicó el libro de Wendell Willkie One World (Un mundo). Y al estrenarse Song of Russia, se luchaba con virulencia en Cassino y Anzio; se botaba el buque de guerra Missouri, y el diario ruso Pravda publicó, antes de retractarse, un artículo que afirmaba que alemanes y británicos estaban manteniendo conversaciones de paz. Y en todo este tiempo hubo altos cargos en Londres y Washington que temían que los rusos pudieran pactar una paz separada con Alemania. Si estas películas fueron subversivas en ese momento y ese clima, ¿qué será lo próximo en someterse a la inspección de la comisión del Congreso? ¿Corresponsales que escribieron y afirmaron por radio que los rusos luchaban bien y sufrían horribles bajas? Siguiendo esta línea, también habría que investigar las cadenas y los periódicos que dieron curso a estas noticias.

Ciertas agencias del gobierno, como el Departamento de Estado y la Comisión de Energía Atómica, se enfrentan a un auténtico dilema. Están obligadas a mantener la seguridad sin dañar las libertades esenciales de los ciudadanos que trabajan para ellas. Pueden exigir medidas de seguridad especiales y justificables. Pero este problema no se plantea con relación a los instrumentos de comunicación de masas. En este ámbito se diría que hay dos alternativas: o bien creemos en la inteligencia, el buen juicio, el equilibrio y la astucia innata del pueblo estadounidense, o bien creemos que el gobierno debe investigar, intimidar y por últimos legislar. La elección es así de sencilla.

El derecho a disentir -o, si lo prefieren, el derecho a equivocarse- es sin duda fundamental para la existencia de una sociedad democrática. Es el primer derecho que ha desaparecido en todas las naciones que se han encaminado hacia el totalitarismo.

Me gustaría sugerirles que la actual búsqueda de comunistas no se parece en ningún sentido a la que se produjo tras la Primera Guerra Mundial. Ésa, como sabemos, fue un fenómeno pasajero. Los que aquí se adhirieron entonces a la doctrina comunista no podían encontrar en ninguna parte del mundo un órgano de poder fuerte, estable y expansivo basado en los mismos principios que ellos profesaban. Ahora la situación es otra, así que puede suponerse que esta tensión interna, la desconfianza, la caza de brujas y los sambenitos -llámenlo como quieran- continuarán. Puede hacer que muchos de nosotros excavemos profundamente en nuestra historia y en nuestras convicciones para determinar hasta qué punto sostenemos los principios que nos inculcaron y aceptamos con tanta convicción, y que hicieron de este país un refugio para hombres en busca de refugio. Y mientras analizamos este asunto, convendrá recordar una frase poco conocida de Adolf Hitler, pronunciada en Königsberg antes de llegar al poder. Dijo: “La gran fuerza del Estado totalitario es que obligará a los que lo temen a imitarlo”.

27 de octubre de 1947

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