Libros

Nada por la patria

Iván Tubau

La mañana del 5 de febrero de 1990 el narrador era columnista de Diari de Barcelona, periódico decano de la prensa continental, entonces impreso en papel, vendido aún en los kioscos -en 1998 reaparecería hecho un internauta- y en manos del Ayuntamiento de la ciudad (es decir, del alcalde preolímpico Pasqual Maragall) y de la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE).

El narrador, que es un periodista viejo con manías de viejo periodista, además de los dos diarios en los que escribía, leía otros. El País, por ejemplo. Tres semanas antes vio allí un reportaje donde la pareció que había «tema» y lo guardó en la carpetilla titulada precisamente «Temas», que aquella mañana de límpiso invierno abrió antes de ponerse a teclear su sólita columna.

Puso el título «Quan la llengua del nen no és la de la pàtria» y tecleó en catalán lo que sigue, que ahora pueden leer ustedes traducido al español por las propias manos pecadoras que lo escribieron en la lengua de Pompeu Fabra.

El niño, la lengua y la patria

Carles Pastor, el periodista que destapó el asunto Casinos de catalunya, ha propiciado también, con un magnífico reportaje en el Quadern catalán de El País, que la inmersión lingüística pasase del ámbito de la propagandaal de la información. Hasta ahora solo hablaban de la inmersión sus partidarios. Empiezan a decir algo los que la consideran una barbaridad.

¿Qué es la inmersión lingüística? Que los niños de lengua materna castellana que van a las escuelas públicas de Cataluña sean educados, desde preescolar hasta segundo de EGB, solo en catalán. Acaso algún lector esté preguntando ya: ¿Cómo ocurría antes con los niños de lengua materna catalana, que cuando íbamos a la escuela solo encontrábamos castellano? La respuesta es: sí, por eso se llama inmersión.

¿Pero no decía Alexandre Galí, el gran pedagogo catalán, que la lengua de la escuela tiene que ser la materna del niño, pues solo el vínculo natural establecido por el idioma materno permite que la «subida» de las palabras se corresponda con la de las «ideas»? La respuesta, de nuevo, es sí. Y tanto el congreso de educadores celebrado en Luxemburgo en 1928 como la declaración de la UNESCO de 1951 consideraron que el aprendizaje en una lengua diferente de la materna es perjudicial para el niño.

Pues ahora los inmersores catalanes, basándose en el canadiense Lambert, dicen que lo que era malo ya no lo es si se dan tres condiciones: que la lengua propia del niño tenga más prestigio social que la de la escuela, que la inmersión sea voluntaria y que los maestros sean competentes. ¿Se cumplen estos tres requisitos en Terrassa o Santa Coloma? ¿La inmersión de niños catalanohablantes en el castellano sería también buena si se dieran las tres condiciones? Si usted es un patriota lo tiene claro: la lengua de la nación es el catalán y cuanto se haga para impedir su muerte es válido. Si usted está entre quienes piensan en personas y no en patrias, tendrá dudas fuertes.

En 1997, en su libro Liberalisme i normalització lingüística,  el sociolingüista ultranacionalista (además de cacofónico todo esto es redundante) Albert Branchadell citaba este artículo y otros posteriores del autor antes de reparar una injusticia histórica, lo cual es de agradecer: «El inventor del «como Franco pero al revés», pues, no fue el diario ABC sino el profesor Tubau. En el marco de esta comparación del programa de inmersión con la política lingüística del régimen franquista, Tubau formula los tres primeros argumentos que hemos descrito anteriormente: en primer lugar, denuncia el carácter «obligatorio» de la inmersión lingüística, que conculcaría el derecho a recibir la enseñanza en la propia lengua materna; en segundo lugar, la considera perniciosa para los alumnos, y en tercer lugar le atribuye una finalidad asimiladora.»

Al narrador no le quyeda sino apostillar que pocas veces en su vida universitaria y periodística ha visto sus ideas tan bien sintetizadas. El señor Branchadell, si fracasara como salvador científico de Cataluña -aquí se abandona la redundancia para evitar el desatino- podría ganarse la vida reduciendo a unas razonables 200 páginas las innecesarias 600 de novelas como Bella del señor.

Aquellos tiempos del Brusi terminal

Cuando el 6 de febrero de 1990 apareció «Quan la llengua del nen no és la pàtria», Diari de Barcelona, el viejo Brusi lo llamaban aún cariñosamente algunos, lo dirigía Jaume Boix Angelats, con gentes llamadas Arcadi Espada o Xavier Pericay como redactores-jefe. Todos ellos, incluso el entrañable jefe de opinión Lluís María Bonet, eran culpables de errores imperdonables en el oasis mediático catalán: plantearse como posible un periódico no nacionalista en lengua catalana y permitir a sus columnistas escribir sin prohibiciones ni consignas. Los inmersoes reaccionaron de inmediato e inundaron el Diari de cartas y artículos que, de acuerdo con la filosofía libertaria de la casa en aquella etapa, fueron publicados.

El directos concedió al columnista para su respuesta el mismo espacio de honor que en las páginas de opinión habían obtenido sus más ilustres contradictores. Eso sí, dado que los tales habían exhibido junto a la firma toda su cacharrería académica, Bonet le pidió al columnista que hiciera constar en la respuesta su condición de doctor en filología y profesor de universidad. Así se hizo. Era aquel un espacio más amplio que la columna y que gozaba del privilegio de ir ilustrado por la maravillosa dibujante argentina Silvia Alcoba. «Pàtries, màtries i inmersions» fue el título. Se publicó el 23 de noviuembre de 1990. Dado que, por desgracia, las líneas generales de la argumentación siguen vigentes aunque agravadas, el autor emprende la tarea de traducirlo también del catalán y ruega a sus pacientes lectores que se tomen la molestia de leerlo.

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