Anthony de Palma
Toda una vida en busca de la verdad había enseñado a Herbert Lionel Matthews que no hay mentiras más poderosas que los mitos, que no hay verdades más frágiles que las que nadie quiere oir. Fue un mito, creía él, lo que casi arruinó cuarenta y cinco años de carrera como editorialista, reportero y corresponsal –uno de los más influyentes y controvertidos corresponsales internacionales del siglo XX. Y evocó las verdades impopulares que hicieron de su vida un infierno.
Ahora, en el invierno de 1967, mientras en su ventosa villa de la Riviera francesa enfrentaba los vientos de diciembre y los demonios de su pasado, Matthews estaba decidido a hacer frente a los mitos y desenterrar esas verdades ignoradas. Se sumergió en las carpetas que había llevado consigo al retirarse de The New York Times unos meses antes, buscando las pruebas de que había estado en lo cierto todo el tiempo. Hasta que un día topó con un pedazo de papel que casi había olvidado y que lo habría devuelto de la muerte.
Matthews pensaba que el papel se había perdido para siempre. Pero allí estaba, mezclado en una polvorienta carpeta de fotografías de Cuba en la que no había puesto los ojos desde años atrás. Matthews no podía recordar la última vez que había visto el papel, pero sí tenía tan clara la primera vez como si conservara una fotografía en el fondo de sus ojos marrones.
Sobre toda una vida de recuerdos extraordinarios, viajando por docenas de países de todo el mundo, nada era equiparable a las tres horas que pasó en la Sierra Maestra, en el sureste de Cuba, donde un juvenil Fidel Castro susurró en sus oídos las esperanzas y los sueños de una Cuba que nunca fue. Sabiendo que habría muchos escépticos, Matthews pidió a Castro que firmara sus notas de la entrevista. Con un bolígrafo de tinta azul, Castro estampó su firma con seguridad y precisión, empezando con una F mayúscula de ortodoxa caligrafía para desenvolverse en un florilegio que sin duda se remontaba a la educación recibida durante su infancia en colegios católicos. Entonces escribió la fecha, 17 de febrero de 1957.
Eran los días del cha cha cha de la guerra fría, cuando los Estados Unidos flexionaron su músculo militar en todo el planeta y los norteamericanos vivían como si solo les preocuparan las letras del coche y los comunistas. Fue entonces cuando Matthews viajó a las impenetrables montañas cubanas y volvió con una sensacional noticia de primera página, una exclusiva mundial de The New York Times: Fidel Castro, de quien se pensaba que había muerto desde hacía meses, se encontraba bien y dispuesto a hacer la revolución en Cuba. Su firma, tomada de las notas de Matthews, fue reproducida debajo de una fotografía de Castro saliendo del bosque con un rifle de mira telescópica al hombro y una mirada llena de inocencia. La entrevista a Castro en su escondrijo se convirtió en un punto de inflexión de la historia de Cuba y de los Estados Unidos, porque marcó el inicio de la carrera de Castro hacia el poder.
Convirtió en héroes a Castro y a Matthews, al menos por un tiempo. Después, mientras Castro abrazaba el comunismo y caía el entusiasmo norteamericano por el joven y barbudo líder rebelde, el encuentro histórico pasó a ser visto como un tonto error, o algo peor. O bien Castro había manipulado a un ingenuo Matthews o bien un comprensivo Matthews había tomado partido por la causa rebelde. Durante los años que siguieron al encuentro de Sierra Maestra, Matthews intentó explicar su versión de la historia. Casi nadie le creyó, ni siquiera los que él esperaba que le entendieran.
http://www.anthonydepalma.com/
Categorías:Libros