Artículo histórico

Siluetas de Constancio

Francisco Vigueras

Constantino Ruiz Carnero escribía en El Defensor de Granada comentarios irónicos y mordaces con los que el ilustre periodista retrataba la vida social granadina, satirizaba a sus adversarios políticos y criticaba el decadente régimen monárquico. Leyendo las páginas de El Defensor, podemos disfrutar con sus editoriales, artículos, columnas periodísticas y, sobre todo, con sus célebres Siluetas de Constancio, por las que era popularmente conocido como el maestro de la ironía. El propio Ruiz Carnero decía: “La ironía es un arma terrible cuando se maneja con finura y sagacidad. La ironía es patrimonio de los hombres inteligentes. A continuación reproducimos algunos de sus escritos más brillantes y controvertidos.

El 15 de abril de 1931, con motivo de la proclamación de la República, Ruiz Carnero escribe el siguiente editorial en el que critica con dureza a la monarquía:

“El régimen caído no podía vivir en un ambiente de ciudadanía y de libertad, vivía de la violencia del poder público, del apoyo de los intereses creados. Necesitaba falsear elecciones, amordazar a la prensa, coaccionar la libertad de pensamiento, satisfacer la torpe ambición de los caciques, reprimir sangrientamente toda expresión del sentimiento público… Con él desaparece el inmenso enjambre de parásitos que depauperaban el erario público”. (El Defensor, 15-4-31)

El periodista dedicó el siguiente artículo, cargado de ironía, al diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, un hombre peligroso, que fue responsable de la detención de Federico García Lorca. Desde entonces, Ruiz Alonso sintió un odio visceral hacia El Defensor y Constancio. El periodista publicó esta sátira en la sección Retablillo de El Defensor de Granada, en la edición de 4 de julio de 1935. Al día siguiente, sufrió una agresión en su propio domicilio por parte de sicarios del partido de derechas Acción Popular. Finalmente sería fusilado en la tapia del cementerio de Granada en los primeros días del golpe militar que desencadenó la Guerra Civil. Artículos como éste contribuyeron a dictar su sentencia de muerte

Retablillo

“Y del diputado semi-obrero, ¿qué hay? El señor Ruiz Alonso se ha perdido de la actualidad. Mientras en Madrid duerme las siestas en un magnífico piso con portero de galones, enfundado en su pijama de seda auténtica como un jornalero cualquiera, aquí los granadinos nos pasamos la vida suspirando tiernamente en espera de que algún día se despierte don Ramón. Pero don Ramón, desde que ha echado pijama azul, ya no nos hace caso. Y, además de ser ingrato, vive completamente despistado. Porque aquí, todos los obreros tienen sus pijamas de seda y habitan magníficos pisos en la Gran Vía, y todavía, que nosotros sepamos no les ha dado por el orgullo. ¡Con lo bien que te veríamos, Ramón, paseando por la Calle Reyes Católicos con tu magnífico pijama, ahora que aprieta el calor! ¡Ven, hombre, vente a Granada! Pero no te traigas las alpargatas, que aquí te queremos con los zapatos de charol que luces por Alcalá arriba…”

ALGUNAS DE SUS MEJORES SILUETAS

Velada Putrefacta

Después de los vanguardistas, que se adornaban graciosamente con las plumas vistosas de su “gallo”, vinieron con no menos gentileza los “putrefactos” que se embozaban castizamente en la vieja y encantadora capa del romanticismo. En un ambiente muy siglo XIX, pese a la silenciosa y modernísima silueta del altavoz, surgieron las figuras impresionantes del señor Navarro Pardo, del señor Campos Aravaca, del señor Lanz, del señor Cienfuegos, del señor Gallego Burín, todos ellos con un aire de circunstancias que – según me dijo un vanguardista sobresaliente – sugería la idea de la putrefacción… Salvo el señor Campos Aravaca que hizo el elogio de la putrefacción y se declaró modestamente putrefacto, los demás tendieron sus alas hacia el vanguardismo. Pero, de todos modos, surgía la lucha entre dos siglos y las teorías ondulaban indecisas en el ambiente romántico, ante los espejos inmóviles y el estrado amarillo. Esperábamos que el altavoz hubiera lanzado su grito sonoro y moderno. Permaneció callado muy discretamente. Tal vez no quiso recoger la onda lejana que traía por el espacio las notas exóticas de un charlestón neoyorquino.

