Javier Valenzuela
Fue el asunto criminal más apasionante en la breve vida de la II República Española. Lo tenía todo: un parricidio a sangre fría, una víctima joven y prometedora, un verdugo altanero y detestable y el telón de fondo de las causas más progresistas de la época. El asesinato de Hildegart Rodríguez ocurrió en su casa, en la esquina de la madrileña calle Galileo con Fernández de los Ríos, no lejos de donde escribo, pero no es por eso por lo que lo recuerdo ahora. Si lo hago es porque la editorial La Linterna Sorda acaba de reeditar una de las obras claves sobre el caso. Se llama Aurora de sangre. Vida y muerte de Hildegart y la escribió Eduardo de Guzmán, el periodista que mejor cubrió el suceso.
Aurora Rodríguez Carballeira mató a su hija única, Hildegart, de 18 años, a primeras de la mañana del 9 de junio de 1933. Entró en el dormitorio de la muchacha y le disparó cuatro tiros a bocajarro con un pequeño revólver Velo-Dog. A continuación, salió a la calle, consultó qué hacer con un diputado amigo suyo y no tardó en entregarse en el juzgado de guardia. Declaró haber cometido el crimen para impedir que su hija, la obra maestra de su vida, se le escapara de las manos.
He escuchado esta historia desde niño. José Valenzuela Moreno, un hermano de mi padre, fue el fogoso fiscal del juicio celebrado en la primavera de 1934 en el que un jurado popular condenó a Aurora a 26 años de reclusión. Mi tío escribió un libro sobre el caso: Un informe forense. El asesinato de la Hildegart visto por el fiscal de la causa (Madrid, Editorial Mar i Cel, 1934). Los españoles estaban tan interesados en aquella tragedia que las crónicas de la vista oral arrebataron las portadas durante días a los muchos líos políticos y sociales de la España de aquel entonces.
En realidad, el caso Hildegart también era político. La derecha responsabilizaba del parricidio a las ideas socialistas, anarquistas y feministas. En la izquierda, socialistas y anarquistas se disputaban a la víctima –era de los nuestros- y condenaban a Aurora.
Eduardo de Guzmán, un periodista libertario que conocía a la madre y la hija, cubrió el asunto para el diario La Tierra. En 1973 se publicaría por primera vez su libro Aurora de sangre, reeditado ahora por La Linterna Sorda. Fernando Fernán-Gómez dirigiría una película inspirada en esa obra. Interpretada por Amparo Soler Leal y Carmen Roldán, Mi hija Hildegart se estrenaría en 1977.
La tragedia comenzó 18 años antes del asesinato de la calle Galileo. Aurora Rodríguez quería moldear una “mujer perfecta”, una mujer culta y revolucionaria que no dependiera ni económica ni sentimentalmente de ningún hombre. En primer lugar, escogió un “colaborador fisiológico” para quedarse embarazada, un padre que no pudiera reclamar su descendencia (al parecer, un cura gallego). Luego, le dio a Hildegart una educación que pocas mujeres de su época poseían: la muchacha ya había terminado la carrera de Derecho a los 17 años y hablaba varios idiomas. Y desde su adolescencia, la impulsó a escribir sobre las causas más avanzadas del momento.
Hildegart se convirtió en la “niña prodigio” de la izquierda española. Publicó artículos y libros a favor de la justicia social, la igualdad de derechos de las mujeres y la revolución sexual. Dio conferencias sobre esos temas en ateneos y casas del pueblo. Militó en el PSOE y la UGT, pero, desencantada por las traiciones socialistas a sus propios principios, fue evolucionando hacia posiciones federalistas y libertarias.
Cuando Hildegart, a los 18 años, quiso emanciparse de una tutela de su madre que percibía crecientemente como tiránica, Aurora le pegó cuatro tiros. Aún persiste el misterio de cuál fue el desencadenante del parricidio. ¿Estaba iniciando Hildegart una relación sentimental con un hombre? ¿Había expresado su deseo de vivir fuera del domicilio materno? ¿Tenían divergencias las dos mujeres en materia política?
Al término de su juicio, Aurora dijo: “Dentro de las normas espirituales al uso, considero lógica la sentencia. Lo que más celebro de ella es que se me haya reconocido la lucidez, la responsabilidad de mis actos. Yo no soy ni esa mujer perversa y desnaturalizada de la que hablaba el fiscal, ni esa paranoica a la se refirió el defensor. Me considero, al modo de Hipólito Taine, un espíritu superior, no tanto por mi grandeza intrínseca y positiva, como por la pequeñez y ruindad de los seres que me rodean” (Guillermo Rendueles, Manuscrito encontrado en Cienpozuelos. Análisis de la historia clínica de Aurora Rodríguez, La Piqueta, Madrid, 1989).
La libertad es el tema de esta tragedia. Aurora Rodríguez quería la liberación de las mujeres; Hildegart, también, pero comenzando por su emancipación de una madre autoritaria y egocéntrica. Aurora, el Pigmalión femenino que había soñado con crear una mujer libre, se había convertido en un monstruo. Tanto que terminó matando a su criatura cuando sintió que se le iba de la manos.
Aurora estuvo recluida en el psiquiátrico de Ciempozuelos las dos décadas que siguieron a la Guerra Civil. Allí murió en 1955.
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