Artículo histórico

«¡¡Mé-xi-co!! ¡¡Mé-xi-co!!»

Carlos Monsiváis

El 3 de octubre de 1968 el gobierno aclara su verdadero principio de autoridad: la garantía de la conducta impune. La censura sujeta a los medios informativos: hay intimidaciones, sobornos y amenazas; se insiste en lo adecuado del «correctivo para la violencia subversiva»; los agentes judiciales decomisan fotos en los periódicos y los filmes de que tienen noticia. En los círculos oficiales el alivio es palpable. Se le ganó la partida a los guerrilleros. Las víctimas reaparecen, sin voz y casi sin imagen, como los culpables de todo; quienes han apoyado el Movimiento viven entre tensiones y sobresaltos.

A salto de mata, los voceros últimos del Consejo Nacional de Huelga carecen de tribunas y de poder de convocatoria. En esos días sólo unas cuantas denuncias se difunden, y en diversos diarios y revistas ni siquiera pagando se aceptan los manifiestos de protesta, o las refutaciones de la versión oficial que pese a todo se envían. El miedo es el método a mano para asimilar lo ocurrido, y cualquier otra reacción parecería ilógica. El gobierno parece invencible. Ha matado a sangre fría y le ha ocultado ventajosamente los hechos a la opinión pública, o esta opinión pública ha admitido lo que se le dice, doblegada por los tanques y los rumores de la mortandad. De nada valió el cúmulo de reporteros internacionales atraídos por los Juegos Olímpicos. Al día siguiente de la matanza sólo se perciben semblantes pálidos.

El 30 de septiembre escribo, presionado por la esperanza, un artículo que se publica en Siempre! el 3 de octubre. Al reelerlo entonces, advierto cómo, inexorablemente, la matanza modifica el sentido de mi alegato. Me intranquilizo, pero no es muy saludable el miedo a posteriori. En el escrito, insisto en la libertad de los presos políticos, antepongo las posiciones morales a la real politik (°qué tino!), y agito mis buenos deseos: «No puede repetirse este trágico proceso de inexistencia política y amnesia moral que llevó durante diez años al olvido mayoritario de la prisión de hombres como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, valores de la nueva independencia nacional. Sería tan absurdo como monstruoso repetir el viejo esquema mexicano. Toda lucha democrática que incluye como punto central la libertad de los presos políticos, termina invariablemente con el registro de nuevos presos políticos».

°Dioses! Mi calidad profética se da en razón inversa a mi oposición a las profecías ominosas. Y todavía en el artículo insisto en ver próximo el desvanecimiento de la mano dura:

En estas condiciones sería necio o retrógrado volver al molde de las actitudes «medidas»: pequeños comités de defensa, manifiestos semestrales de protesta, etcétera. Las «desmedidas» acciones de masas de los últimos meses ilegales y constitucionales han hecho vivir el país. Es necesario continuar con ese proceso democrático. Si se desistiera de ese pliego petitorio ahora más amplio, con más presos políticos, más víctimas a indemnizar, más responsabilidades que deslindaron, si se dejase en prisión a estos maestros, estudiantes, dirigentes políticos, padres de familia, etcétera, se nulificarían la vida universitaria y la vida estudiantil, y se legalizaría la esquizofrenia nacional: un país de personalidad escindida entre la Villa Olímpica y Lecumberri, entre la Constitución Política de la República y las justificaciones de la intervención militar, entre otras porque prevenía «actos posiblemente delictuosos».

Ni la vida universitaria ni la estudiantil se nulifican, y la esquizofrenia persiste, pero al país entonces lo señala el lento aprendizaje.

