José Ramón López García
Puente sin fin. Testigo activo de la historia. Memorias parciales (México DF, Grijalbo, 2000), fue publicado tres años antes de la muerte de su autor, el periodista y escritos Luis Suárez López (1918-2003). El título y subtítulos de estas memorias enumeran con precisión los principales componentes de la apasionante biografía de este sevillano que acabó sintiendo México como una segunda patria.
En primer término, la condición de puente de una vida desarrollada en espacios y tiempos permanentemente conectados por un firme compromiso ideológico y por el asombro y curiosidad crítica ante el mundo. Un puente que tiene como pilares básicos, por un lado, aquella España republicana que forjaría su ética personal y política –mantenida durante su participación en la resistencia antifranquista del interior y su implicación en los primeros pasos hacia un sistema democrático- y, por otro, el México solidario y progresista del cardenismo, país en que observaría con lucidez cómo se iba dilapidando el legado revolucionario hasta consumarse una profunda crisis del PRI y el desarrollo de políticas neoliberales. Existen, por descontado, otros tramos fundamentales en esta construcción, como su presencia en algunos de los escenarios más determinantes de la agitada vida del siglo XX a lo largo y ancho del planeta. También la estimación del ser nacional en tanto que crisol de componentes españoles, africanos, europeos, americanos o asiáticos, prueba, a su juicio, de la universalidad última de lo humano como garante de la transformación ineluctable de un mundo en el que las injusticias siempre hallarán su contrapeso en las reivindicaciones de un sujeto colectivo y solidario que lucha por romper con su opresión. Ser parte de esta historia que construyen los seres humanos en las múltiples latitudes del mundo implica, en segundo lugar, transitar por este puente con la perspectiva de un testigo que actúa en y por convicciones ineludibles y nunca desde la atalaya de una contemplación pasiva y aparentemente neutral. Por ello estamos ante unas memorias que, por último, se saben conscientemente parciales, no sólo porque toda memoria es incompleta y amolda los hechos del pasado a nuestros intereses presentes, sino porque la toma de partido por los ideales del comunismo constituye algo irrenunciable en esta vocación testimonial y activa ante la historia.
Puente sin fin se nos presenta como un texto de logrado equilibrio entre memoria personal y la amenidad de un tono periodístico que sabe hacer de la anécdota una proyección crítica de la historia. Del mismo modo, las memorias de Luis Suárez son un texto de notable fuste literario por lo que respecta a sus secuencias más claramente autobiográficas. Momentos en los que Suárez deja en un segundo plano su condición de periodista y despliega una memoria plagada por los efectos sensoriales de los paisajes, indaga en algunas contradicciones de su identidad o intenta analizar las bases de esa comprensión final del mundo y el momento histórico que le ha tocado vivir. La capacidad de Suárez para alcanzar este equilibrio se había puesto de manifiesto desde la publicación de su primer libro, España comienza en los Pirineos, editado en México en 1944, una contundente denuncia acerca del tratamiento deshumanizado recibido por los republicanos españoles a manos de las autoridades francesas y del papel jugado por las democracias europeas ante la guerra civil. Un libro que supo trascender su simple valor testimonial para ser, a partes iguales, crónica de una tragedia colectiva y un intenso relato autobiográfico con el que su joven autor demostraba una nada desdeñable habilidad literaria.
De hecho, conviene recordar que, en muchos sentidos, Puente sin fin viene a cerrar el círculo con esta primera publicación o, si se prefiere, constituye un cruce entre los dos extremos de ese puente que Suárez convierte en metáfora de toda su existencia. Así parece declararlo el autor al titular de este modo sus memorias teniendo presente que cualquiera de sus lectores puede recordar las páginas iniciales de España comienza en los Pirineos, en las que la experiencia decisoria en el destino de Suárez, el cruce de la frontera tras la derrota republicana que daría inicio a un exilio definitivo, se sumaba a la evocación que escogían la estructura del puente como marco real y simbólico, desdoblándose así unos espacios y tiempos en que memoria personal y voluntad testimonial denunciadora se fundían en una misma entidad retrospectiva.
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No obstante, España comienza en los Pirineos era asimismo un libro en el que la vocación periodística se materializaba como un mecanismo capaz de provocar desde la objetividad, que no la neutralidad, la concienciación en el lector. En este sentido, en Puente sin fin Suárez defiende una concepción de su oficio en tanto que modo de manifestar su compromiso con la realidad y la perentoria necesidad de su transformación: “Periodismo, arte y política” trazan unas “fronteras imprecisas”, y el periodismo y la política mantienen una relación en cuyo ejercicio “siempre se procura aprovechar algo que satisfaga lo que uno trae adentro, siquiera sea para tranquilidad personal, ya que no es lo mismo ser objetivo que neutral o indiferente. Imposible”. O, como precisa todavía más en una entrevista para El Universal de México de enero de 2001, se dice del periodista que “es testigo de los hechos y su deber es contarlos, pero yo agregaría que es un testigo activo. Con esto le concedo al periodismo una categoría de factor de transformación para llegar a las conciencias con una información honesta, objetiva pero no neutral”.
Fragmento del prólogo
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