Tradicionalismo

Los simpáticos tradicionalistas que todavía quedan como un resto arqueológico del carlismo, exclaman con melancolía insuperable desde su órgano en la Prensa: “No nos conocen. Qué lástima que el pueblo de Granada no nos conozca”. No los conoce nadie en efecto. Esta es la tragedia íntima – tragedia de Carnaval – de los ya contados hombres del tradicionalismo. ¿Existen? ¿No existen? ¿Cuántos son? ¿Dónde están? Terrible incógnita que en vano intentaríamos descubrir para contemplar el curioso espectáculo de unos hombres que se sientan al borde del camino y permanecen inmóviles años y años, mientras marcha la vida y se renuevan las ideas…Pero, en último término, lo interesante del caso para el espectador imparcial es comprobar que aún existen tradicionalistas y que, esos tradicionalistas, expresan desde el órgano periodístico que les ha tocado en suerte, la tierna melancolía de su aislamiento. ¿Cuántos son? ¿Dónde están? ¿Qué eficacia tiene un actitud heroica frente al desquiciamiento de la sociedad? …Sin embargo, lo más triste es esa sensación de desconocimiento en que viven los tradicionalistas, si es que realmente viven en este mundo y en la hora actual. Eso de no saber si existen es un problema verdaderamente dramático. A nosotros nos gustaría ver a un tradicionalista de pura cepa y a la luz del sol. Pero sospechamos que para saciar nuestra curiosidad, tendremos que visitar las salas penumbrosas de un museo.

Hay que definirse

Si amigo mío, hay que definirse, porque ha llegado la hora de las definiciones claras y precisas. Es menester que todo el mundo sepa por qué está usted donde está. ¿No se han definido ya algunos personajes políticos para que no quepa duda sobre su actitud? Pues, usted, aunque no es personaje, debe definirse con toda claridad, si es que las circunstancias le permiten este lujo de independencia. Claro es que no todos los oficiantes de la política se han definido concretamente. Algunos – siempre los mismos – permanecen embozados en sus discretas capas para que el público no les vea el rastro ni adivine sus intenciones. Son hombres que no se definirían jamás, porque ellos saben muy bien que la mejor definición de un político oportunista es la de permanecer al pairo, hasta ver por donde soplan los mejores vientos.

Pero usted, amigo mío, se encuentra en una posición absurda que le desconcierta. Comprendo perfectamente sus inquietudes. Usted no es concejal como el señor Martín Flores o como el señor Ortega Molina; usted no pertenece a la jerarquía de los ex alcaldes como el señor Sánchez Puerta o el señor Navarro Senderos; usted no ha llegado a una dirección general como el señor Nácher o el señor marqués de Ruchena; usted no ha tenido cargo en el régimen corporativo que regía en Granada, con tan múltiples actividades, el señor Molina de Haro… En una palabra: usted, amigo mío, no tiene personalidad para definirse porque apenas si se llama Juan o Pedro. Usted no es más que un vulgar ciudadano que jamás intervino en política y a quien nunca se le concedió beligerancia para actuar en la vida pública. Usted es un hombre del pueblo; tal vez un modesto industrial, acaso un honrado albañil, o un mecánico laborioso, o un labriego inteligente… Usted pertenece a la masa anónima que no cuenta para nada en política. Y, precisamente por esto, yo creo que debe usted definirse cuanto antes. Es menester que se sepa donde está usted, cómo piensa actual y qué rumbo seguirán sus pasos. ¡Defínase usted, amigo mío!

