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Miles de indigentes españoles fueron repatriados desde Cuba en 1931

Una multitud de centenares de españoles indigentes se concentraron frente al consulado de España en La Habana el 26 de mayo de 1931. Pedían a gritos que el nuevo Gobierno de la República se hiciera cargo de su repatriación. Forcejearon con el conserje, que pretendía impedir su acceso al local que se encontraba en los bajos de la Lonja de Comercio. El conserje sufrió una agresión y la policía intervino para detener a uno de los manifestantes mientras llegaba un pelotón del ejército para contener a la multitud vociferante. En los incidentes que siguieron se rompió la puerta de cristal del consulado y fue arrestado Jesús Rodríguez Pomares como cabecilla de los manifestantes tras haber arengado a sus compañeros.

El relato de los hechos lo hizo Diario de la Marina, el veterano rotativo conservador de La Habana. Sus páginas venían publicando informaciones sobre la llegada a la capital cubana de centenares de trabajadores inmigrantes españoles que se encontraban en la indigencia y no tenían dinero para pagar su pasaje de vuelta a España. El problema también afectaba a Santiago de Cuba y Camagüey, donde se situaba a otros trabajadores españoles que comían de vez en cuando de la caridad de las sociedades benéficas regionales, vestían harapos o carecían de calzado. El baile de cifras sobre el número de españoles indigentes en Cuba llegaba a un máximo de 6.000 pesonas.

El Gobierno cubano habilitó el campamento de Triscornia, en el puerto de La Habana, para acoger a 500 de los indigentes españoles. Se trataba de una instalación que había acogido en años anteriores a los migrantes que llegaban a Cuba para trabajar desde España o las islas caribeñas cercanas. En Triscornia se seleccionaba a los recién llegados, como hacían los Estados Unidos en la isla de Ellis, frente a Nueva York. En 1931, la función del campamento de Triscornia había dado un giro total: de filtro de entrada al país a plataforma de salida.

La razón de este especatular giro era la crisis económica desencadenada por el crack de Wall Street en 1929 y sus graves consecuencias en la economía mundial. Cuba estaba íntimamente ligada a la economía norteamericana por la exportación de azúcar de caña. En años anteriores ya se vivieron altibajos en la economía cubana con consecuencias sobre los braceros, pero la nueva crisis supuso un giro en el comercio exterior norteamericano. El vecino del Norte impuso aranceles a los productores cubanos y las ventas cayeron en picado.

Campamento de Triscornia

La historiadora Consuelo Naranjo recogió informaciones sobre la caída de los jornales en el campo, que en algunos casos cayeron por debajo del coste de la vida. Se adeudaron salarios y hasta se llegó a trabajar a cambio de comida. Era el estrato más humilde de la emigración española, el que trabajaba en el campo como peón agrícola cortando caña, recogiendo tabaco o como mozo de almacén en la ciudad. Una emigración lejos de la imagen tópica del indiano cargado de dinero que ha fijado el imaginario popular español a raíz de los afortunados que volvieron enriquecidos e invirtieron su dinero en suntuosas residencias. Esos ganadores de la emigración fueron una minoría si se tiene en cuenta que en las tres primeras décadas del siglo XX llegaron a Cuba 700.000 españoles.

Los consulados españoles en Camagüey y Santiago reaccionaron a la emergencia social montando cocinas económicas en las que se preparaban alimentos, que resultaban insuficientes para las incontables barrigas hambrientas. Algunos desesperados se colaron como polizones en los grandes barcos que cruzaban el Atlántico hacia España y la nueva República.

El ministro de Trabajo español, Francisco Largo Caballero, anunció la voluntad de organizar una repatriación de 4.000 españoles en situación penosa. Pero el nuevo Gobierno no tenía fondos para atender directamente a la emergencia y debió pedir un crédito. Se negoció con las compañías navieras y se consiguió un acuerdo con la Trasatlántica para rebajar sustancialmente los billetes de tercera desde 90 a 25 pesos. Se fletaron diez barcos que iniciaron sus viajes el 1 de agosto de 1931 desde La Habana a Nueva York, Cádiz y Barcelona.

Luis Bello escribió un artículo en Crisol sobre la llegada de estos emigrantes españoles al puerto de Cádiz. Nadie les esperaba, no recibieron ninguna ayuda para llegar a su pueblo y menos para rehacer sus vidas. El periodista lamentaba que la llegada se producía en un momento de grandes reclamaciones al Estado por las expectativas creadas en la población con la República. Comparaba esas urgencias con la lenta discusión de la nueva Constitución y la tardanza o la incapacidad de las leyes para cambiar la realidad diaria.

Diario de la Marina siguió publicando informaciones sobre los indigentes españoles en los meses siguientes, pues el problema no llegó a resolverse totalmente. En noviembre se produjeron nuevos incidentes en el consulado español en La Habana cuando un grupo de emigrantes entró en las oficinas, rompió puertas y ventanas y acabó lanzando mobiliario a la calle.

Es más, el problema de los indigentes españoles apareció también en Argentina, otro gran exportador de productos agrícolas afectado por la crisis mundial y con gran presencia de emigración española. El Gobierno de la República dispuso 200 pasajes para la repartriación de los afectados. Pero la cantidad era totalmente insuficiente y en los muelles de Buenos Aires se produjo una batalla campal entre indigentes españoles para conseguir los preciados billetes.

La noticias sobre los indigentes españoles se fueron espaciando en los periódicos, pero el problema no desapareció. En Cuba la situación empeoró cuando se aprobó la protección de contratación laboral para los cubanos en los negocios y las fincas agrícolas. El ambiente se tornó hostil con los españoles miserables que no habían conseguido embarcar. Consuelo Naranjo reprodujo cartas de algunos de esos emigrantes dirigidas a las autoridades republicanas que describían situaciones dramáticas.

José Barcia escribía en 1935 al presidente de la República desde Camagüey explicando que había sobrevivido vendiendo viandas en un cajoncito, pero que se lo habían prohibido y no tenía dinero para pagar un puesto de vendedor como el que las autoridades locales exigían. Iba puerta por puerta pidiendo caridad y pasando hambre y miseria. «Tenga compasión de este pobre que no espera más que volver a su patria. Soy solo, no tengo más que a mi madre en mi pueblo natal y hace bastante tiempo que no la veo». La carta se conservó en los archivos oficiales, pero la suerte de José, como la de tantos otros, se ignora.

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