Al Senegal en avión

La llegada a Dakar

Luis de Oteyza

Al echar pie a tierra en la capital del país de los negros, nos desconcierta un poco, no solo encontrarnos entre blancos, sino frente a una blanca, ¡y a una blanca muy guapa! Es que los empleados de la Compañía Aeropostal  en Dakar son franceses, y una francesa, completamente francesa –menuda, rubia y gentilísima- la hija de uno de ellos, que ha venido al aeródromo con su señor padre. Por lo demás, hemos llegado a donde nos proponíamos.

Estamos en Dakar y ha terminado nuestra excursión por los aires. Finaliza el reportaje aéreo que emprendimos. ¿Falta algo en su parte gráfica? Alfonsito cree que sí. Debe retratar al personal que nos estaba esperando, para hacernos los últimos cumplidos en representación de la Empresa que el amigo Massini dirige. Es cosa obligada.

Sospecho que lo que el joven fotógrafo quiere es obtener el retrato de la linda blanca. Y dispuesto a complacerle, ruego a ésta que se coloque en el centro del grupo. Se hace la fotografía, nos despedimos efusivamente, y, recogidos los equipajes, subimos a un automóvil.

-Ahora sí que se acabó –dice Alfonsito, mientras marchamos dando botes, pero sobre ruedas que tocan el suelo.

-¿Tú crees?… Le pregunto

-Indudablemente –me responde-; se hizo el viaje, yo tomé las fotos, usted ha escrito…

-A mí me falta algo que escribir.

-¿El qué?…

-Por ejemplo, lo bien que te has portado. Te mereces que se haga resaltar. Has realizado una hazaña.

-Déjese usted de bromas.

No es broma. ¡Qué ha de serlo! Te has portado como un héroe.

-Y Usted…

-Yo como otro héroe, somos dos héroes. Hemos salido volando, sin consentir en detenernos, aunque tuvimos durante todo el trayecto un tiempo infernal. Así hemos recorrido por los aires cinco mil kilómetros, más de la mitad sobre una tierra terriblemente hostil. Y saltamos la barrera de los Pirineos y atravesamos el foso del mar. Sin olvidar que caímos en el Desierto. Por vuelos equivalentes, y aún por vuelos menores, otros han sido declarados monumentos nacionales o cosa parecida. ¡La gloria! Alcanzamos la gloria, Alfonsito, con haber llegado a Dakar.

Mi acompañante, que escuchó al principio asombrado, termina echándose a reír.

-Acabará usted su información, diciendo que el volar no tiene importancia, ¿verdad?

-Lo has adivinado.

Esta ha de ser, efectivamente, la conclusión del reportaje aéreo. Viajando por los aires se corren algunos riesgos y se pasan algunos sustos; pero porque es un sistema de transporte nuevo, que no está perfeccionado todavía y de usar el cual todavía no se tiene costumbre. Salvo eso… ¡nada! ¿Molestias?… Como en los barcos. ¿Peligros? Como en los trenes. Y aun, aun, pues las aéreo travesías duran muy poco y en los aviones no hay modo de descarrilar.

Pronto se tomará el avión igual que se toma el tranvía. ¿Que en los aviones ocurren accidentes mortales?… También matan los tranvías con sus atropellos y sus choques. Aparte de los muchos viajeros de esta clase de vehículos que mueren de aburrimiento por la frecuencia de sus paradas. Yo voy todos los días en tranvía a Carabanchel, y os aseguro que es preferible venir al Senegal en avión.

 

Este último capítulo no se publicó en Heraldo de Madrid, sino que se ha extraído del libro que reunió los artículos de Luis de Oteyza más otros textos no publicados en el periódico.

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