La noche del 4 de octubre, Juan García Ponce, Nancy Cárdenas y Héctor Valdés llevan a Excélsior el manifiesto de protesta de la Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores. Al salir, se les detiene y envía a los separos, tal vez porque confunden a García Ponce (en silla de ruedas) con Marcelino Perelló; más probablemente por el afán de arrestar «sospechosos». En los separos, los judiciales los hostigan verbalmente y los maltratan, especialmente a García Ponce que, me cuentan luego Nancy y Héctor, se porta maravillosamente, exhibiendo el desprecio a sus raptores. Me lo imagino: «Verdaderamente, no? Estos tipos ni siquiera saben hacer preguntas. Están jodidos. Y se molestaron porque les dije: “Si quieren saber lo que pienso, lean mis libros. Les llevaría tiempo y esfuerzo pero conocerán mi pensamiento». Nancy, como de costumbre, es irreprimible. Estuvo el 2 de octubre en Tlatelolco, y ella y Beatriz Bueno volvieron al día siguiente en la mañana por su auto y se lo llevaron sin problemas. Y al referir su aprehensión se llena de furia y carcajadas: «Querían a fuerzas que confesáramos el complot, y cuando les dije que el complot venía del gobierno, nomás se rieron».

Se localiza a Julio Scherer, que le habla al procurador General. En unas horas los tres están libres. El manifiesto se publica al día siguiente. El texto, redactado básicamente por Nancy, es el primero que se publica sobre Tlatelolco y es todavía una descripción excelente:

Con dolor, ante los sangrientos sucesos acaecidos el día 2 del mes en curso en la Plaza de las Tres Culturas, de Ciudad Tlatelolco, elevamos nuestra más enérgica protesta por tan injustificado e injustificable acto de represión.

Es nuestro deber manifestar:

  1. El mitin, iniciado alrededor de las 17:30 horas, estaba desarrollándose en perfecto orden.
  2. El primer orador estableció que después del acto, los asistentes deberían retirarse de la Plaza, también ordenadamente.
  3. No se hizo ningún disparo anterior a la intervención de la fuerza pública.
  4. El ejército no previno a los asistentes en forma alguna antes de su agresión.
  5. La fuerza pública mantuvo un fuego intermitente.
  6. La fuerza pública hizo detenciones masivas en forma ilegal.
  7. Hasta el momento, hay un número indeterminado de personas desaparecidas que fueron capturadas en el lugar de los hechos por la fuerza pública, responsable de su seguridad.
  8. Se allanó un gran número de hogares con lujo de violencia.
  9. Ninguno de estos actos delictuosos puede ser justificado por las autoridades ni ha sido explicado legalmente.

Todos estos hechos, que han obligado a abandonar sus hogares a los habitantes de Ciudad Tlatelolco, todavía ocupada por el ejército, no pueden ser silenciados ni desvirtuados.

Asamblea de Intelectuales,
Artistas y Escritores.

Lo único que el documento no contiene es el relato de la provocación, pero lo demás allí está, con todo y la fe en que los acontecimientos no pueden ser silenciados ni desvirtuados, exactamente lo que el gobierno quiere.

El 3 de octubre, Abel Quezada publica un cartón notable en Excélsior. Sobre un rectángulo negro, el título «¿Por qué?». El 12 de octubre, leo en Siempre! quizá el mejor artículo del gran periodista José Alvarado:

Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos. Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y el engaño.

Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas.

Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos.

En el lapso que va del 3 de octubre de 1968 al 1 de diciembre de 1970, cuando Luis Echeverría toma el mando, se quiere reducir el 68 a la categoría de «incidente lamentable», y para ello se prosigue el linchamiento moral de las víctimas. Se dispara contra una muchedumbre indefensa, se fabrican «conspiraciones», se detiene a centenares de jóvenes por el «delito» de manifestar, se oculta con impudicia el número de muertos, se festeja el cinismo y la rapacidad del Poder Judicial. Y la sociedad no responde, entre otras cosas porque la oposición carece de medios de difusión, la radio y la televisión están vedadas al mínimo comentario informativo o crítico, a Radio Universidad la acosa la censura de la Secretaría de Gobernación, y los sectores del PRI, los industriales, los jerarcas eclesiásticos, los Editorialistas Responsables, exaltan el sometimiento, esa condición fundadora de la República.

