Vicente Clavero*
Aunque destacados historiadores se han ocupado de las causas y del detonante del fin de la Monarquía de Alfonso XIII, escasean los trabajos sobre lo ocurrido concretamente el martes 14 de abril. Las obras generales apenas dedican algunos párrafos al advenimiento la Segunda República y las específicas no ofrecen grandes aportaciones, pues los autores manejan como fuente casi exclusiva los testimonios que dejaron los protagonistas de aquel día.
Esos protagonistas no tardaron en salir a la palestra para ofrecer su versión, facilitando un material muy abundante, aunque de desigual fiabilidad. En algunos casos, hay notables inexactitudes, que se pueden explicar por el tiempo transcurrido desde que ocurrieron los hechos hasta su publicación. Pero de lo que no se salva ningún testimonio es de un deseo de justificación fácilmente perceptible. Entre los monárquicos está extendida la tendencia a presentar la Monarquía como una institución perdida sin remedio, con el fin atenuar posibles responsabilidades personales. Los republicanos, en cambio, se mueven en sentido opuesto para realzar así sus méritos.
En algo coinciden prácticamente todos los intentos de reconstruir el 14 de abril de 1931: ninguno aprovecha a fondo el relato periodístico, a pesar de su utilidad para contrastar las versiones sostenidas por algunos protagonistas. Esa carencia resulta tanto más sorprendente cuanto que lo expuesto por la prensa está al alcance de la mano gracias a los abundantes fondos hemerográficos disponibles, que ofrecen una visión directa e inmediata de los acontecimientos, frente a la distancia temporal y al sesgo autocomplaciente de los que suele adolecer la literatura memorialista.
De ahí nació precisamente la idea de emprender la investigación sobre la que se fundamenta este libro, que ofrece un panorama más preciso de las circunstancias que rodearon la proclamación de la Segunda República, después de cruzar la versión de sus protagonistas con la reflejada en los periódicos de Madrid, habida cuenta de que la capital de España fue el escenario de los principales hechos objeto de estudio y de que, por tanto, sus redactores tuvieron la oportunidad de ser testigos presenciales de buena parte de ellos.
Sobre un total de dieciséis diarios existentes entonces en la capital de España, la investigación alcanza a los siete con mayor tirada: ABC, Heraldo de Madrid y Ahora, que superaban los 100.000 ejemplares, y El Debate, El Sol, La Voz y El Liberal, que distribuían entre 50.000 y 100.000. Todos ellos eran “periódicos de empresa” y disfrutaban de una gestión profesionalizada, lo que no les impedía exhibir un alineamiento político claro.
ABC era propiedad de la familia Luca de Tena y defensor a ultranza de la Monarquía. Heraldo de Madrid pertenecía a los hermanos Busquets, unos industriales catalanes que en 1922 se habían hecho con el control de la Sociedad Editorial de España; tenía una clara vocación republicana, salía por la noche y presentaba los rasgos típicos de un periódico popular. El más joven de todos, Ahora, había aparecido de la mano del impresor Luis Montiel, antiguo diputado del partido conservador, que pretendía usarlo como palanca para saltar de nuevo a la política después del paréntesis de la Dictadura. El Debate estaba controlado por la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y era portavoz de la jerarquía eclesiástica; entre sus principios fundacionales figuraban la libertad de creación de centros de enseñanza, el fomento del sindicalismo agrario y, en general, la divulgación del magisterio papal. El Sol había sido adquirido en marzo de 1931 por un grupo de monárquicos que querían evitar al Rey los constantes sinsabores que el periódico le procuraba con sus críticas mientras estuvo en manos de Nicolás María de Urgoiti; sin embargo, al proclamarse la República, aún no había tomado posesión el nuevo director, ni había dado tiempo a rectificar la línea editorial. La Voz, adscrito a la misma empresa que El Sol, era un diario de la noche, de ideas renovadoras, pero más ligero y ameno que su hermano mayor, pues pretendía conectar con las capas sociales tradicionalmente alejadas de la prensa. Al pertenecer a la Sociedad Editorial de España, El Liberal también estaba en la órbita de los Busquets y, como Heraldo de Madrid, había tratado con hostilidad a la Dictadura y alentado la llegada de la República hasta donde se lo permitió la censura.
Pues bien, la lectura de esos periódicos corrobora en unos casos, amplía en otros y corrige en no pocos la versión del 14 de abril y de las jornadas que le precedieron predominante hasta ahora en la historiografía. Si las memorias hacen hincapié, por lo general, en los acontecimientos ocurridos entre bambalinas, los grandes periódicos de la época muestran con minuciosidad el impulso decisivo que la República recibió en la calle. Y cómo los dirigentes antidinásticos se lanzaron a la toma del poder animados por la exaltación popular que se produjo tras el varapalo electoral sufrido por los partidarios del Rey en las elecciones municipales celebradas dos días antes. La fusión de ambas versiones (la de los protagonistas y la mediática) permite pintar un retablo del 14 de abril en el que sobresalen nuevos perfiles, que ayudan a entender más fielmente lo que pasó y obligan a soslayar otros que la prensa taxativamente rebate.
Por las páginas de este libro transitan, como no podía ser de otra forma, personajes de relumbrón; pero también otros menos prominentes que contribuyeron a caldear el ambiente el 14 de abril y de los que apenas había rastro en la literatura científica. Eran hombres y mujeres que, sobre todo en Madrid, asumieron un papel aparentemente modesto, pero sin cuyo empuje es probable que los acontecimientos, como mínimo, no se hubieran desarrollado de una forma tan rápida. Al salir ellos a la luz, la proclamación de la República acrecienta sus rasgos más populares y se relativiza el protagonismo que tradicionalmente se ha atribuido a los políticos profesionales en aquella vertiginosa transición.
El relato no empieza el 14 de abril de 1931, sino que hay una reconstrucción bastante precisa del último año de la Monarquía, durante el que se sentaron buena parte de las bases que sirvieron de palanca a la República. También se ponen de manifiesto aspectos poco conocidos sobre la jornada electoral del día 12, sin los que resulta más difícil entender lo que sucedió sólo cuarenta y ocho horas después. Durante parte de ese breve lapso de tiempo, el Gobierno impuso un auténtico apagón informativo, que los periodistas superaron con desigual éxito, lo que no impidió que dejaran un material valiosísimo, insuficientemente aprovechado hasta ahora y que es el soporte principal de esta obra.
*Extracto de la introducción de
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