Ha desaparecido de nuestro ámbito el hombre que fue cerca de cuarenta años guía firme y estímulo infatigable de la sociedad española; a quien somos acreedores por tantos y tan varios y tan patrióticos actos de Gobierno; el hombre que supo labrar el mejoramiento de nuestras condiciones de vida y defender nuestra independencia amenazada. Amenazada por unos y por otros, desde el exterior y también desde el interior. Francisco Franco –y la Historia lo ha reconocido ya, al mismo tiempo que las naciones extranjeras fue el estadista que, en pleno asedio furioso durante la más cruel de las guerras entabladas en el mundo, supo, con astucia y el más acendrado patriotismo, librar a España de una catástrofe que hubiese sido irreparable.
Desaparece del ámbito nacional y quisiéramos hacer en esta ocasión luctuosa algunas sencillas meditaciones.
Muchas vicisitudes fluctuantes, muchos vientos contrarios han rebotado las páginas de la historia de España, echándolas en ocasiones por caminos que no tenían salida aparente. En el crisol de la guerra o en la adherencia a una legalidad unánimemente reconocida, muchos han sido los trances en que se ha puesto a prueba el patriotismo y la buena voluntad de los españoles, cuya familia, venciendo y superando cambios de fortuna imprevistos, salió siempre victoriosa de los más desaforados envites a su libertad y a su unidad consustanciales.
Acaba de ocurrir la gran peripecia (en el más noble sentido de la palabra), la que forzosamente, tarde o temprano, cambiará el sino de España. No hay aurora que se parezca a la anterior ni a la subsiguiente: es siempre nueva. Y una aurora nueva despuntará enseguida en nuestro horizonte nacional y nos requerirá para que todos nosotros concertemos nuestros esfuerzos en las dos direcciones que ya tenemos a la vista: el fervor patriótico y la equilibrada libertad por un lado y el orden y el progreso por otro, España continúa. La noche cerrada nos insta en un momento de solemnidad histórica a la meditación y examen de conciencia, como previo apercibimiento a una renovada actividad mancomún en beneficio de todos y para el mejor porvenir de nuestra Patria.
Pedimos y necesitamos serenidad en la amargura y estamos persuadidos de que la generosidad, el desinterés, el optimismo inspirarán los móviles y el estado de ánimo de los españoles. Nunca más rebullirá el rencor ponzoñoso que ennegreció la vida de algunos de nuestros compatriotas y que los incapacitó para entender el incesante fluir de la Historia. No es hora de dar consejos, porque dar o pedir un consejo presupone plantear cuestiones que ya están en nuestro caso decididas. Sabemos gobernarnos a nosotros mismos y séanos lícito esperar que los sillares del progreso y de la convivencia están bien asentados en la moderna sociedad española. Hemos conocido la desventura y la pobreza. Hemos aprendido a solventar dentro de normas civilizadas la áspera discordia y la rigidez política. Nuestra justicia social es sólida y susceptible de perfeccionamientos. Los españoles de hoy no podrán olvidar las tristes lecciones pretéritas, y no se apartarán ya de la mesura y de la tolerancia, base del auge económico y de la independencia y robustecimiento de la Patria unida. Así lo deseamos y firmemente creemos. España continúa.
ABC, 21 de noviembre de 1975
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