Republicanos

Bueno. Cada vez que mis ojos contemplan un manifiesto republicano, siento una emoción inexplicable. La evocación liberal y romántica del siglo XIX pone un poco de melancolía – la melancolía del recuerdo – en nuestro mundo político. El republicano es el místico de la historia liberal de España. Un místico embriagado de puros ideales que se sienta pacientemente a la puerta de su casa para contemplar el paisaje callejero y ver si, de paso, se cumple un famoso proverbio árabe. ¡Generoso y magnífico republicano español! Viene a ser un producto nacional típico, sin precedentes en el republicanismo universal. Cuando aquí pasa a mejor vida uno de esos hombres admirables, que durante setenta años ha soñado todos los días con la República, como sueña con la mujer amada un enamorado honesto y tímido, los periodistas escribimos esta frase emocionada: “Era un consecuente republicano…”.

El manifiesto del Partido Republicano Autónomo Granadino ha embellecido el árido panorama de nuestra política con la fronda literaria de sus puras intenciones. Partido autónomo, es decir, con voluntad propia, con facultad para dirigir sus actos, con personalidad independiente. Y con sus espléndida autonomía, los hombres de esta organización levantan bizarramente su bandera, una bandera ideal sostenida por las robustas manos de don Felipe Alva, del señor Pareja Yévenes, del sepor Santa Cruz, del señor Martín Barrales y de otros muchos sostenedores entusiastas y fervorosos. Hay, sin embargo, en el manifiesto de los autónomos una zona profunda melancolía. Es aquella en que se dice: “Mientras nuevas generaciones, totalmente educadas en otros ideales, no vengan a la conquista del Poder, sabemos lo arduo de nuestra tarea y lo estéril de nuestro sacrificio”. Palabras serenas y estoicas tras las que se adivina una consciente resignación y en las que tiembla el sentimiento dramático de la política. Heroísmo resignado, con la esperanza puesta en las nuevas generaciones. Y, en fin, la historia romántica del liberalismo español.

INCULTURA

El caso es que los ladrones penetraron en la librería y desvalijaron el establecimiento. Arramblaron con las pesetas que hubieron a su alcance y se llevaron un surtido bastante copioso de plumas estilográficas. Una vez realizada su fechoría, desaparecieron misteriosamente con las estilográficas y con las otras plumas… Pero al desear que la policía eche el guante a los ladrones y corte de una vez la lucrativa carrera de esta gente, hemos de consignar un dato muy significativo que hallamos en las informaciones del suceso. Resulta que los cacos, a pesar de operar en una librería, no se llevaron ningún libro. ¿Qué significa tan extraña abstención? ¿Fue un acto de respeto o una manifestación de desdén? En el primer caso, que es el más improbable, nada tendríamos que argüir. Los libros son merecedores de la mayor veneración. En el aspecto segundo, quedaría bien demostrada la incultura de los ladrones. Entrar en una librería y no hojear un volumen ni abrir un periódico, significa un total alejamiento del ambiente cultural. Lo más triste es que esa indeferencia por los libros la demuestran también algunas personas muy honradas. Pero éstas, ni siquiera entran en las librerías…

CONSTANCIO TAMBIEN FUE RETRATADO EN UNA SILUETA

En 1915, el periodista José Mora Guarnido, compañero de Ruiz Carnero en la redacción de El Defensor de Granada, hizo la siguiente silueta sobre Constancio:

“Constantino, lector, es un tipo raro. A primera vista se diría que es un tipo amargado y un sentimental; luego se ve que es un hombre práctico, optimista, ingenuo, sincero, un poco alegre, pequeño de cuerpo y sano de espíritu. Periodista desde los trece, desde los catorce, desde los quince años, Constantino ama la vida de las redacciones a pesar de odiarla. Constantino odia el trabajo de noche, y tan se ha hecho a él, que no sabe trabajar de día. Es un niño que vive en una eterna contradicción. Sus ojos se han rendido al desgaste del trabajo y los ha tenido que abroquelar tras los cristales redondos y brillantes de unas gafas de aristocrática armadura de oro… Usa unos trajes de comerciante de ultramarinos, de oficinista, de estudiante. Constantino pudiera muy bien ser ministro de la Corona… Constantino pudiera ser diputado. Constantino pudiera ser uno de esos gobernadores de provincia, que ha sido periodista en su juventud…”

libro Ruiz Carnero

Pincha aquí para acceder a la editorial

Siluetas de Constancio

 

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