Pongo ejemplos. El Senado de la República, todo entero, se pone a la cabeza del macarthismo, y culpa de los «actos graves de agresión en contra de la policía y del ejército mexicano», usando armas de alto poder, a «elementos nacionales y extranjeros que persiguen objetivos antimexicanos de extrema peligrosidad ante los que se justifica plenamente la intervención de la fuerza pública para proteger no solamente la vida y la tranquilidad de los ciudadanos, sino al mismo tiempo la integridad de las instituciones del país» (3 de octubre). La Cámara de Diputados, toda íntegra con la honrosa excepción del Partido Acción Nacional, se extasía: «Las medidas tomadas por el Poder Ejecutivo Federal, para garantizar la paz de México, corresponden a la magnitud de los acontecimientos y a la gravedad de las circunstancias» (3 de octubre). El diputado priísta Víctor Manzanilla Schaffer, no se priva de patriotismo alguno: «Y hay que hacer esta declaración como mexicanos: preferimos ver los tanques de nuestro ejército salvaguardando nuestras instituciones, que los tanques extranjeros cuidando sus intereses». Qué diferente y qué satisfactorio morir aplastado por un tanque tricolor.

El 7 de octubre el teléfono suena desde temprano. Son periodistas en busca de mi respuesta a las declaraciones de la escritora Elena Garro. Antes de contestar compro todos los diarios. Allí está la defensa de Elena a las acusaciones de Sócrates Amado Campos Lemus, de grata memoria, que la incluye en un grupo de «políticos resentidos»: Carlos Alberto Madrazo, ex gobernador de Tabasco y ex presidente del PRI, enemigo reconocido de Díaz Ordaz; Humberto Romero Pérez, ex secretario privado del presidente López Mateos, y enemigo reconocido de Díaz Ordaz; Braulio Maldonado, ex gobernador de Baja California y enemigo reconocido de Díaz Ordaz. Elena Garro acepta: hay una conjura y, en efecto, varios líderes estudiantiles le propusieron que hablara con Carlos Madrazo para que encabezara la huelga estudiantil, y Madrazo no aceptó. El plan de los líderes estudiantiles no excluía el asesinato, ya fuese del secretario de Gobernación, Echeverría, o del jefe del Departamento de Asuntos Agrarios, ingeniero Norberto Aguirre Palancares. Y lo más grave: los estudiantes no son los verdaderos responsables de la agitación, sino «un grupo de más de quinientos intelectuales mexicanos y extranjeros, la mayoría de ellos escudados en altos empleos en la UNAM y el Politécnico».

Elena Garro da la lista: Luis Villoro, José Luis Ceceña, Jesús Silva Herzog, Ricardo Guerra, Rosario Castellanos, Víctor Flores Olea, Francisco López Cámara, Leopoldo Zea, José Escudero (es decir, Roberto), Eduardo Lizalde, Jaime Shelley, Sergio Mondragón, José Luis Cuevas, LeonoraÖ y yo, el inesperado ser protagónico. Y la autora de Los recuerdos del porvenir culmina su catálogo: «Así como asilados sudamericanos y de otros países, incluso hippies de Estados Unidos y muchos más son los que han llevado a los estudiantes a promover la agitación y el derramamiento de sangre, y ahora esconden la cara. Son unos cobardes, unos cobardes».

Desde luego, según Elena, el rector Barros Sierra es cómplice o principal responsable de toda la conspiración y llegó a la rectoría por designio de los intelectuales que manipularon a los estudiantes. El rector es responsable, en la medida en que el foco de todo el movimiento está en la UNAM, «¿y cómo era posible que no se enterara de lo que sucedía en la Universidad?». Según Elena, en todas las sesiones a las que acudió con los del Consejo de Huelga, «pudo apreciar la presencia de muchos extranjeros con vestimenta estrafalaria que nada tenían que ver con el problema estudiantil. Ellos son los que más instigaron a los estudiantes para que pintarrajearan las paredes con lemas insultantes para autoridades e instituciones y pintaran retratos del Che Guevara y otras figuras comunistas». Elena Garro traslada a la acusación casi penal sus provocaciones de salón antes tan celebradas por «excéntricas». La recuerdo en octubre de 1967, protestando y declarando ante la embajada de Bolivia por la muerte del Che.

El remate de la denuncia o es épico o es típico o es patético, o las tres cosas juntas: «Yo no he conspirado contra el gobierno de México. No le he hecho daño y no le temo. Temo sí a aquellos con los cuales estuve vinculada, sin formar parte de ellos, y que me consideran como reaccionaria a su movimiento».

