Artículo histórico

La generosidad periodística

Francisco Aldaz Leyún

Muchas cosas han sufrido una transformación en el periodismo. De unos cuantos años a esta parte la prensa ha visto cómo en sus páginas irrumpían las más audaces innovaciones, al mismo tiempo que desaparecía, arrumbado por el momento, mucho de lo que se consideraba trascendental, insustituible. ¿Debemos alegrarnos? ¿Debemos entristecernos? No es ocasión ahora de penetrar en un análisis minucioso que nos separaría del tema escogido. Desde luego, en aquella Prensa que desapareció definitivamente con la guerra europea habrá grandes servicios, mucho bueno. No es posible olvidarla sin caer en pecado de ingratitud. Ayudó, en la medida de sus fuerzas, a la causa del progreso y la libertad. Fígaro fue un símbolo de esa Prensa, de cuya herencia intelectual disfrutan hoy no sólo los periodistas, sino todos los ciudadanos.

Pero los periódicos no han podido resistir tampoco la corriente impetuosa de la post-guerra. Cuando las mujeres han consentido, por ejemplo, en desprenderse de algo que parecía, por los siglos de los siglos, consustancial con la vida misma, su cabellera; cuando la aparición de la radio ha venido a revolucionar todo un orden de cosas en el mundo científico; cuando la aviación, en su afán de perfección, ha permitido que se realizase el salto maravilloso de Lindbergh sobre el Atlántico; cuando las grandes muchedumbres de Europa y América han ofrecido ante el altar del balón la letanía de sus admiraciones y sus fanatismos; cuando la Alemania imperialista vitorea la República y Roma la dictadura; cuando la velocidad ha sido proclamada como diosa moderna, ¿se podía pensar siquiera que la Prensa fuese la única excepción, la única que permanece aferrada al ayer?

No era posible. Y así ha surgido la Prensa moderna, más ágil, más inquieta, más atenta a los ritmos de la intelectualidad, que requiere también mayores conocimientos y perspicacias. La mirada del periodista tiene que abarcar hoy los panoramas más diversos y los personajes más extraños para resumirlos a un público que se ha acostumbrado a pedirle al periódico la rapidez y la elocuencia del cine.

Pero en esa transformación de la Prensa hay algo que no ha podido salvarse, algo que subsiste sin desfiguraciones ni nebulosidades: su espíritu generoso. Hoy la prensa es tan generosa como ayer. La fiebre del oro que se ha apoderado de tantos sectores de la Humanidad no ha podido malograr, restar interpretaciones de moral que los periodistas vocearon siempre por todo el mundo. Por esta razón sigue dando mucho más de lo que recibe. Sigue ofreciendo a todo el que pasa, a todo el que lo demanda, su corazón y su cerebro. Y un día es un artista el que encuentra en sus páginas el calor de la amistad que le ayuda a subir la cuesta de la gloria; otro es el hombre de ciencia el que la convierte en vehículo para pregonar los resultados de sus esfuerzos de laboratorio; otro es el político que asciende a ella para defender su apostolado; otro el que sufre sed de justicia y otro el hombre de la calle, sin títulos ni dinero.

Periodistes Diluvio

Periodistas de la redacción de El Diluvio en el paseo de Gracia de Barcelona, muy cerca del edificio del periódico.

Periodismo. Admirable escuela de generosidad. Tanto como saber escribir, se requiere ser generoso para entrar a formar parte de la profesión. Saber olvidar, saber perdonar, sembrar el bien sin aguardar otra recompensa que la satisfacción de la conciencia. ¿Sacrificio? Pero ¿es que en este mundo se puede ser generoso sin corazón de mártir, sin ser clavado en la cruz?

Muchos casos podría EL DILUVIO citar. Entre las modernas campañas humanitarias de alguna resonancia y que hallaron eco en el pueblo debemos recordar la revisionista de Montjuich, la del cabo Gironés, que atentó contra el duque de Ahumada; la de Verdaguer, la de Benagalbón y tantas y tantas otras. ¡Cuántos y cuántos ejemplos cabría recordar! Por eso se le lee con fruición cuando derrama su ideario sobre las conciencias, porque sabe estar al lado del pueblo en alma y carne, con ternura y con cariño.

He aquí una alta misión hermosa y digna que ha de tener la Prensa y de la cual puede enorgullecerse en todo momento este diario templado a golpes de acero.

Bandera de la cultura, luz y reflejo de la democracia, índice de la libertad, cuya fuerza se manifestó siempre de ostensible y brillante manera, lo mismo ante las profundas interrogaciones que suscita la realidad social que en cualquier otro momento de vibración política o intelectual, supo, además, ser generoso, y he aquí una de las principales causas de su pujanza y de su brío al adentrarse en la conciencia de la multitud.

El periódico popular, verbo y síntesis de todas las conquistas y de todas las evoluciones es el termómetro excelente que demuestra cómo se desenvuelve el bien inapreciable en los brazos robustos de la muchedumbre. Por eso la responsabilidad de la Prensa es grande, ya que con su aliento vivificador es el primordial factor de la vida, por cuanto puede sofisticar las almas y podrir las conciencias, y es la llamada a imprimir al pueblo una marcha ascendente que le conduzca a una ideología superior.

El anhelo de justicia que indicamos debe ser generoso en lo sucesivo, como hasta aquí, norma y guía y lumbre y luz de amanecer, ya que sin el espíritu la vida es harto menguada y despreciable, por cuanto él sólo nos habla de quimera y poesía, de amor y de esperanza.

Por eso, por ser manto y caricia para el desamparado y bálsamo para el dolor, merece que sean deshojadas ante quien supo compadecerse del mal las rosas del corazón.

El Diluvio 10 de febrero de 1929

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