No es por pecar de modesto pero no me envanece ese 7 de octubre ver mi nombre en las ocho columnas de El Sol de México, junto a Villoro, don Jesús Silva Herzog, Ceceña y Flores Olea. En la nota el reportero incursiona en el vaticinio: «El señalamiento de Elena Garro, que se considera altamente valioso y revelador para las autoridades, porque da a conocer la extensa red de agitadores, que con el barniz de intelectuales auspician disturbios, dará también por resultado que a todos los miembros de la llamada mafia se les investigue». Y la alusión a las declaraciones que no obtuvo de mi humilde persona deja en claro mi vocación tempranera: «Carlos Monsiváis madrugó ya que salió antes de las siete de la mañana de su casa».

El 12 de octubre se inauguran los Juegos Olímpicos, hay cohetes y júbilos y rostros encendidos por la importancia nacional y comentarios de la brillantez de la ceremonia. Por toda la ciudad, grupos de jóvenes tocan los cláxones de sus automóviles, y se entregan a la práctica exorcista de repetir sin término el nombre del país: «¡¡ME-XI-CO!! ¡¡ME-XI-CO!! ¡¡ME-XI-CO!!».

Ese día mi depresión es perfecta. ¿A quién le importa una matanza si puede celebrar la victoria de la nación sobre su anterior anonimato? El entusiasmo olímpico parece ratificar el trágico despropósito: en la Plaza de las Tres Culturas se murió y se padeció en vano.

Desde el 3 de octubre da comienzo el baile de las cifras y las hipótesis funerarias. En conferencia de prensa en CU, el CNH asegura que los estudiantes no provocaron ni dispararon. Quienes dieron el pretexto para la represión militar fueron grupos de individuos que ametrallaron al Ejército y al pueblo con armas como las de Vietnam, y que se identifican por el guante blanco en la mano izquierda. Este grupo «causó la muerte con su acción a 150 civiles y cuarenta militares». ¿Cómo se establece el número? ¿Por intuición, suma de los cadáveres vistos por un grupo, análisis de las fotos disponibles? Según la prensa extranjera, hay entre 50 y 300 muertos. Más tarde, se habla de 500 muertos. En rigor, y ésta es mi conclusión científica, son muchos, incluidos soldados que tampoco tenían por qué morir. Pero el culpable directo de las hipótesis de defunción no es la imaginación estudiantil, sino la política de ocultamiento del gobierno, ansiosos por demostrar que nunca pasa nada, nadie muere en los terremotos, ni en las inundaciones, ni en esa Plaza de Seres Inmortales que es Tlatelolco. No sólo se rebajan las cifras, también se desaparecen cadáveres, se amedrenta a los familiares de las víctimas, se minimiza la matanza hasta encajonarla en un «mero episodio de sangre». Si se toma en cuenta la ansiedad oficial, se evaluará mejor el mito de los muertos el 2 de octubre.

El 6 de octubre (o el 5 o el 7, mi memoria es excelente, pero falible) me encuentro invitado por la BBC, en una residencia de Mixcoac, con Juan García Ponce y Juan José Gurrola. El tema: el México que recibirá a los visitantes olímpicos. Los tres coincidimos en criticar la dureza del gobierno, la represión, la impunidad. (Eso es lo que creo haber dicho, porque las intervenciones son en inglés.) Los técnicos son mexicanos, y al concluir la grabación nos felicitan por nuestra valentía. Experimento el pánico indispensable, porque nada aterra tanto como el elogio de la valentía propia. El programa de televisión se transmite el 12 de octubre en la BBC. No hay reacción alguna, y yo me tranquilizo pensando que nadie lo vio. Sin embargo, en noviembre, en un hotel me encuentro con un alto funcionario de Gobernación, que sin más me pone en mi sitio: «Lo felicito por hacerse publicidad a costa del prestigio de México». Me sorprendo tanto al oír lo que ya califico como mi sentencia, que sólo atino a decirle: «¿Qué tal me vi?».

 Revista Etcétera (Crónica de 1968-XIII)

 

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s